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teatro

La Walkyria: Castorf con piel de cordero

La ola de calor sobre Baviera hizo sofocante la segunda jornada del Anillo en Bayreuth

La Walkyria: Castorf con piel de cordero abc

ovidio garcía prada

Con Frank Castorf , al menos con el Castorf del « Anillo » del bicentenario, no se pueden aventurar pronósticos . La escenificación de la segunda parte de la tetralogía ( La Walkyria ) resultó desconcertante, lo contrario que tirios y troyanos hubieran esperado: convencional, estatuaria y en amplios pasajes, en especial del segundo acto, tediosa. Al verla se iba afianzando la impresión de que no pocas escenas se habían hilvanado a toda prisa para salir del apuro. Excusas no faltan, pues escenificar en un año una obra tan compleja y extensa y, además para el escaparate mundial de Bayreuth, es realmente tarea sobrehumana. Los voceros del Festival llevaban años ponderando el «Anillo» del bicentenario, en clara referencia referencia al legendario «Ring del siglo» de 1976 (de Boulez y Chéreau ). Castorf afirma haber hecho sólo un «Anillo para un año».

No obstante y consideradas todas las circunstancias eximentes, tedio, convención, inmovilismo son los peores vocablos aplicables al rompepiezas escénico con cátedra en Berlín. Como efecto colateral positivo, esta minimalista dirección actoral a ritmo lento favoreció la concentración del cantante en su función principal. La música, especialmente en el primer acto, brilló esplendorosa.

Castorf ubica esta vez la acción en Azerbaiyán y, como manda la tradición y contra lo que acostumbran hacer los modernos registas, comenzó no escenificando el preludio. La decoración escénica de A.Denic , acreditado ya como brillante escenógrafo, consiste en un constructo rústico de madera sobre la plataforma giratoria que ocupa todo el frontal del escenario. Un toldo se convierte aleatoriamente en pantalla de vídeo. Según el acto, permuta ligeramente de hacienda rural a plataforma de bombeo petrolífero. El vestuario se metamorfosea en consonancia: del oriental ( Wotan , patriarca caucásico de luenga barba) al occidentalizado (las walkyrias burguesas).

Una bandera roja, la breve proyección del diario Pravda con foto de Stalin y la estrella roja en el mástil petrolífero no es ya suficiente etiqueta de antiimperialismo. El «genius loci» parece haberle mojado la pólvora a Castorf, y si no guarda para los dos próximos días otras balas en la recámara, podrían achacarle lo que Nietzsche dijo de Wagner y su «Parsifal»: que había hincado la rodilla ante la cruz.

Lo más logrado de la velada fue el primer acto, cuyo acorde final hizo estallar al público en una explosión de vítores, y la escena final del tercero. Entre ambos, la travesía del desierto, nunca mejor dicho, pues el calor en la sala era atosigante. Aparte de Kirill Petrenko , sin discusión la estrella de esta producción, el sobresaliente Johan Botha (Siegmund), y tras él Anja Kampe (Sieglinde). Ascendente W. Koch (Wotan), clara y dúctil C. Foster (Brünnhilde), desigual C. Mahnke (Fricka). F. J. Selig (Hunding) arrancó prometedor con voz cavernosa y cumplió. Muy discreto el octeto walkyriano. ¿Cómo proseguirá con «Sigfrido» el tercer movimiento de esta tetralogía?

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