Historias de la Quincena donostiarra
En la recta final del festival actúa la Orquesta Filarmónica de Rotterdam, bajo la dirección de Yannick Nézet-Séguin, el Orfeó donostiarra y el pianista Emmanuel Ax
alberto gonzález lapuente
Hay un algo contradictorio en la Quincena Musical donostiarra de este año. Por un lado se percibe una alegría en el ambiente propia de quien alcanza las 75 ediciones, quizá impensables aquel agosto de 1939 en el que la sinfonía «Incompleta» de Schubert puso la ... primera piedra al más veterano de los festivales musicales españoles. Del otro, un cierto aire de contención que se hace evidente en la imagen gráfica del propio festival, organizada en torno a un cartel estrictamente negro, prudente, tristón, más evocador del silencio que de una programación trabada alrededor de músicas sonoras y sólidos intérpretes.
Cercana ya la clausura de la Quincena, ha venido a confirmarlo la veterana Orquesta Filarmónica de Rotterdam , especialmente promocionada desde que Yannick Nézet-Séguin se responsabilizara de su dirección musical. El director es uno de los nombres más relevantes de la última generación como bien demuestra un currículo envidiable del que forman parte algunas grabaciones muy bien posicionadas. Sin duda Nézet- Séguin encarna valores modernos: pujanza, renovación, una vitalidad contagiosa e inmediatez. Y la de Rotterdam, siendo una orquesta de gran corrección, se crece ante él pareciendo importante.
Aunque sólo fuera por esto ya pueden considerarse interesantes sus conciertos en Donostia. Incluso, por el potencial acumulado en interpretaciones en las que adquiere valor semántico el contraste dinámico, con fuertes muy poderosos y pianos sutiles, la La Orquesta Filarmónica de Rotterdam fue dirigida por Yannick Nézet-Seguinarticulación concisa y marcada, lo súbito y lo entusiasta. El símil pictórico es evidente: Nézet-Séguin domina la perspectiva lineal propia de los buenos dibujantes pero no tanto la perspectiva aérea. Aquella que genera ambiente, la que añade aire a la obra, la que coloca la música en una dimensión narrativamente embaucadora.
Ante el «Réquiem» de Verdi fue evidente pues la versión se recreó en el efecto, fácil ante la bien explotada capacidad del Orfeón Donostiarra para recogerse en un hilo de voz y al tiempo prodigarse en una rotundidad monumental. El cuarteto vocal (Nylund, Cargill, Pirgu, Petrenko) cumplió con suficiencia. En esa línea estuvo el pianista Emanuel Ax responsable del primer concierto de Brahms, una obra menos favorecida por el estilo incisivo de Nézet-Séguin y el más lineal del solista. Mucho mejor la «Scheherazade» de Rimsky-Korsakov pues su discurso inspirado en «Las mil y una noches» es más directo y colorista. Es decir, abierto al lucimiento de una orquesta y un director cuyo paso por la Quincena donostiarra ha permitido conocer la verdad del cuento.
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