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Lolita: «Yo no soy una actriz al uso ni convencional»

La intérprete vuelve a Madrid con la adaptación de la novela de Mercé Rodoreda «La plaza del diamante»

Lolita, en una escena de «La plaza del Diamante» Sergio Parra

JULIO BRAVO

Natalia, la Colometa, es la protagonista de la novela de Mercé Rodoreda «La plaza del Diamante», en la que se narra la sufrida vida de esta mujer en la Barcelona de la posguerra. Desde hace algo más de un año Natalia tiene el cuerpo, la voz y el temblor de Lolita, que interpreta el monólogo que han adaptado Carles Guillén y Joan Ollé, y dirige este último. Estrenada en la sala Margarita Xirgu del Teatro Español, la función se despidió con el cartel de «No hay localidades» y vuelve ahora al teatro Bellas Artes.

¿Me equivoco, o la Colometa es un papel decisivo en su carrera?

Es un papel totalmente decisivo, no se equivoca. En mi carrera como actriz hubo dos momentos: la película «Rencor» y la obra «Ana en el Trópico» -porque yo no había hecho nunca teatro- que me abrieron un camino en mi vida profesional. Pero la Colometa es el papel más importante que yo he hecho; no sé si haré en el futuro alguno más importante, pero hasta ahora es éste sin duda; el más duro, pero el que más satisfacciones me está dando.

¿También el más difícil?

Sí. Estar sentada en un banco de madera durante hora y veinte, hablando sola, sin levantarte, no es fácil. De hecho, he tenido ciática y todo.

¿En algún momento se ha arrepentido de haber aceptado hacer este monólogo?

Nunca. Ha habido momentos en que he estado reventada, que no he podido más, pero al salir al escenario se me olvida. A Inma Correa, la ayudante de dirección, que está conmigo en toda la gira, le he dicho alguna vez antes de salir que no puedo, que estoy agotada, y ella me ha contestado: «verás como hoy lo haces mejor que nunca». Y efectivamente. Cuanto más cansada estoy, mejor me sale.

Colometa es una mujer que no tiene nada que ver con usted.

Nada.

¿Y por dónde la ha buscado?

«Yo tengo tres ángeles en el cielo: mi madre, mi hermano y mi padre. Y él me ha mandado esto, lo tengo clarísimo»

Me guío mucho por lo que dice el texto. Es como cuando canto, una se monta su propia historia. No todas las historias las has vivido, pero tú te haces tu película. Con la Colometa pasa igual. Le pongo cara a Quimet, a Mateu, a mis hijos, a la señora Antonia, a la Enriqueta, a Natalia... A todos. Me voy haciendo un dibujo cada vez que me siento en ese banco y trato de que ese dibujo lo vea el público. ¿Cómo me salió? Me salió... No tengo librillo, no me gusta ponerme delante de un espejo, no me gusta ni lo he hecho nunca. Se lo he hecho a mis hijos, a mi familia, y me han aconsejado. Y claro, he seguido lo que me decía Joan Ollé, incluso aquellas que yo no veía.

Su padre era de Barcelona...

Sí, de Gracia, igual que Mercé Rodoreda. La plaza del Diamante está muy cerca de la calle donde nació mi padre.

¿Y esto le ha ayudado de alguna manera? Quizás el imaginario...

Yo tengo tres ángeles en el cielo: mi madre, mi hermano y mi padre. Y él me ha mandado esto, lo tengo clarísimo. La Colometa habla de su padre, y en ese momento se me cae siempre una lágrima, porque me acuerdo de mi padre, lógicamente, aunque la historia sea distinta.

¿Lo que más le ha costado es esa contención de la que me hablaba? Usted es una mujer muy expresiva, y no poder apoyarse en sus manos, en su cuerpo, no habrá sido fácil.

Pues no; me ha costado mucho. Me he inventado recursos, como sacar un pañuelo y apretarlo en mi mano hasta que no puedo más; y me clavo las uñas, porque yo soy de mover mucho las manos, de hablar, de mover la cabeza... Y con la Colometa no puedo hacerlo.

Estando además tan alejada de usted...

«Siento que la Colometa y yo somos dos hermanas gemelas, muy distinta una de otra, pero con el mismo físico, con las mismas manos...»

Yo he tenido la suerte de no conocer la guerra. Pero hoy en día pongo el telediario y veo muchas Colometas; no hay más que ver a los refugiados de Siria y a esos niños pelados al rape, con los ojos que se les salen de las órbitas para darte cuenta de que las guerras siempre traen lo mismo.

¿Personalmente también es un papel que le ha regalado cosas? ¿A usted, a Lolita?

