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El Teatro Real enloquece con «Lucia di Lammermoor»

La producción hace posible una vez más lo que siempre pareció increíble

Un momento de la función del estreno del viernes ABC

Alberto González Lapuente

Casi doscientos años después de su estreno, el Teatro Real quiere demostrar que aún es posible recuperar con éxito un artificio como «Lucia di Lammermoor» , en su esquemática configuración algo aparentemente alejado de la sensibilidad contemporánea. Al menos eso se deduce del estreno en el que una muy interesante conjunción de fuerzas vino a dar sentido a la ópera de Cammarano y Donizetti reconstruyendo el sentido icónico de algo que convirtió en moda la locura y, al tiempo, ha servido de piedra de toque para algunas voces de referencia histórica. Ambos aspectos tienen su eco en esta producción.

En el caso del primer reparto que propone el Teatro Real, de los dos que defenderán la obra en las quince representaciones previstas, es evidente que la reunión es difícilmente superable. No ya por la autoridad que se observa incluso desde los secundarios, Alejandro del Cerro, Marina Pinchuk y Yijie Shi, sino por la muy singular personalidad de todos y la gran defensa que cada uno hace del personaje. Se canta estupendamente; se comparte la posibilidad de cerrar una versión que logra momentos de gran sutileza y otros en los que el maestro Daniel Oren abre con rotunda efusión; se atisba el equilibrio de timbres vocales muy acabados y particularmente atractivos; se gana en nervio e intensidad según avanzaba la representación, incluso se resuelven varias arias con muchos aplausos y algunos bravos.

Particularmente sucede ante el aria de la locura con la armónica de cristal, que fue una escena de gloria para Lisette Oropesa , cantante de enorme potencial, bella voz y minuciosa ejecución. También sucedió en el dúo con Edgar al final del primer acto, en el sexteto, y en el aria de Raimondo: con Javier Camarena defendiendo un Edgardo valeroso y aguerrido, brillante; con Artur Rucinski dibujando lo que de tenebroso puede haber en Enrico y Roberto Tagliavini oscureciendo con potente voz a Raimondo.

La del estreno fue una representación para disfrutar y también para comprender que es posible entender a «Lucia» más allá del arquetipo de la mujer histérica que tanto se propagó en su tiempo , empapando los escenarios europeos y hasta convirtiendo el síndrome en epidemia doméstica. La producción de David Alden acumula viajes y reconocimientos , aunque esto último no fuera compartido anoche por la totalidad de los espectadores. Sin embargo, tiene el mérito de romper el anquilosamiento de la obra, y dotarla de vida más allá de la obviedad. El carácter infantil que le otorga a la protagonista, el incesto con Enrico en una escena realmente impactante, algunos gestos poco recomendables del capellán, se entrelazan con momentos especialmente afortunados en un espacio ruinoso ante el que todo se explica . Sin duda, el teatrito donde se resuelve la locura con el coro formando público tiene un valor muy espacial. Porque es ahí donde Alden logra equilibrar la irrealidad de la convención y lo verosímil del drama. En definitiva, donde todavía se hace posible lo que siempre fue increíble.

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