crítica de «El Crédito»
El arte de no dar crédito
Jordi Galcerán ha culminado una formidable comedia que asombra por su sencillez formal
Cuando Antonio sale del despacho del director de la sucursal bancaria donde ha acudido en solicitud de un préstamo , Gregorio, el responsable financiero en cuestión, no da crédito, entendiendo esto en los dos sentidos de la expresión. No quiero revelar más de lo imprescindible de una trama que está llena de sorpresas y giros inesperados , baste con deslizar lo que el demandante ha advertido al director bancario al no ser atendido en su petición desesperada: «No tendré más remedio que acostarme con tu mujer, con su consentimiento, desde luego, y hacer que te abandone». Ahí queda eso.
A partir de este comienzo en punta, la acción continúa hacia arriba, deslizándose hacia un final que no se deja adivinar. Es como una bola de nieve que no para de crecer , en una línea de desquiciamiento llena de lógica.
Jordi Galcerán ha culminado una formidable comedia que asombra por su sencillez formal, su capacidad para hacer brotar la risa de situaciones desconcertantes y su fondo de aguda percepción social.
Cuenta con unos diálogos ingeniosos , orgánicos, que hacen avanzar con endiablado sentido del ritmo un conflicto en cuya trastienda aletean asuntos como la soledad, la incertidumbre, la fragilidad de las relaciones de pareja, la insatisfacción, el miedo, los espejismos que sostienen la cotidianidad... y un macguffin –vease la fórmula del maestro Hitchcock– que es el préstamo, del que no se sabe para qué lo quiere Antonio, pese a la premura con que lo solicita.
Gerardo Vera la ha puesto en escena con energía transparente y certera, moviendo con gracia y sentido a unos actores que son otra de las grandes bazas del espectáculo.
No tengo palabras para definir el trabajo de Carlos Hipólito como ese Gregorio que a cada paso provoca lo que no desea; este actor, dotado de una gama de matices infinita, es un huracán de medida expresividad exasperada, de naturalidad desarmante, convincente siempre . Frente a él, en un regocijante pulso interpretativo de los que hace mucho tiempo que no se veían, se sitúa un Antonio al que Luis Merlo sabe dotar del necesario punto inquietante, de misterio y hasta peligro sin necesidad de amenazar, es un tipo de los que, como sin quererlo, saben jugar sin cartas y apostarlo todo en cada envite . Una gran función, no se la pierdan.
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