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«The valley of astonishment»: el lugar de la memoria

El festival de Otoño a Primavera presenta este trabajo de Peter Brook y Marie-Hélène Estienne

«The valley of astonishment»: el lugar de la memoria VICTOR PASCAL

JUAN IGNACIO GARCÍA GARZÓN

Por tercera vez se interna Peter Brook en el dédalo del cerebro humano tras «El hombre que» (1993), basada en el libro del neurólogo Oliver Sack «El hombre que confundió a su mujer con un sombrero», y «Soy un fenómeno» (1998), a partir del volumen en el que el neuropsicólogo ruso Alexander Luria narraba sus experiencias con Solomon Shereshvenski, sujeto de memoria infinita. Parte de esos materiales le han servido para urdir junto a Marie-Hélène Estienne «The Valley of Astonishment», montaje que abrió el pasado jueves el XXXII Festival de Otoño a Primavera. Sobre la falsilla de Shereshvenski, han entretejido el perfil de Samy Costas, una periodista despedida por su prodigiosa capacidad mnemotécnica con el fin de que su caso pueda ser estudiado por los científicos, lo que lleva a la mujer perpleja a introducirse en el mundo del espectáculo en busca de sustento.

Costas narra a los investigadores cómo puede recordar cifras y palabras asociándolas con imágenes que luego ordena en calles y avenidas, hasta ir poblando su mente con un laberinto de referencias que crece y crece sin que pueda ir borrando lo fijado en su memoria, ese lugar sin límites atiborrado de datos caprichosos. Otros habitantes de ese valle del asombro desfilan sobre el escenario: casos de sinestesia como el de músico o el pintor que vinculan notas y colores, y el del hombre que, afectado por una falta de percepción física de sí mismo, solo puede moverse cuando sus miembros reciben las órdenes de sus ojos. Personas que establecen raras e intensas conexiones entre los distintos sentidos y cuyas experiencias van iluminando poco a poco los enigmas de ese órgano tan enigmático que denominamos cerebro.

Brook y Estienne han creado un espectáculo tan interesante como falto de tensión dramática, recorrido por el humor, la curiosidad y la ternura, y resuelto con una lección de sencillez escénica en la línea de despojamiento y austeridad que tienen los últimos trabajos del maestro británico. Unas sillas de madera, una mesa, un perchero y una alfombra blanca bastan para poner en marcha esta indagación que enhebra ciencia y teatro y contiene también un homenaje al gran mago manco argentino René Lavand. La menuda actriz Kathryn Hunter sobresale en el reparto que completan con eficacia Marcello Magni y Jared McNeil, acompañados por el agradable tapiz musical creado en directo por Raphaël Chambouvet y Toshi Tsuchitori.

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