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El tenor y la luna de Peralada

La clásica cita catalana inaugura el verano musical

El tenor y la luna de Peralada efe

PABLO MELÉNDEZ-HADDAD

La inauguración del Festival Castell de Peralada (Girona), el pasado viernes 11 , nuevamente se transformó en un encuentro de la sociedad civil catalana, de la política, la cultura y el empresariado. La tramontana, como también la luna llena, hizo acto de presencia, y con fuerza, durante toda la velada, refrescando e iluminando una noche mágica que se convirtió en una especie de cónclave de alcaldes de la zona al comparecer casi la totalidad de los ediles de las poblaciones del Ampurdán, incluyendo, además, al alcalde de Barcelona, Xavier Trias, y al conseller de Cultura de la Generalitat, Ferran Mascarell.

El concierto fue definitivamente de menos a más: a priori comenzaba a lo grande, con el aria del último acto de «Lucia di Lammermoor» a cargo del laureado tenor polaco Piotr Beczala, pero sorprendió la pobre prestación de una orquesta en baja forma y una voz que parecía querer guardarse para más tarde (no se anunció, pero el cantante no se encontraba bien de salud y estaba tomando antibióticos). Erika Grimaldi, reemplazando a la previamente anunciada Sonya Yoncheva, escogió para romper el hielo nada menos que la escena de Mathilde del «Guglielmo Tell» de Rossini, una pieza nada popular y poco apta para la ocasión, aunque fue cantada con gusto por una voz bien timbrada y colocada pero de discreta proyección, sin garra, sin llegar nunca a deslumbrar por cauta y cuidadosa, elementos que en una inauguración como esta deberían estar prohibidos.

La Orquestra de Cadaqués, en un tiempo una de las mejores del país, demostró atravesar por su peor momento, capitaneada en esta ocasión por un director, Marc Piollet, que no pudo contagiar a sus músicos al menos en la primera parte de la velada dedicada a autores italianos (prueba de ello fue el grisáceo «Intermezzo» de «Cavalleria rusticana»), con un Verdi descafeinado que solo salvó el entusiasmo que Beczala siente por el protagonista de «Un ballo in maschera», personaje que incorporará próximamente. En la escena final de «La Bohème» pucciniana la orquesta luchó por estar a la altura consiguiendo apaciguar tímidamente la tramontana en el dúo final y más que nada gracias a la grandeza melódica de Puccini.

En la segunda parte, muy concentrada en el repertorio francés salvo por las intervenciones solistas de la soprano -que insistía en lo italiano y con un repertorio nada corriente en una gala de esta índole-, subió el nivel general aportando momentos mucho más conseguidos, sobre todo por el entusiasmo evidente de Beczala ante estas joyas del romanticismo galo. Su Roméo y su Werther fueron, lejos, lo mejor de la noche, ahora muy bien apoyado por un Piollet mucho más en su salsa. De hecho las ovaciones más cálidas se escucharon a partir de las piezas de Gounod y Massenet, para terminar con el público entusiasmado y agradecido por las dos jugosas –y festivaleras– propinas, los dúos más festivos de «La viuda alegre» y «La Traviata».

Con la oferta del Festival de Peralada, el clásico del verano, arranca definitivamente el estío musical español.

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