Los diez mejores discos de 2012

Los australianos dejan de ser una banda prometedora con su segundo disco para convertirse en un presente con mucho futuro que ya empieza a sonar con fuerza en nuestro país. Con Kevin Parker al frente, la banda parte del rock psicodélico creando atmósferas espectaculares como en «Apocalypse dreams». Creativa y original esta apuesta musical en la que se perciben ecos como Beatles o Pink Floyd.

Ojo, no es un recopilatorio. ¿Quién podría competir con una selección del cancionero de Leonard Cohen? Pues él mismo, por lo que se ve. Desde hacía ocho años no sacaba un disco de estudio, y en su anterior gira nos trajo sus viejos éxitos. Ahora ha ido en serio, con diez nuevas canciones que son diez joyas de poesía musicada. A su incontestable habilidad para crear canciones perfectas se une esa voz cada vez más profunda que se diría que es la de la sabiduría en sí misma. «Old ideas» son las mismas ideas de siempre, las viejas preocupaciones a las que vuelve una y otra vez, las reflexiones sobre esos temas físicos y metafísicos que esconden mil misterios, y que él se limita a desvelarnos su propia oscuridad, no dándonos sino más preguntas, como buen judío descreído. El viejo seductor sigue en forma, y si hubiera que citar los mejores conciertos del año, también estaría él ahí, con sus casi cuatro horas en el escenario encandilando a las masas en Madrid. Nadie dio sermones tan impecables y sensuales, y con 78 años.

Algo pasó con Kings Of Leon que se quedaron a mitad de camino. Si queremos ir hasta el fondo de la cuestión, y sumergirnos en serio en el rock sureño, en ese desgarro que se traspasa desde la música negra hasta la música blanca, ahí está Alabama Shakes. Han debutado este año con «Boys & girls», un portento de soul-rock, de energía que se focaliza en la voz de Brittany Howard, su arrolladora cantante. La historia de la banda, procedente de Athens (Georgia, EE.UU.) es como la de cualquier otra: compañeros de instituto unidos por una misma pasión y con un puñado de versiones en la guantera de la furgoneta: James Brown, Otis Redding, Chuck Berry, Canned Heat... Excelente escuela para, a partir de ahí, hacer su propia propuesta de sonido añejo, y empaquetarlo en Nashville con pocos medios y mucho entusiasmo. El resultado es como si de repente nos viniera una ráfaga de fresco viento soplado por Janis Joplin.

Puede que a algunos les moleste, pero el viejo juglar sigue cantando. Y sigue, como siempre, haciéndolo a su aire. Incluso más allá del rock and roll, o por afinar más y mejor, años antes de que Elvis y compañía empezaran a mover la pelvis. Porque Bob tira en este disco de géneros como el folk remoto, el country primigenio, el swing, o el jazz de los primeros tiempos. Tiene la voz más pantanosa que las riberas del Misisipi pero eso no le impide ponerla en primer plano en la canciones de este álbum. Hasta ahí llega su genial humor. Dylan y Tempest no crean la música popular, simple y magníficamente, la recrean.

Tampoco son los más jóvenes del abile (Paddy, su líder, ya cabalga sobre los 74 años) pero eso no significa que los Chieftains, irlandeses más de pura cepa que la Guinnes y el trébol de cuatro hojas, paren quietos. Continúan sus despampanantes giras y siguen con sus grabaciones. La última, esta Voice of de ages, sencillamente deliciosa, en compañía de gente de las nuevas hornadas como The Decemberist, Imelda May, Casrolina Chocolate Drops... El resultado es un espléndido cóctel, repleto de fantásticas canciones en las que veteranos y noveles se entienden a la perfección. Serán abuelos, pero los Chieftains hacen folk del siglo XXI.