Muchísimas. Pero es que Lolita no se puede desvincular de la artista. Lolita es Lolita, se siente en un banco, haga Aristófanes o esté en «Tu cara me suena». Yo soy así de cualquiera de las maneras; tengo que amoldarme a las circunstancias, a lo que me exija el guión, pero Lolita sigue estando por dentro. Y mi cabeza va a la misma velocidad cuando soy yo o cuando hago un personaje. La Colometa me ha regalado mucha satisfacción: momentos de vibrar, de sentirla más mía que nunca. Siento que Natalia y yo somos dos hermanas gemelas, muy distinta una de otra, pero con el mismo físico, con las mismas manos... Hay un momento en la función en que me miro las manos, cuando cuento que estaba embarazada y que no podía dormir por las noches. Y yo me miro las manos y son las mías, pero son las de Natalia también. Son unas manos fuertes, de luchadora, de curranta. Todas tenemos también esa mujer frágil, esa mujer acostumbrada a su marido, a sus hijos. En un momento de nuestra vida todas hemos sido así. O por lo menos yo, cuando tenía 18 o 19 años, lo que quería era casarme, tener hijos y formar una familia. El artisteo estaba bien, pero lo veía en mi casa, y tampoco le daba importancia. Natalia es una mujer como eran mis abuelas, dedicadas a sus maridos, que lo hablaban todo en la habitación, pero que delante de la gente no tenían voz ni voto. Es una mujer que saca sus cojones -con perdón- cuando está delante de la Iglesia y tiene que matar a sus hijos porque no ve otra salida... Hasta que el tendero la rescata. ¿A cuántas mujeres -incluso me ha ocurrido a mí-, con temperamento, con fuerza, luchadoras, les han venido las cosas mal dadas, y han pensado no en matar a sus hijos, pero no han sabido qué hacer ni por dónde tirar? Todas las mujeres que tenemos hijos pensamos en ellos en primer lugar. ¿Qué se le pasaría por la cabeza a esta mujer para llegar a ese punto? ¿Cuántas madres han tenido que dar a sus hijos en adopción porque no han podido sacarlos adelante? Pero siempre, cuando estás en ese trance, hay alguien que te toca el hombro y te dice: toma mi brazo.

¿Qué es lo más reconfortante que le ha dicho el público?

«Natalia es una mujer como eran mis abuelas, dedicadas a sus maridos, que lo hablaban todo en la habitación, pero que delante de la gente no tenían voz ni voto»

Fue en Salt, en Girona, una tierra muy catalana. Después de la función, una señora de unos cuarenta y tantos años, rubia, muy guapa y muy bien vestida, me dijo con un acento catalán muy marcado: «No me he dado cuenta de que estabas hablando en castellano hasta que ha terminado la obra». Y eso me llegó al alma, porque yo estoy haciendo una obra que es muy catalana, muy de los catalanes. No puedo estar más agradecida a España entera, por supuesto, porque donde he ido ha habido gente que, sin conocer la obra, se ha puesto en pie y ha llorado, ha reído y ha vibrado conmigo; pero es que en Cataluña me han recibido con los brazos abiertos, y no tengo palabras para agradecer eso. Yo no soy una actriz convencional; soy un personaje popular, soy cantante, soy actriz, puedo presentar... Soy un personaje, una artista de este país, pero superpopular, y ésta es una obra muy intensa, muy dura, que habla de una situación de este país que dejó a mucha gente marcada. Y si no ellos a sus abuelos, sus padres... Todos hemos tenido a alguien en nuestra familia marcado por la guerra civil. Y que en Cataluña me digan eso a mí, que hablo en castellano aunque entiendo el catalán a la perfección y me da vergüenza hablarlo, me llega al alma. «No me he dado cuenta de que estabas hablando en castellano hasta que ha terminado la obra». Es de lo más bonito que se le puede decir a una persona.

¿Le ha costado terminar la función algún día por la emoción?

Las he terminado siempre, pero ha habido días en que he llorado más que en otros. Yo noto la energía del público, y hay veces que lloro menos porque el público me transmite menos. Los teatros tienen su propia energía también. Aunque siempre lloro, y lloro porque me sale, no porque esté marcado. El teatro tiene esa magia, nunca haces la misma función.

Cuando terminó «Ana en el trópico», terminó muy cansada del teatro. ¿Se ha reconciliado ya con él?

«En esta función siempre lloro, y lloro porque me sale, no porque esté marcado. El teatro tiene esa magia, nunca haces la misma función»

De «Ana en el trópico» hicimos muchísimas funciones, con dobles representaciones muchos días; hicimos una gira muy tremenda... Además, me dejaron un dinero a deber. Terminé muy tocada con el teatro, hasta que me ofrecieron «Sofocos». Ahora la única condición que pongo es que no hago dos funciones, porque creo que me quitan frescura. No puedes estar genial ni estar bien en las dos. En una siempre estarás peor que en la otra.

Supongo que en todo tipo de teatro se puede disfrutar.

Se puede disfrutar en un monólogo, en una obra como «La asamblea de mujeres», una comedia con nueve personajes donde salía con una barba y me reía de mí misma; si te gusta lo que estás haciendo lo disfrutas. Lo malo es hacer algo que no te gusta. Pero mientras te guste, da igual si es un drama, un melodrama, un monólogo o tu propia historia. Lo importante es que te diviertas. Esto te tiene que divertir, tienes que disfrutarlo, aunque sea llorando. Si no, no merece la pena.

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