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La heterodoxia flamenca se adueña de Londres

Israel Galván y Eva Yerbabuena abren el Flamenco Festival con dos arriesgados e innovadores espectáculos

Israel Galván, en un momento del espectáculo HUGO GUMIEL
Julio Bravo

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Quien se haya acercado por primera vez al flamenco con uno de los dos primeros espectáculos que ha presentado en el Sadler's Wells londinense dentro del Flamenco Festival, se habrá vuelto a casa con una imagen absolutamente distinta de la que llevaba en la cabeza. De hacer añicos los tópicos y las ideas preconcebidas se han encargado Israel Galván y Eva Yerbabuena, dos de los más grandes artistas actuales de nuestro baile, con dos espectáculos, «Fla-co-men» y «Apariencias» respectivamente, con un embriagador perfume flamenco envuelto en dos propuestas contemporáneas, arriesgadas y profundamente heterodoxas.

«El flamenco está cambiando». Lo dice convencido Miguel Marín, creador y director del Flamenco Festival, en el que lleva hurgando más de veinte años para ofrecer al mundo (desde Estados Unidos a Australia, desde Japón a Gran Bretaña) lo más rancio y lo más novedoso de este arte, sin duda uno de los grandes patrimonios -y, sin duda ninguna, su más destacado embajador- de la cultura española. El Sadler's Wells, el gran templo de la danza en Londres, que ha visto desfilar por su escenario, al margen de a las más grandes figuras y compañías, manifestaciones artísticas de las más diferentes culturas, le tiene reservado un hueco todos los años al flamenco; por algo será.

La fuerza y el atractivo del baile flamenco son directamente proporcionales a su capacidad de adaptación a la contemporaneidad, a la elasticidad de sus formas. De demostrar esta teoría se han ocupado en Londres Israel Galván y Eva Yerbabuena, que han logrado convencer al público británico con su baile. En los dos, un denominador común: la calidad, la búsqueda de la perfección formal. Tanto Israel como Eva, punta de lanza del baile flamenco actual, comparten, cada uno desde posiciones diferentes, antagónicas incluso, la misma curiosidad, la misma inquietud, el mismo afán de perfección, el mismo deseo de romper reglas externas. Y, cada uno a su manera, destrozan las costuras y se salen del traje que la tradición y la costumbre le ha cosido al baile flamenco.

Los dos son artistas heterodoxos , pero exudan flamenco; no hay un solo gesto en su baile que no lleve su perfume; más rompedor, más iconoclasta, si se quiere, en Israel, y más ceñida a la tradición y a las formas en Eva. Pero con el ancla bien firme en el magisterio ancestral de los grandes nombres del flamenco. Y con la esencialidad como Norte.

«Fla-co-men» es un juego. Un juego genial, como genial es Israel Galván. Pocos artistas hay con sus condiciones, con su musicalidad. Su movimiento posee una armonía natural que le convierte en un bailaor absolutamente único. Pero esta es solo una parte de su valor, la base sobre la que construye un espectáculo que es al tiempo una evolución en su trabajo y un punto y aparte. Lo decía, sudoroso y satisfecho, en la puerta de su camerino minutos después de concluir la función. «Es una bisagra en mi carrera». Con ella se ha querido escapar del marco de las convenciones. Lo hace de una manera siempre desconcertante, imprevisible, jugando con los espectadores constantemente: con silencios, con oscuros, con palabras. Israel convierte el escenario en un caos controlado en el que todo puede suceder, en un circo de tres pistas con la segura red de su sabiduría y de su calidad (sin olvidar, claro, la de los músicos-cómplices que le acompañan).

Las apariencias engañan, dice el refrán. Y cuando se levanta el telón de «Apariencias», el espectáculo que ha presentado Eva Yerbabuena, los ojos se pueden llevar a engaño . Hay una cascada de sensaciones, de imágenes y sonidos, en los que es difícil reconocer el acento flamenco. Pero su voz se va haciendo más y más nítida, hasta que es la única que se escucha en un por momentos Babel de lenguajes. La voz de la maravillosa artista de origen guineano Alana Sinkëy evoca lenguajes y territorios lejanos, que subrayan las máscaras, las calaveras o las incomodadoras imágenes. Pero los flecos de un mantón, la flor en el pelo o la rabia de los tacones devuelven al espectáculo -rabioso, denunciador, rebelde- a sus raíces. La paz está en el arte, en el baile, en el flamenco. Y Eva Yerbabuena, que se rodea de bailarines de muchos quilates como Christian Lozano o David Coria, emerge a través de su baile arcano y asentado con una soleá que abrocha al público y en la que destila toda la calidad y sabiduría de una de las mayores figuras de la danza española de las últimas décadas.

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