Ya tenía las credenciales de songwriter de oro gracias una límpida discografía sin tropiezos, pero no por ello deja de sorprender, de apabullar, la nueva colección de preciosas, extraordinarias canciones, que ha dibujado M. Ward en su firmamento. Joyas casi sin pulir, que suenan como recién nacidas, de no más de tres minutos, que viajan del folk crepuscular («Clean Slate») al rock oldies («I get ideas») pasando incluso por amagos de glam (maravillosa versión de «Sweeheart» de Daniel Johnston) en un puzzle perfecto que se hace cortísimo, un álbum dotado de un equilibrio que se antoja fruto de otro pacto en el cruce de la 61 con la 49 en Clarksdale. El de Oregon puede hacer ejercicios de estilo clásico elaborados con perfecta maestría, explotar con energía atávica, perderse en melodías oníricas bañadas de libertad, torturarse en la oscuridad o renacer sonriente, que todo sabe presentarlo con un sonido puro y cristalino, trazando un puente directo con la emoción de la interpretación instintiva, humana para bien y para mal. «A Wasteland Companion» es tan bello que resulta un álbum épico, quizá el mejor de su carrera, pero resulta tan exuberante que deja la agradabilísima y acongojante sensación de que sólo lo será hasta que publique el siguiente.

Como dice la letra de la bendita estampida sónica que es «You’re the Doctor», el niño prodigio del garaje-rock tiene un problema en el cerebro. Afortunadamente, el joven Segall tiene en este género un terreno al que dar rienda suelta a ese «problema». Un insultante talento que le ha permitido facturar tres discazos de tomo y lomo en los últimos doce meses, así, sin sacarla, con el último de ellos, este «Twins», en una cumbre creativa que es ya un hito en el sagrado templo de las distorsiones fuzzeadas y con volumen al diez. El power-pop chicloso más irresistible («Would you be my love»), himnos de juventud arrastrada («inside your heart», «There is no tomorrow»), viajes retro hechos por y para San Francisco («Who are you»)… este álbum tiene lo mejor del frenetismo criminal de otros colegas de ciudad como Thee Oh Sees («The told me too») ensamblando con un geométrico sentido de la canción sobre el que se vierte un completo decálogo de hallazgos melódicos vocales que pondrían morados de envidia a los Gallagher («pues ahora no respiro», se diría que farfullarían al escucharlo). Definitivamente, después de escuchar «The Hill» uno sabe que este es el disco que hubiera convertido a John Lennon al garaje. Y eso son palabras muy mayores.

El ser o no ser de la música negra contemporánea, espacio de recreo sacudido esta temporada por los envites de Miguel y Jeremih, se ha visto revolucionado y ampliamente superado por la irrupción de Frank Ocean. Y no solo porque el de Nueva Orleans rompiese todos los tabús del hip hop al declararse bisexual, sino porque su debut de largo, “Channel Orange”, ha venido a revitalizar el R&B con el mismo ímpetu de un Prince contemporáneo. Tampoco es casualidad que a Ocean, nacido Christopher Breaux, le hayan llovido las comparaciones con Marvin Gaye e incluso Stevie Wonder: a lo largo de “Channel Orange”, su voz fluye sensual y poderosa recorriendo un majestuoso puzzle de soul, funk, electro en el que los ingredientes, conocidos todos ellos, brillan gracias a la inyección de vida e inventiva que Ocean, escritor y compositor más que sobrado, inyecta a canciones como ““Thinkin Bout You”, “Sweet Life”, “Pyramids” y “Lost”. Un nuevo faro para el música negra contemporánea.

A Kevin Rowland se le daba por tocado y hundido en la miseria desde que desarticuló la última reencarnación de Dexy’s Midnight Runners, la misma que grabó en 1985 el injustamente ignorado “Don’ Stand Me Now”, y empezó a borrarse del mapa no sin antes despedir los noventa grabando en solitario el infame “My Beauty” y asomando la cabeza ocasionalmente para grabar un par de canciones y salir de gira. Las últimas noticias, sin embargo, hablaban de nuevas canciones, una locomotora soul que volvía a ponerse en marcha y, en fin, un artista empeñado en ajustar cuentas con su propio destino, pero costaba imaginar que el británico acabaría emergiendo de su particular pozo e, impecable con su look 40’s, le sacaría brillo a su genio y reaparecería con una banda reunificada bajo el nombre de Dexys, así a secas, y un flamante disco sin edad como “One Day I’m Going To Soar”. A caballo entre el music-hall y el lamento soul, entre el espectáculo de variedades con orquesta y piano y las baladas con el corazón y el estómago en un puño, Rowland se enfrenta a sus propios demonios con un disco autobiográfico y a veces doloroso que captura de nuevo la euforia del mejor soul en piezas como “Incapable Of Love”, “Now” o “Nowhere Is Home”. Una maravilla.