ópera
Sugestiones de ida y vuelta
alberto gonzález lapuente
La música de Wolfgang Rihm ha tenido en Madrid actuaciones memorables en cercanía a su inquietante colección de cuartetos o a la meticulosa obra para piano. No es exagerado decir que es un viejo conocido, aunque lo sea de forma inevitablemente parcial dada la capacidad ... creadora de un autor de obra tan prolija y diversificada. Entre todos los géneros, la música escénica es la menos transitada , de ahí lo relevante de la puesta en escena de «La conquista de México» en la actual temporada del Teatro Real, en una nueva producción que sirve como estreno español de la obra. Anoche se ofreció la primera de las ocho representaciones previstas.
Pero saldar el descubierto con Rihm no es la única razón que convierte esta propuesta en algo importante. El impulso creativo del compositor se ha desarrollado siempre en cercanía al teatro. Obtuvo el reconocimiento internacional en 1978 con «Jacob Lenz» y cierra el círculo, por ahora, con «Dionysos», estrenada con notable éxito en el Festival de Salzburgo de 2010. Entre medias queda «La conquista de México» que antecede a esta última «fantasía operística» en ocho años si bien comparte con ella algunos rasgos interesantes. Ambas parten de una narratividad apoyada en las ideas y no en los hechos , y las dos hacen valer una capacidad para la recreación verdaderamente intensa. En cercanía al teatro es donde Rihm desarrolla esa «emoción llena de complejidad» con la que se puede dar satisfacción y mucha al espectador curioso.
Pero hay más similitudes. Por ejemplo la presencia en Madrid del director teatral Pierre Audi, viejo colaborador del músico, quien propone una soberbia realización apoyada en la escenografía de Alexander Polzin. Trabajo de síntesis, teatro de concentración, puerta hacia lo oculto de una mitología quintaesenciada, insondable y atávica. La visualidad que ambos construyen da una dimensión trascendente a la obra incentivando la propia singularidad estética de Rihm, y su afán por escribir música de ancha expresividad e intensa sustancia. Luego sucede que esta es algo comedida pues depende en su conclusión de la versión musical que propone el maestro Alejo Pérez, quien desarrolla un trabajo de concertación extraordinario dada la complejidad técnica de la obra, pero quien no acaba de poseer el arrojo de la partitura en toda su dimensión.
Cuenta con la calidad de sus colaboradores pues tanto Georg Nigl como Nadja Michael, Hernán Cortés y Montezuma, dan muy bien la talla por presencia y vocalidad, al igual que las álter egos Caroline Stein y Katarina Bradic situadas en los palcos laterales. Con ellas, con la grabación hecha por el coro titular y otros músicos de la orquesta del Teatro Real colocados en diversos lugares del teatro se desarrolla la especialidad sonora, que es un aspecto esencial de la obra. Se puede degustar en el presagio inicial a cargo de la percusión mientras se observa un elocuente telón de Polzin y por el patio de butacas entran Cortés y los suyos, o durante la masacre de españoles y aztecas, tan bien descrita teatralmente por Audi. Para entonces, todavía queda el dúo final, el punto culminante de una obra que, paradójicamente, haciendo música de lo lancinante acaba por volatilizarse en el silencio.
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