El arte de una princesa de cuento
Cecilia Bartoli triunfa con la primera representación de «La Cenerentola» en el Festival de Salzburgo
alberto g. lapuente
Desde hace tres años, el Festival de Salzburgo mantiene una fluida relación con el de Pentecostés celebrado en la misma ciudad. Dirige este último, Cecilia Bartoli y en él desarrolla algunos de sus proyectos «musicológicos». Bartoli es inteligente, demostradamente hábil en lo que a la ... gestión se refiere y admirablemente inquieta desde el punto de vista artístico. Si el año pasado recuperó para la escena «Norma» de acuerdo con los supuestos cánones interpretativos imaginados por Bellini, en esta ocasión se ha fijado en «La Cenerentola» rossiniana. La primera representación del título en el Festival de Salzburgo de este año, el pasado jueves, concluyó de forma triunfal, dando la razón a la diva y a sus excelencias interpretativas.
Bartoli ha vuelto a triunfar, pero también lo ha hecho el director de escena Damiano Michieletto, responsable de una propuesta brillante, colorista y narrativamente incisiva. ¿Cómo no sentir alivio y también cierta emocionante alegría mientras se escucha el rondó de Angelina, «Nacqui all'affanno», al tiempo que a la protagonista le rodea una niebla de burbujas de jabón? ¿Cómo no reír ante la entrada de la «carroza» reconvertida en un Mercedes blanco que atraviesa la pared del bar en el que trabaja la pobre Cenicienta? ¿Cómo no compartir su alegría cuando el príncipe fija en ella su mirada tras la triunfal aparición en un modernísimo y elegante bar de copas, vestida de noche y rojo inmaculado?
Las puestas en escena de Michieletto, y Salzburgo lo sabe, tienen la virtud de desarrollarse en espacios que parecen cercanos, que cualquiera cree y querría haber visitado, y en los que se vive con proximidad el sentimiento argumental de fondo. Es mucho más que una estupenda decoración y se percibe desde el plano de lo inconsciente. Sin duda, también de manera inmediata. Al menos ante estas obras en las que tan importantes son las formas y en las que es fácil entender el mérito del arte pirotécnico de Cecilia Bartoli. En «Cenerentola» incide, además, sobre el «más difícil todavía» al desarrollar la linea vocal a partir de las variantes usadas por Maria Malibran, que Bartoli delinea con pulcritud. Apenas, y quizá circunstancialmente, con una afinación no pulcra en el registro superior y con graves algo huecos, pero siempre meticulosa con la letra y su transcripción.
El objeción radica en si esta «Cenerentola» podría haber sido un triunfo absoluto y no sólo una manifestación de gran felicidad por parte de los espectadores. En lo que al reparto se refiere, parece claro, pues son malas las intervenciones de las «hermanas» Lynette Tapia y Hilary Summers. La del bajo Ugo Guagliardo concluye en un Aliodoro de mínimos. Mejor parados salen Enzo Capuano, Don Magnifico, y Nicola Alaimo, cuya corpulencia dibuja sin mayores esfuerzos un Dandini estimable. Otro mundo es el del tenor Javier Camarena, pues ante la solvencia de su parte, la seguridad en la emisión y la pureza de varios agudos se escucharon bravos y aplausos sinceros.
Finalmente, queda el trabajo del Ensemble Matheus y el director Jean-Christophe Spinosi. Tal vez, el esfuerzo filológico responda a una supuesta realidad perdida pues en lo que a la tradición rossiana se refiere (en la que es necesario recordar el trabajo del maestro Claudio Abbado, moderno defensor de este título) tiene poco que ver. Escaso contraste en los afectos, apenas incisividad en los «crescendi», falta de un apoyo firme en el bajo que sustancie la música... Bonitos colores «historicistas» y agradable lectura. Al menos en la sala. En el disco podrá ser otra cosa.
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