Apoteosis «verista» en Peralada
La ópera «Andrea Chénier», con Marcelo Álvarez, Carlos Álvarez y Csilla Boross, consigue un éxito sin precedentes en el Festival ampurdanés
pablo meléndez-haddad
Montar una ópera tan compleja, con tantos personajes, orquesta sinfónica, coro, ballet, figuración, cuatro espacios escénicos y cientos de trajes, zapatos y pelucas, es una osadía para un evento veraniego. Pero en ese riesgo está la magia de la ópera, y si todo sale rodado, ... como sucedió el sábado en el Festival Castell de Peralada, el éxito, el triunfo, la apoteosis, es doblemente gratificante. Porque «Andrea Chénier», la obra maestra de Umberto Giordano y cumbre del repertorio «verista», consiguió alta tensión artística y un baño de emoción en su primera comparecencia en la historia del evento: al final del espectáculo algunos trabajadores del Festival no podían contener las lágrimas al comprobar que los esfuerzos no habían sido en vano.
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Los intérpretes –e incluso sus familias- también se tuvieron que secar los lagrimones, al igual que una emocionada Carmen Mateu de Suqué, alma de este enclave de la cultura. El tenor Marcelo Álvarez, la soprano Csilla Boross, el barítono Carlos Álvarez, el maestro Marco Armiliato y el director de escena Alfonso Romero Mora tiraron de un carro fantástico que iluminó la noche de la Costa Brava con talento y pasión, un trabajo bien hecho –y en tiempo récord- que caló en el corazón de un público que ovacionó a todos los intérpretes.
Secundarios de lujo
Pero los antes citados eran solo la punta de un iceberg que se sostenía en unos secundarios de auténtico lujo –espectaculares Francisco Vas, Vicenç Esteve, Mireia Pintó, Valeriano Lanchas y Àlex Sanmartí, todos espléndidamente dirigidos- en una figuración impecable y, sobre todo en unos cuerpos estables del Gran Teatre del Liceo –orquesta y coro, el cual, este último, despedía a su director, José Luis Basso- que brillaron por profesionalidad y sapiencia, al máximo nivel. Porque la noche fue mágica.
La propuesta escénica de Romero Mora –que podrá verse en la ABAO bilbaína en futuras temporadas- llegó cargada de ideas y de guiños teatrales, pero, más que nada, destilaba absoluto respeto por el libreto y por los cantantes, dándoles el merecido protagonismo y haciendo ópera desde el corazón, sin miedo y con honestidad.
Marcelo Álvarez aportó un Chénier tan viril como tierno, brioso y enamorado, de canto inmaculado, y Csilla Boross una Maddalena defendida con un vozarrón fascinante y bien dominado, dibujando un personaje que, sin embargo, iluminaba por su fragilidad. Y Carlos Álvarez ... Emocionante hasta las lágrimas su Gérard servido con un canto impoluto, poderoso, generoso hasta la extenuación, defendiendo con un talento inigualable el trono del barítono más importante de la lírica española.
Sin duda ayudaron a iluminar la noche ampurdanesa desde allí donde estén dos ausencias que el Festival recordó: Francisco Fontanals, artífice del escenario de Peralada y fallecido el pasado año a quien el evento dedicaba esta producción, y el gran Carlo Bergonzi , el tenor de los tenores que el día del estreno partía a reunirse con los más grandes de la lírica en el Olimpo operístico.
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