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crítica de teatro

La luz de la tragedia

Teatro de la Ciudad presenta sus tres primeros montajes, dirigidos por Miguel del Arco, Andrés Lima y Alfredo Sanzol

La luz de la tragedia luis castilla

juan ignacio garcía garzón

Desde las antiguas tragedias nos llega un latido esencial que nos explica y nos contiene, aunque los textos hayan sido escritos hace dos mil quinientos años. Sentimos que las viejas palabras nos incumbren porque están escritas en el lenguaje del corazón y hoy, como hace dos siglos y medio, vibramos con las mismas pasiones y las mismas incertidumbres. Los clásicos alimentan las raíces del mundo en que vivimos, aunque no siempre sepamos reconocernos en el espejo de sus enseñanzas, tantas veces terribles. En esta tesitura se sitúa la interesantísima propuesta de Teatro de la Ciudad , que ha unido a tres grandes creadores escénicos: Miguel del Arco, Andrés Lima y Alfredo Sanzol, enfrentados cada uno de ellos a una obra de la antigüedad clásica. Desde visiones radicalmente contemporáneas, la luz de la tragedia nos ilumina y nos estremece. Los tres montajes comparten la escenografía de Eduardo Moreno, Alejandro Andújar y Beatriz San Juan, un espacio cubierto de ceniza al que en cada pieza se incorporan elementos diferentes.

Del Arco se enfrenta a la «Antígona» de Sófocles explicitando nítidamente las fuerzas en conflicto, dos fuentes de derecho: la ley natural a la que apela Antígona para enterrar a su hermano Polinices, y el decreto de Creonte, nuevo rey de Tebas, que condena a muerte a quien rinda honras fúnebres al traidor. Carmen Machi encarna el papel del monarca, lo que añade una nueva perspectiva humana a la tensión, la de la madre que, firme en su defensa de las razones de Estado, pierde a su hijo Hemón, prometido de la condenada. El director asume la tradición coréutica de la tragedia y la vuelca en una puesta en escena vigorosa y vibrante, de oscura belleza, sobre la que gravita una gran esfera blanca, luna premonitoria, ojo que todo lo ve y cárcel en la que permanece suspendida Antígona, compuesta delicadamente por Manuela Paso, terca y frágil frente a la reina de Tebas a la que Carmen Machi sabe insuflar la sutil graduación de la soberbia del poder al desmoronamiento final. Estupendo el resto del reparto

Andrés Lima escoge la «Medea» de Séneca con aportaciones de otras fuentes (Anouilh, Müller, Ovidio, Hesiodo, Graves, Caetano Veloso…). Una propuesta que va al tuétano de la pugna entre las fuerzas de la naturaleza y los rieles de la civilización utilizando sólo cuatro intérpretes: él mismo asume todos los papeles masculinos (Jasón, Creonte y corifeo), de Medea se encarga Aitana Sánchez-Gijón, y de una nodriza y una corifea, Laura Galán y Joana Gomila (cuya hermosa voz aporta un bello halo telúrico y misterioso a la función), respectivamente. Un atrevido y muy sugestivo envite en el que la hechicera sobrina de Circe posee a la actriz que la interpreta; Aitana Sánchez-Gijón, casi desnuda, temblorosa, cubierta de barro y plumas, oficia un asombroso ejercicio de transustanciación para conjugar el fatal binomio de la destrucción y el amor con el que Alexandre tituló uno de sus poemarios fundamentales. Un gran trabajo.

«Edipo rey» es una tragedia familiar vertebrada en torno a un secreto horroroso y así la presenta Alfredo Sanzol, que reúne a los cinco intérpretes que encarnan todos los papeles en una mesa situada frente al público, casi estáticos; cada personaje comparece según se le nombra y expone sus argumentos. Héroe condenado, por la ironía cruel de un destino del que no puede escapar, a la soledad y el sufrimiento, Edipo busca una verdad que no quiere ver y que lo aniquilará, pues el conocimiento, ese para el que los ojos físicos no le sirven, produce dolor. Una puesta en escena ascética, certera y eficaz, atenta más a la acción interior que a la externa, con los diálogos expelidos a gran velocidad. Juan Antonio Lumbreras encarna a un Edipo inseguro y vacilante en ocasiones, Paco Déniz es un Creonte lleno de razones y convicción, y Natalia Hernández, Eva Trancón y Elena González se desdoblan con solvencia en diferentes cometidos.

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