El Brujo: «Corrupción ha habido siempre, lo que pasa es que no nos enterábamos»
El artista presenta actualmente en Madrid dos espectáculos, «La Odisea» y «El Evangelio según San Juan»
JULIO BRAVO
Vestido enteramente de blanco, a juego con su rizada testa y su bigote impertinente, Rafael Álvarez «El Brujo» tiene cierto aire clásico, a medio camino entre un patricio romano y un juglar medieval. En sus respuestas, que dice con su voz roqueña y agrietada, vierte ... gotas de filósofo, de pícaro e incluso de espadachín. Hasta el 6 de octubre estará en el teatro Cofidis-Alcázar, donde presenta ahora «La Odisea» y a partir del 24 de septiembre «El Evangelio según San Juan». «El teatro es un milagro», sentencia. «Entonces, ¿cree usted en los milagros?» «Creo, pero para que ocurran tiene que haber una acumulación de deseo, de energía, de trabajo y de situaciones al límite. Mientras quede una gota de sudor por gastar, no hay milagro».
—Sus espectáculos se basan en la tradición clásica. ¿No le interesa la actualidad o es que hay más actualidad en los clásicos?
—Yo encuentro en ellos una suerte de actualidad atemporal, que es la que me interesa. En los clásicos hay mucha sabiduría que, en una época como la nuestra, en la que hay mucha información pero no conocimiento, nos viene muy bien. Yo, mientras preparo los espectáculos, me alimento mucho de esa sabiduría antigua.
—¿El público es consciente de recibirla?
—Sí, porque si yo paro la función en determinado momento... Por ejemplo en «Mujeres de Shakespeare», que es comedia pura, risa tras risa. si yo paro para hablarles de Julieta, y de lo que sentí al leer a Harold Bloom cuando decía que se sentía culpable de aplicar los mismos elementos de análisis para Julieta que para el resto de personajes de Shakespeare, porque está escrito de manera sublime; si yo paro la risa para transmitir al público esas emociones, lo aceptan perfectamente, porque se han reído y lo han pasado bien... Contestando a su pregunta: el público necesita este tipo de cosas más serias, pero al mismo tiempo huye de ellas; si una obra promete demasiada «cultura con mayúsculas», puede producir rechazo por parte del público. Tiene que ser imperceptible y cortito. «Hazme reír durante una hora y dame cinco minutos de los poemas de Shakespeare».
—¿Hay una relación especial con el público en el tipo de teatro que usted hace?
—El teatro que yo hago no es teatro al uso. Los que me critican siempre dicen lo mismo: que me repito. Se fascinaron conmigo hace veinte años y ahora tienen la sensación de cansancio, porque enjuician mis espectáculos con arreglo a los criterios con que se enjuicia el teatro. Pero lo que yo hago tiene otros ingredientes. Hablo con los espectadores, no hay cuarta pared, ni interpreto ningún personaje. Yo cuento historias como los narradores orales de la antigüedad o los juglares. Y el público percibe la verdad de la comunicación directa.
—¿Qué le parece el teatro como evasión?
—¿Cuál es la frontera entre lo que es evasión y lo que no lo es, quién la determina? La verdad, en la comedia, aparece a veces donde menos te la esperas. Por ejemplo, Antonio Casal, la decía en revistas intrascendentes... También Andrés Pajares. Es el cómico que cruza la frontera y se convierte en trágico. Hoy en día es difícil crear ese clima.
—Los juglares, a los que ha citado, hablaban de la actualidad. ¿Usted «actualiza» sus espectáculos?
—Constantemente. Yo explico «La Odisea» con comentarios de la actualidad, que es lo que haría un buen profesor: la violencia. la financiación de los partidos... Es sacarle la enjundia a un texto. Y vierto mis opiniones, claro.
—¿La corrupción política es la peor tragedia que existe?
—Yo tengo algo muy claro. No es que ahora haya mucha corrupción. Lo que pasa es que ahora tenemos mucha información sobre ella, pero probablemente desde la Transición hasta ahora han pasado cosas que no sabemos y que, si nos enteráramos, se nos iban a caer los palos del sombrajo. Se supieron los escándalos del PSOE: Filesa, Roldán, que acabó como el rosario de la Aurora. Ahora les toca a estos. En la Transición, con la inestabilidad política, los extremismos y el terrorismo de ETA, no podíamos permitírnoslo. Pero tenía que haber unos enjuagues impresionantes. Y ahora se sabe todo y se ven cosas increíbles.
—¿Y tanta información tiene aspectos negativos?
—Produce confusión, el río revuelto y el manejo de la propia confusión. Y la voracidad informativa, la velocidad;un escándalo se tapa con la aparición de otro escándalo. Por contra, ahora no se puede engañar tanto. Por eso algunos políticos son lamentables;salen queriendo dar una imagen modélicas, con un discurso obsoleto, una cantinela moralizante que nadie se cree. Y la gente siente hastío y rabia, porque es como si un ladrón pretendiera dar lecciones de moralidad. Y eso no lo soportamos.
—¿Es peligroso el creciente descrédito de los políticos?
—La vida es peligrosa. Y esa desconfianza es peligrosa, pero terapéutica. Nosotros ahora hemos descubierto que los Reyes Magos no son los padres, no son la clase dirigente. Ahora sabemos que los juguetes los compramos nosotros, y que ellos se llevan comisión de la venta. Pero saberlo es un paso adelante, y la gente está demostrando paciencia y madurez. Es como lo de los alcohólicos. Pueden llevar dieciocho años sin beber, pero no les pongas una copa delante... Pues un político tendría que decir: soy humano, no me pongas delante un presupuesto sin control. Y hablarnos como a gente adulta, no como a niños pequeños.
—¿Y el teatro que papel cumple en este marasmo?
—Es un espacio en el que tiene que expansionarse el alma mediante el humor, la belleza, la poesía, la música. Está más relacionado con la terapia y el ocio elevador, que con la política. Un masaje para el alma.
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