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Elvis Costello, la exquisita ironía aplicada a la propia vida

El músico británico publica sus pormenorizadas memorias en «Música infiel y tinta invisible»

Elvis Costello Mary McCartney
Pablo Martínez Pita

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Empieza a ser raro el músico veterano que no se decide a escribir sus memorias. Las hay de todo tipo: las que reflejan los excesos sobrehumanos de las estrellas del rock, como las de Keith Richards , Ozzy Osbourne o Steven Tyler; las sesudas como las de Bob Dylan ; las rencorosas (Morrissey) y las que sirven de exorcismo emocional, como las de Eric Clapton o Pete Townshend . Le ha tocado el turno a Elvis Costello , y el resultado tiene un alto valor literario. Al fin y al cabo, se trata de uno de los grandes letristas del pop británico, autor de canciones como «Alison», «Oliver’s Army», «Man Out Of Time» o «She», requerido por el mismísimo Paul McCartney para poner letra a sus canciones.

Esta última circunstancia, tener buena pluma para el pop, no garantiza un libro ameno, sobre todo cuando nos enfrentamos a 800 páginas. Pero sí, Declan MacManus (Londres, 1954) , nombre real de Elvis Costello, posee una gran dosis de ese humor inglés que convierte la lectura de «Música infiel y tinta invisible» en muy amena, además de interesante para el fan y el amante de la música. Un ejemplo: cuando le llamaron para colaborar con McCartney comenta: «No supe muy bien qué esperar, pero, como su última colaboración había sido con Michael Jackson , me pregunté si me tocaría aprender a bailar».

Comentarios como este salpican sus memorias. A grandes rasgos sigue un orden cronológico, pero el discurso consta de continuas referencias con las que camina hacia atrás y hacia delante. De hecho, su nacimiento no tiene lugar hasta el capítulo seis. Pero para aquel entonces, ya nos hemos hecho una idea bastante clara de los dos pilares de su inclinación por la música: su propio padre y los Beatles.Una buena parte de esta autobiografía tiene como protagonista a su progenitor, Ross MacManus , cantante y trompetista. A sus espectáculos en salones de baile, con la. De esa época se quedó con la impresión de que un músico es una persona con traje y corbata.

Y llegaron los Beatles

Sus padres se divorciaron por culpa de la, por lo general, disipada vida del artista, pero antes de que esto ocurriera en su casa entraban discos en los que en la carátula solo ponía Parlophone y que su padre tenía que aprender para luego interpretar en el escenario. Según Costello, nunca prestaba demasiada atención a estos álbumes, hasta que en enero de 1963 llegó «Please Please Me» , de los Beatles . «En aquel momento, no sabía qué palabra utilizar para describir esa música, pero decir que era excitante y desconcertante no le hace justicia» .

Fue como un clic que sonó en su cabeza. Los siguientes éxitos de los Fab Four fueron entrando con puntualidad británica en su hogar. Ya en los años setenta padre e hijo llevarían carreras paralelas. Una época confusa: predominaban en el pop artistas con pelos sometidos a la laca, botas de cuero y trajes absurdos, moda que seguía por aquel entonces Ross McMacnus («comenzaba a parecerse al Peter Sellers de ¿Qué tal, Pussycat?»), y chocaba con la imagen más seria de su hijo como pionero de la new wave, como si hubieran invertido sus roles. Por otro lado estaba el punk, con su estética rebelde.

En un intervalo de ocho años se escalonaron la psicodelia, el rock progresivo, el glam, el pop más empalagoso, la música disco. la nueva ola... Una revolución sonora sin parangón.

Al final, Costello cuenta con amargura que su padre, el día que murió, fue recordado por los periódicos únicamente por el ser el que puso la voz en una canción publicitaria. «Todos los otros logros de su carrera quedaron marginados cuando la prensa popular resumió su carrera bajo el titular “muere el cantante de la Secret Lemonade”», escribe. «Era mucho mejor cantante de lo que tú serás nunca», le decían de vez en cuando los taxistas de Londres. «Jamás lo discutí».

De las sesiones orquestales a las que asistía en su infancia también quedó un poso impagable: su amplitud de miras estilísticas. Jazz, country, el sonido de la Motown y el folk fueron tomando una importancia creciente en su producción. Por eso Elvis Costello ha grabado junto a artistas tan alejados del éxito masivo, pero tan prestigiosos como Allen Toussaint , Burt Bacarach, Bill Frissell, T Bone Burnett, Lucinda Williams , Emmylou Harris... e incluso un crepuscular Chet Baker , a quien abordó tras un concierto para pedirle su colaboración en el tema «Shipbuilding» , en 1983.

Junto a estas experiencias, hay espacio para hablar de sus mujeres -la actual es Diana Krall -; también asistimos a los difíciles comienzos de su carrera, cuando compaginaba su trabajo con ordenadores prehistóricos para la firma Elizabeth Arden con actuaciones en pequeños clubes; la formación de su banda de acompañamiento entre 1978 y 1986, The Attractions: un sinfín de encuentros y anécdotas con artistas a los que dedica comentarios admirativos o menos amistosos... y el proceso de gestación de un gran número de canciones: de dónde surgió la idea, en qué momento, en qué lugar exacto y qué quería decir con sus versos. No elude su fobia a las entrevistas, ni tampoco la creación de un personaje poco amistoso -afirma que el hueco entre sus dientes incisivos le dan un aspecto agresivo- que le ha acompañado durante muchos años.

Incluye un episodio vergonzante de 1979, cuando, borracho y de forma estúpida, deslizó insultos racistas hacia R ay Charles y James Brown , dos de sus ídolos. «Estamos hablando de una de esas manchas que nunca llegan a desaparecer, de un borrón formado por hechos poco claros que de vez en cuando sigue empañando tu reputación (...) Las palabras siempre habían sido mis amigas. Yo ahora las había traicionado», reconoce en el libro. Ahora parece definitivamente reconciliado con ellas.

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