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Radiohead, un coloso sensible para gobernar el Primavera Sound

Los británicos conquistan el festival barcelonés con una actuación antológica

Thom Yorke, cantante de Radiohead, ayer en Barcelona EFE
David Morán

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Ocho años llevaban los británicos Radiohead sin pisar Barcelona, por lo que el Forum era anoche un manojo de nervios y de gente amontonada en la explanada de los dos escenarios principales, los que están encarados y separados por lo que parecen un par de millas náuticas. La expectación era tal que, una hora antes, cuando Zach Condon empezó a desgajar el folk trotamundos de Beirut, mucha gente prefirió seguir la actuación por las pantallas del otro escenario. Sí, el de Radiohead. Así que en cuanto el escenario fundió a rojo y sonó la apertura de «Burn The Witch», Radiohead se adueñaron del Primavera Sound. Algunos seguían parloteando y pegando berridos mientras fluía el suave crescendo de «Daydreaming», pero pocas bandas han conseguido imponer semejante consenso en el festival.

A cambio, los de Thom Yorke se mostraron como lo que son: un grupo poco amigo de las concesiones y especialmente hábil a la hora de recorrer la cuerda floja del rock con pinceladas de vanguardia y lamentos en alta definición. En realidad Radiohead es un grupo que ha sido muchos y anoche, en la segunda jornada del festival, estuvieron todos: los artesanos de la asfixia y la calma agónica de «Pyramid Song», los colosos del rock afilado de la descomunal «National Anthem», los hacedores de hits de los noventa como «Karma Police» y «Paranoid Android», los titanes de la calma de «Decks Dark» y «No Surprises»... Venían a presentar su último trabajo, «A Moon Shaped Pool», pero aprovecharon para repasar casi toda su discografía -¡si hasta retrocedieron a la época de «The Bends» para rescatar «Talk Show Host» y cerraron a lo grande con «Creep», himno generacional desterrado durante años de su repertorio- y darse un baño de intensidad.

Vista de uno de los escenarios del festival ayer por la noche EFE

El montaje era espectacular, con infinidad de leds de colores y pantallas disparando luces y diagramas, pero el sonido quedó algo cojo y faltó potencia en la segunda mitad de la pista, refugio los agorafóbicos pero también de los que andaban contando a gritos su vida al vecino. Con todo, y a pesar de lo complicado que resultaba sintonizar con letanías como «Street Spirit (Fade Out)» desde la lejanía, después de dos horas los británicos acabaron saliendo a hombros y con su aura de colosos del indie intacta. ¿Lo mejor? Ese empalme entre «Everything In Its Right Place» e «Idioteque», reflejo de los Radiohead más vanguardistas y desatados.

Delicias turcas

Así, con los autores de «Ok Computer» convertidos en vistoso clímax, el festival vivió ayer otra sesión maratoniana y multitudinaria de músicas y excursiones de escenario a escenario; una acalorada gincana por ese mapamundi sonoro que es el Primavera Sound y en la que cabe desde el trote delicado y entusiasta de Robert Forster, heraldo del pop espigado y la melodía imbatible, a la tormenta de distorsión y aullidos con la que el ex Royal Trux Neil Michael Hagerty solventó la puesta en escena de su nueva encarnación junto a The Howling Hex.

La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, se paseó por el festival y dejó constancia de su visita presentándolo en un tuit como «uno de los festivales más importantes de la ciudad y del mundo». «Música en vivo, orgullo de la ciudad», exclamó Colau, a quien se pudo ver por el Forum poco antes de que apareciese en el escenario otra de las deliciosas rarezas de esta edición: la cantante turca Selda, un ciclón de 68 años que amplió aún más el estrato musical del festival arrastrando la psicodelia de Boom Pan a un paraíso de ritmos tradicionales, frenesí bailable y ritmos irresistibles.

Una fanfarria vibrante y colorista que puso a todo el público a danzar y enloqueció a una nutrida representación de espectadores turcos que, desde la primeras filas, jaleaban cada movimiento con salvas de vítores y aplausos. A su lado, lo de Beirut , embajadores de ese folk viajado con raíces en el indie, sonó hermoso y delicado, sí, pero un poco de mentirijilla. Para entendernos: mientras que Selda fue aventura y descubrimiento, los de Zach Condon tenían algo de folleto turístico, de viaje organizado a través de los ritmos balcánicos y las trompetas mariachi. ¿Lo mejor? La voz de Condon, siempre a punto de romperse, y el brillo cegador de los metales.

Animal Collective EFE

Antes de eso, las británicas Savages, todo nervio y garra, ya habían protagonizado otro de los hitos del festival con la presentación de «Adore Life». «Estuvimos aquí hace dos años, y no estuvo mal, pero creo que puede estar mejor», dijo la cantante Camille Berthomier antes de bajar al foso y fundirse con el público mientras sus compañeras despachaban latigazos de post-punk sin anestesia. Y, claro, estuvo mejor. Mucho mejor.

Superado el efecto Radiohead y entrados ya en la madrugada, los británicos The Last Shadow Puppets, ese mano a mano entre Alex Turner y Miles Kane, heredaron a buena parte del público de sus compatriotas y lo retuvieron a fuerza de tensión dramática, descaro electrizante y flamantes himnos como «The Age Of Understatement». No muerden tanto como los Arctic Monkeys, de acuerdo, pero a desenfado y lozanía no hay quién les gane.

No muy lejos de ahí aunque en un universo paralelo musicalmente hablando, los neoyorquinos Animal Collective ponían del revés el escenario Ray-Ban aplacando su veta más experimental y dando rienda suelta a su cara más recreativa y colorista. Psicodelia del siglo XXI para alimentar al público y seguir ahondando en ese juego de contrastes que es el Primavera Sound.

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