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CRÍTICA DE TEATRO

«La danza de la muerte», lección de anatomía

El Centro Niemeyer acoge la presentación en España de la prestigiosa compañía búlgara Theatre Laboratory Sfumato

Una escena de «La danza de la muerte» ABC

JUAN IGNACIO GARCÍA GARZÓN

« La danza de la muerte », una pieza de August Strindberg , feroz y arrebatada como lo es toda la producción del escritor sueco, ha servido a la compañía búlgara Theatre Laboratory Sfumato de tarjeta de presentación en España. El Centro Niemeyer acogió el pasado sábado la primera representación en nuestro país de este grupo de investigación e innovación escénica creado en 1989 por los directores Margarita Mladenova e Ivan Dobchev «con la convicción de que lo artístico y lo espiritual tienen una naturaleza común», un proyecto que plantea sus estrategias creativas a largo plazo, da cancha a jóvenes creadores y cuenta con amplio reconocimiento en los escenarios europeos.

Strindberg (1849-1912) escribió esta obra, que también se representa con el título de « Danza macabra », en torno a 1900, en el periodo de efervescencia creadora en el que se sumergió tras superar una profunda crisis personal que lo había alejado del teatro durante bastante tiempo. La novela autobiográfica « Infierno » (1898), que tuvo su correspondencia escénica en « El camino de Damasco » (1898), puso fin a la crisis, marcando un antes y un después en la trayectoria del gigante escandinavo, que se asomaba al tramo final de su carrera explorando los caminos del simbolismo y el expresionismo.

«La danza de la muerte» resume y concentra su pesimista y descarnada visión del matrimonio basada en sus desastrosas experiencias personales, pues, como ha señalado Francisco J. Uriz , «vida y literatura se confunden para él. Sus vivencias le proporcionan el material de sus obras y sus obras se convierten en los acontecimientos decisivos de su biografía. Tenía esto tan claro que en diversas etapas de su vida se quejaba de no poder distinguir la frontera que separa lo vivido de lo inventado».

Strindberg –que quiso hacer un teatro «donde uno pueda estremecerse ante lo más horrible y reír ante lo ridículo : donde uno pueda verlo todo y no ofenderse si ve lo que está escondido tras los velos teológicos y estéticos; donde se rompan las leyes de los convencionalismos»– oficia sobre el escenario una lección de anatomía conyugal, la autopsia de una pareja que se dispone a celebrar sus bodas de plata.

Cuando uno mira a Alice y Edgar, la antigua actriz venida a menos y el oscuro militar atrapado en un destino insular insignificante, reconoce en ellos el sarcasmo caníbal de sus gemelos Martha y George, los protagonistas de « ¿Quién teme a Virginia Woolf? », la particular aproximación dipsómana a una rutina matrimonial a dentelladas que firmó Edward Albee en 1962. En ambos casos, la pareja encuentra su estabilidad en esa continua pugna de miserias y acusaciones que adquiere así carácter de ceremonia alimenticia. Igual que sus colegas estadounidenses hacen sesenta años después ante los jóvenes Nick y Honey, Alice y Edgar exhiben su corrosiva rutina ante los ojos de Kurt, un visitante de mandíbulas afiladísimas.

Margarita Mladenova plantea una intensa puesta en escena de ascetismo lúgubre, dura y seca, sin concesiones al adorno y donde el humor escuece. Los golpes en la mesa durante la partida de cartas que al principio juega el matrimonio resuenan como paletadas de tierra sobre un ataúd . Los personajes, definidos por la cruda iluminación, se mueven por una vastedad desolada en la que aparecen desperdigadas una cama, un par de mesas y algunas sillas que marcan los diversos espacios de la casa donde transcurre la acción.

Svetlana Yancheva (Alice), Vladimir Penev (Edgar) y Tsevan Alexiev (Kurt) se entregan a sus papeles con una pasión helada que alcanza temperatura de ebullición en los momentos más tensos y físicamente violentos de la función. El público que casi llenaba el Niemeyer aplaudió a los intérpretes de esta propuesta exigente –en búlgaro, con sobretítulos en castellano– y llena de interés, aunque quizás resulte exagerado calificarla de innovadora.

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