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Crítica de la «Cervantina»: Un virus contagioso ****

Versiones y diversiones sobre textos de Miguel de Cervantes

Los integrantes de Ron Lalá ABC

Un virus contagioso se extiende desde el Teatro de la Comedia transmitido por la gente de Ron Lalá. Un virus contra el que no hay remedio posible, pues «no hay vacuna ni aspirina / que cure la cervantina»; así se llama el bichito en cuestión, que se ha aupado al título de este espectáculo empaquetado con su rigor y jovialidad habituales por una compañía que crece en cada trabajo. Mientras el público asistente al estreno les ovacionaba puesto en pie al término de una función constantemente salpicada por risas y aplausos, me venían a la mente algunos de los montajes que estrenaron en el Teatro Alfil, como «Mi misterio del interior» (2005) o «Mundo y final» (2008), para constatar que si han depurado su estilo y mejorado sus «prestaciones», conservan, fresca como el primer día, su esencia gamberra y crítica, que empapa de cabo a rabo un formidable homenaje a Cervantes en estas fechas de aniversarios.

Porque «Cervantina» reivindica la libertad que emana de la obra del autor del Quijote y pone en solfa lo poco que se le lee entre tanta pompa y farfolla. Ron Lalá desarrolla una fiesta barroca, una folla como ha escrito Álvaro Tato, en la que enhebran fragmentos de buena parte de la producción de don Miguel («El celoso extremeño», «El coloquio de los perros», «El hospital de los podridos», «Don Quijote de la Mancha», «El licenciado Vidriera», «El retablo de las maravillas», «El viejo celoso», «La Galatea», «La gitanilla», el prólogo de las «Novelas ejemplares», «Persiles y Segismunda», «Rinconete y Cortadillo» y «Viaje del Parnaso»), algunas citadas de forma breve y otras descacharrantemente abordadas, como «El celoso extremeño», «La gitanilla» (estupendos Daniel Rovalher y Juan Cañas como Preciosa y su abuela, respectivamente) o «Rinconete y Cortadillo». En perfecta armonía ronlalera, texto y música se alían en un espectáculo redondo, quizás una miaja menos centrado y esencial que su anterior «En un lugar de Cervantes», pero muchísimo más divertido.

Una musa (gran trabajo de Íñigo Echevarría) va proporcionando sus obras al escritor (encarnado con propiedad sufriente por Tato), aunque en cada entrega este debe renunciar a algo, desde la mano en Lepanto al éxito teatral, una serie de duros desprendimientos a cambio de la gloria universal. La dirección de Yayo Cáceres cose sabiamente los múltiples elementos de este montaje sembrado de ingenio y talento, iluminado de manera magnífica por Miguel Ángel Camacho, con un imaginativo vestuario de Tatiana de Sarabia, una eficaz escenografía de Carolina González que mezcla objetos reales y fondo virtuales y la alegre dirección musical de Miguel Magdalena. No se lo pierdan.

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