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crítica de teatro

«La señorita Elsa»: un lugar en el mundo

El singular espacio Sexto Derecha presenta una adaptación teatral de Lola Blasco sobre la novela de Arthur Schnitzler

«La señorita Elsa»: un lugar en el mundo abc

juan ignacio garcía garzón

El austriaco Arthur Schnitzler (1862-1931) publicó su novela «La señorita Elsa» en 1924. Los lectores de la agitada y culta Viena de entreguerras dispensaron una excelente acogida a la obra, concentrada en el monólogo interior de una joven de 19 años, de clase alta aunque de escasos medios, que, invitada por una tía rica, pasa unas vacaciones en la localidad italiana de San Martino di Castrozza, uno de los destinos estivales preferidos por los vieneses de buena posición a principios del siglo pasado.

Médico, dramaturgo y novelista, la carrera literaria de Schnitzler estuvo asociada a la controversia por las certeras dosis de vitriolo con que denunciaba las debilidades morales de sus coetáneos. Gran trabajador de la profundidad psicológica de sus personajes, en la imagen de esta muchacha, que se mira en el espejo buscando su lugar en el mundo, el escritor retrata el estrato acomodado de la sociedad de su época: aburrido, superficial, hipócrita, clasista y esclerotizado por un corsé de convencionalismos sociales.

Una deuda innoble de su padre coloca a Elsa en un quicio donde confluyen su orgullo, la necesidad y la violación de su intimidad: un telegrama de su madre pide a la joven que solicite la cantidad adeudada a un acaudalado amigo de la familia. Como contrapartida al préstamo, el ricachón demanda contemplarla desnuda. Trenzando magistralmente el doble venero de erotismo y muerte, Schnitzler desarrolla la transformación de esa joven atolondrada y enamoradiza que lamenta no disponer de recursos económicos para renovar su ropa interior, y la conduce hasta un lugar en el que se plantea su propia condición de mujer educada para un matrimonio conveniente y abocada, de una u otra forma, a aceptar una suerte de prostitución de su dignidad. En un gran final, la muchacha convierte el desnudo en una reafirmación de su independencia, en un desesperado acto de autoestima.

La versión de Lola Blasco, concentrada y tersa, funciona muy bien, y José Luis Sáiz la sirve equilibradamente en una ascética puesta en escena que mueve con delicadeza los hilos del relato en el espacio bautizado como Sexto Derecha (el salón de su propia casa –sita en ese piso del número 107 de la calle de Toledo– en el que cabe un máximo de veinticinco espectadores). En ese ámbito íntimo, Ángela Boix realiza una extraordinaria composición de Elsa, de su tránsito de la despreocupación frívola a la dura toma de conciencia personal, marcando deliciosamente los matices con una voz que modula a la perfección. Ya había visitado anteriormente a Schnitzler la actriz, que participó en un montaje de «La ronda», e intervino también en la película «Diamond Flash» de Carlos Vermut. Estupenda también en la expresión corporal, la intérprete mantiene el tipo en una larga escena de desnudo a centímetros del público. Un gran trabajo teatral.

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