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110 motivos para admirar a españa

La guitarra española, instrumento universal

En el siglo XVII se coló en los salones reales desplazando al laúd y a la vihuela

La guitarra española, instrumento universal reuters

manuel ríos ruiz

Siguiendo las teorías del investigador y guitarrista Manuel Cano, bajo el apelativo de Guitarra Española, es conocida en todo el mundo la guitarra de cinco órdenes, atrayendo la atención de músicos dedicados a otros instrumentos y permitiendo en una amplia labor de investigación que fueran estudiados en sus diversas formas los efectos sonoros que podía ser obtenidos. Y por obra y gracia del poeta rondeño Vicente Espinel entra la guitarra en su primera época de oro, gracias a las muchas aportaciones que en ella y para ella se van sucediendo.

Podemos extraer entre ellas la más importante, la publicación de «Pequeño Tratado para Guitarra Española de Cinco Órdenes» (Barcelona, 1586), de Juan Carlos Amat. Y, si modestas eran las pretenciones de este breve tratado, su utilidad práctica fue tan extraordinaria que se popularizó en toda España y en el extranjero y no dejó de reimprimirse hasta bien entrado el siglo XIX.

Durante el siglo XVII es la guitarra el instrumento favorito del pueblo español, del italiano y del francés, cuyos tratadistas y estudiosos le dan un gran impulso, introduciéndose en los medios más importantes de la sociedad y de la realeza, brillando a una altura que ha desplazado al laúd y a la vihuela. La obra de mayor interés es «Introducción a la Música sobre Guitarra Española» (Zaragoza, 1674), de Gaspar Sanz, donde se mezclan paradetas, matachines, españoletas, canarias, villanos, marizapalos, ruleros y pasacalles, composiciones que recogen lo popular de la música de la época.

Aparece la sexta cuerda

Al llegar el siglo XVIII, aparece la sexta cuerda en la guitarra, una aportación del llamado padre Basilio, siendo uno de sus discípulos, Francisco Moretti, quien publica «Principios para tocar la guitarra de seis cuerdas» (Nápoles, 1782). Seguidamente, en el siglo XIX, la guitarra, que está adaptada a las técnicas del rasgueado y el punteado, adopta entonces las del portamento y el vibrato, destacando el intérprete Fernando Sor, que gozó del mecenazgo de Goya y de los duques de Alba y Medinaceli. Capitán destinado en Jerez de la Frontera, por motivos políticos tuvo que salir del país, ofreciendo conciertos por Europa, siendo adjetivado por la crítica como el Beethoven de la guitarra.

Le siguió en maestría y fama Dionisio Aguado, uno de los más pulcros y completos estudiosos de la guitarra, dando a la estampa «Nuevo método para guitarra» (Madrid, 1843), destacando en sus experiencias que el sonido en la guitarra ha de ser limpio, metálico y dulce. Igualmente dejó precisiones sobre la posición de la guitarra –a su entender– y de las manos y dedos, en las formas de atacar las cuerdas y otras recomendaciones. Y, llegado el siglo XX, aparecieron tres grandes concertistas: Regino Sáinz de la Maza, Andrés Segovia y Narciso Yepes, que cautivaron a todos los públicos, primordialmente interpretando piezas de música clásica famosas, entre ellas su exponente máximo: el «Concierto de Aranjuez», de Joaquín Rodrigo, sobresaliendo también en los programas composiciones de Isaac Albéniz, Enrique Granados y Francisco Tárrega.

La guitarra flamenca

En cuanto a la guitarra flamenca, su toque, su aire, es libre y vagabundo y, sin embargo, la realidad es que está aprisionado en una inexorable vestidura rítmica, en un compás que varía según los estilos, pasando del rasgueado a las falsetas. Por todo ello, la guitarra ha cumplido en la historia del arte flamenco un capítulo de singular importancia, algo fundamental y clave, una labor digna de encomio al dar salida y entrada de la copla, al cante y cerrar los últimos tercios. Máxime si tenemos en cuenta que los tocaores flamencos –salvo rarísimas excepciones– no leen música, sino que saben música por intuición, a través de una extraña y luminosa disposición de su sensibilidad. De ahí que la improvisación del tocaor flamenco sea continua. Una improvisación que, por otra parte, es la causa de la riqueza expresiva de la guitarra flamenca, incomparable en el ámbito universal de la música, para asombro de propios y extraños, y parte importante de que el flamenco haya sido nombrado Patrimonio de la Humanidad.

La nómina de guitarristas flamencos es sumamente extensa a partir del granadino El Murciano (1795-1848), quien asombró con su arte al compositor ruso Glinka. Le siguieron, entre otros, payos y gitanos: el Maestro Patiño, el Maestro Pérez, Paco El Barbero, Paco de Lucena, Miguel Borrull, Amalio Cuenca, el Maestro Bautista, Salvador Ballesteros, Ramón Montoya, Carlos Montoya, Melchor de Marchena, Niño Ricardo, Esteban de Sanlúcar, Sabicas, Currito de la Jeroma, Manuel Cano, Mario Escudero, Juan Serrano, Manuel Morao, Juan y Pepe Habichuela, Andrés Batista, Serranito, Paco Cepero, Manolo Sanlúcar, Parrilla de Jerez, Paco de Lucía, Enrique de Melchor, Gerardo Núñez, Moraíto, Rafael Riqueni y Vicente Amigo. Guitarristas, la mayoría de ellos, que han alternado sus actuaciones de acompañamiento del cante y del baile con giras de conciertos.

La guitarra española ha sido glosada por poetas y escritores. Recordemos que José María Pemán la llamó «desnudo sonoro». Y Tomás Borrás escribió: «Guitarra del pecho roto,/ estás hecha al sentimiento./ La prima grita la herida,/ el bordón dice el misterio./ Tu canción es preludio/ preludiar eterno./ melancolía de la muerte./ anhelo, angustioso anhelo/ y dolor indefinido,/ y locura de noche y deseo,/ palabras sin sentido en las falsetas./ y sollozar de rasgueo». La dimensión musical y asombrosamente variada de la guitarra es admirada por todo el orbe. Es, por lo tanto, auténticamente lógico que signifique, indiscutiblemente, un orgullo español desde el ayer al hoy.

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