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CRÍTICA DE TEATRO

«El grito en el cielo»: antesala de la muerte

La veterana compañía La Zaranda presenta su nuevo trabajo en el Teatro Español

Una escena de «El grito en el cielo» TEATRO ESPAÑOL

JUAN IGNACIO GARCÍA GARZÓN

Obsesiva, exigente, honda, tercamente empecinada en sus planteamientos, la gente de La Zaranda cumple treinta y ocho años sin apearse de sus principios fundacionales mantenidos, como ellos mismos explican, en una trayectoria que «tiene como constantes teatrales: el compromiso existencial y el partir de sus raíces tradicionales para revelar una simbología universal; como recursos dramáticos: la búsqueda de una poética trascendente sin perder la cotidianidad, el uso simbólico de los objetos, la expresividad visual, la encarnación de textos en situaciones puramente teatrales y la plasmación de personajes vivos; y como método de trabajo, un riguroso proceso de creación en comunidad».

«El grito en el cielo» (****) Texto e iluminación: Eusebio Calonge. Dirección y espacio escénico: Paco de La Zaranza. Intérpretes: Celia Bermejo, Iosune Onraita, Gaspar Campuzano, Enrique Bustos y Francisco Sánchez. Teatro Español. Madrid

Todo lo cumple « El grito en el cielo », una inmersión satírica y metafísica en el inquietante terreno de la escatología, referida a las realidades últimas del ser humano. Una institución geriátrica –con su optimismo postizo, sus terapias ocupacionales y sus sesiones de rehabilitación– es definida como una antesala de la muerte , como podría ser calificada, al cabo, la vida entera, por lo que esta pieza profunda de aspecto ligero y humor negrísimo sería también una descarnada metáfora de la existencia.

Esa percepción ilumina la cotidianidad pautada de cuatro ancianos que siguen las rutinas programadas aunque albergan una larvada insurgencia contra el destino inevitable y la deshumanización aséptica de cuanto les rodea. Así es el remedo de representación teatral –soberbia escena– en la que deben encarnar a personajes mitológicos y que ellos boicotean de manera muy divertida, no sé si inconscientemente, parapetados tras los encasquillamientos mentales y motores asociados a su decrepitud. Su incierta y confusa peripecia en busca de una libertad quimérica, tal vez sea solo un paréntesis sonámbulo en el sopor inmóvil de la sedación definitiva. En el programa de mano se señala que intentan « vivir en la intemperie del alma », y quizá en esa dirección espiritual haya que interpretar el hermosísimo final abierto y ambiguo de este espectáculo espléndido.

Parece innecesario abundar en la excelencia de la imaginación de la puesta en escena de Francisco Sánchez , el texto y la iluminación de Eusebio Calonge y la interpretación de todo el elenco, en la línea de otros trabajos anteriores del grupo, aunque puede que, por haberse iniciado con ensayos abiertos al público en la Bienal de Venecia y por coincidir con la noticia de que la compañía se traslada de Jerez a Madrid por razones de supervivencia, me dé la impresión de que es un paso más allá en la trayectoria de La Zaranda, con anunciados y secretos proyectos entre manos que, según han dicho, van a sorprendernos. Con impaciencia los aguardamos.

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