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Inolvidable Natalie Cole

Con la muerte de la hija del mítico Nat King Cole, desaparece una de las grandes estrellas del soul y el jazz que dio el siglo XX

Natalie Cole, durante uno de sus conciertos REUTERS

MANUEL ERICE

Una carrera de éxitos arrolladores, valorada en nueve Grammys y 30 millones de discos vendidos, y una desenfrenada vida de coqueteo con las drogas y la prostitución, que logró superar. Ayer se apagó en un hospital de Los Ángeles, su ciudad natal, con 65 años de edad, la dulce y potente voz de Natalie Cole, hija del mítico Nat King Cole y una de las grandes del siglo XX estadounidense. Su portavoz, Maureen O'Connor, anunció su fallecimiento sin concretar la causa, que se repartía según las distintas fuentes entre los problemas cardiacos y otras dolencias que empezaron a surgirle a raíz de un trasplante de riñón en 2009, obligado por la hepatitis C que padecía. Su indisposición los dos últimos meses le había obligado a suspender una gira por distintos puntos de los Estados Unidos.

Natalie Maria Cole nació para cantar , porque sólo escuchó música desde que vino al mundo. Se crió en torno al jazz en compañía de su padre y su madre, Maria Hawkins Cole, una cantante que trabajó con Duke Ellington y Count Basie. Empezó a lucir sus maravillosas cuerdas vocales con tan sólo seis años, acompañando a su padre en las melodías de Navidad. Se estrenaría profesionalmente a los once, interpretando canciones de Ella Fitzgerald y Dinah Washington, aunque no fue hasta los veinte cuando fijó su personalidad en un género, el rhythm & blues (R&B), en el que se consagró con el single «Será así (Un amor eterno)». Poco después, logró sus primeros reconocimientos, al obtener dos Grammys con «Inseparable» y «Señora sofisticada», en 1975 y 1976.

El abuso de las drogas la convirtió pronto en una mujer aferrada al piano con el que acompañaba su extraordinario don para la canción. Los años 80 fueron su prueba de fuego profesional y casi su tumba. Después de iniciarse con el LSD y la heroína, un submundo por el que se fue despeñando por la añoranza hacia su desaparecido padre, cayó en una tremenda adicción a la cocaína que sólo pudo superar después de dos intentos en una clínica de desintoxicación. Así describió en la biografía que publicó años después, en 2001, su caída y resurrección, que convirtió a Cole en uno de los ídolos caídos de la sociedad norteamericana: «Era una adicta. Todos los días tenía que ver la peor imagen de mí misma. La prensa no genera compasión por quienes están hundidos. Sin embargo, la mejor forma de vengarme fue sobrevivir, levantarme y contar mi propia historia». Su añadida confesión de que fue violada de pequeña y que se prostituyó mientras era presa de las drogas conmovió a Estados Unidos.

El momento memorable llegó en 1991 . Tan inolvidable como el título de su genial dueto virtual con su padre, Nat King Cole, «Inolvidable… With Love». Cinco semanas de número uno, seis Grammys más de una tacada y 14 millones de copias vendidas en todo el mundo. Los años 90 representaban su estado de gracia profesional, que se reflejó en una una exitosa de discos basada en el jazz.

Con los dos siguientes álbumes, «Echa una mirada» y «Holly & Ivy», logró idéntico reconocimiento, el disco de oro. El de platino estaba reservado para «Stardust» , en 1996. Y poco después, presentaba otro dúo con su padre, en una versión con arreglos de «Cuando me enamoro», portador de otro de sus Grammys.

Su vida matrimonial y familiar también fue agitada. Contrajo matrimonio las mismas veces que se divorció: tres. Y siempre después de un compromiso poco duradero. La primera vez, en 1976, con el compositor y productor Marvin Yancy, quien le guió por las creencias religiosas bautistas, que nunca abandonaría. Con él tuvo su único hijo, Robbert Adam, «Robbie». Su segundo marido fue el baterista Rufus Andre Fischer, con quien apenas duró seis años. El obispo Kenneth Dupree resultó ser su última experiencia matrimonial.

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