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Mariah Carey exhibe poderío de diva en Pedralbes

La cantante se estrenó en Barcelona con un ágil y dinámico repaso a sus grandes éxitos

Mariah Carey, anoche durante su actuación en Pedralbes Sergi Paramés
David Morán

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A Mariah Carey, para qué nos vamos a engañar, es muy fácil tomársela a guasa. O, dicho de otro modo, cuesta una barbaridad tomársela en serio. ¿Cómo hacerlo cuando ella misma ha puesto no poco empeño en autosabotearse artísticamente y sepultar su talento bajo capas de purpurina multicolor, delirantes conciertos navideños y caprichos de diva pasada de rosca? Cualquiera que se asome a Google sabrá de lo que hablamos: titulares demenciales sobre sus perros, desafines épicos en Times Square, gastos astronómicos en clínicas de estética o tiendas de lujo cargados en las tarjetas de sus asistentes…

Otra cosa es que, después de casi dos décadas de naderías discográficas y álbumes tirando a ñoños salpicados aún por el gafe de «Glitter», la neoyorquina se acabe de descolgar con «Caution», su mejor disco en un buen puñado de años, por lo que su debut de anoche en Barcelona en el Festival Jardines de Pedralbes tenía algo de moneda lanzada al aire que, tanto monta, incluso podía caer de canto.

Y por más que la casi media hora de retraso con la que salió a escena no hiciese presagiar nada bueno, al final la cantante sacó a relucir su arsenal de hits para reivindicarse como superdiva de vozarrón huracanado, prodigiosa dicción melismática y, si nos olvidamos por un rato de los baladones, adhesivo poderío funk. Una diva presa de su propio personaje y atrapada en el tiempo, sí, pero diva al fin y al cabo.

Arropada por cuatro bailarines, cinco músicos y tres coristas, la cantante apareció pegada al R&B sintético de «A No No», descorchó «Dreamlover» en cuanto pudo y para cuando «Anytime You Need A Friend» condujo al primer cambio de vestuario y Mariah pasó de burbuja Freixenet a Jessica Rabbit con neones luminosos, ya había quedado claro que su voz, con sus agudos desmadrados y esas cabriolas gimnásticas reventando audímetros, seguía en plena forma.

Así, maniobrando de los vapores de «One Sweet Day» al pegajoso estribillo de «Always Be My Baby» y de las bases futuristas de «Caution» y «Stay Long Love You» a la épica romántica de una «My All» que amagó con cantar en castellano (pero no), la diva dejó en el camerino su colección de excentricidades para exhibir poderío vocal y catálogo de éxitos.

Sí, hubo cambios de vestuario, patinazos disco con los bailarines disfrazados de motoristas con lentejuelas (o de Daft Punk de saldo, a saber) boas de plumas y baladones ardorosos como «Love Takes Time», pero comparado con el dislate navideño que trajo el año pasado a Madrid, lo de anoche fue un dechado de ritmo (en hora y poco ya se había zampado todo el concierto) y saber estar. Una, según se mire, lección de sobriedad (el kitsch lo debe reservar para su residencia en Las Vegas) rematada por el cosquilleo de «Touch My Body» y la inevitable «Hero», despedida y cierre a la que Mariah añadió una inflamadísima «Without You», power ballad de manual cortesía de Nilsson con la que dejó bien planchaditas a las 2.300 personas que acudieron a su llamada.

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