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Feria del Libro de Madrid

Mircea Cartarescu: «Mi patria es la cultura europea»

El escritor rumano dio ayer la conferencia inaugural de la Feria del Libro de Madrid, en la que Rumanía es el país invitado

El escritor rumano Mircea Cartarescu, fotografiado en Madrid poco antes de la entrevista MATÍAS NIETO
Inés Martín Rodrigo

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Siendo Rumanía este año el país invitado a la Feria del Libro de Madrid , que ayer abrió sus puertas en el Parque del Retiro , pocos se extrañaron cuando se supo que sería Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956) el encargado de pronunciar la conferencia inaugural. Seguro que hubo quien se acordó de Norman Manea y Ana Blandiana –que también se dejará caer estos días por el Paseo de Coches–, pero Cartarescu es un viejo conocido en nuestro país, gracias a la encomiable labor de Impedimenta , editorial que nos regaló a un autor cuyo talento parece, aún, no tener límites.

Su poema «The west» describe la primera vez que salió de Rumanía. Casi treinta años después, es premio Formentor y hoy dará la conferencia inaugural de la Feria del Libro de Madrid, que cuenta con Rumanía, su patria, como país invitado.

Desde el punto de vista de mi experiencia interior, no he sentido ninguna transformación. Soy el mismo que cuando tenía 17 años, desde que empecé a escribir mi diario. Cuando lo releo veo que en cada una de esas etapas he sido el mismo. Muchas veces he bromeado con el hecho de que una revolución no es suficiente para modificar mi estilo. Pero es verdad que, en lo que respecta a mi vida externa, sí he recibido muchos impactos en el sentido positivo y cambios de dirección. El evento histórico más importante que he vivido ha sido la revolución rumana, porque pude vivir la terrible experiencia de pasar de un mundo a otro; salí de un mundo que en 1989 estaba completamente destruido, en el que no se había arreglado nada en diez años, todo estaba en ruinas y oxidado, yo no había podido viajar nunca, y llegué al centro de Nueva York.

Eso fue en el año 90, ¿no?

Sí, así es. Se puede imaginar el shock cultural que sufrí. Recuerdo mi primera mañana en Nueva York, rodeado de rascacielos, caminando por la calle como si hubiera llegado al paraíso. Este estado de exaltación duró los tres meses que estuve en Estados Unidos, en el programa de escritores de la Universidad de Iowa. Pero luego también me di cuenta de que, de hecho, tampoco pertenecía a ese mundo, y fue entonces cuando escribí el poema al que usted se refiere. Es un poema que, en cierto modo, es el equivalente al de T. S. Eliot «El viaje mágico», con los tres reyes magos que viajaron siguiendo la estrella, encontraron el lugar de nacimiento de Jesús y se dieron cuenta de que no podían transformarse en cristianos, pero tampoco podían seguir siendo paganos. Yo sentí esa misma experiencia, de estar entre dos mundos, así que es un poema esencial para mí.

Tuvo que esperar cuatro años para que su primera novela se publicara en su versión completa, libre de censura. Sólo un año después, cayó el régimen de Ceauşescu. Lo cuenta en el tercer volumen de «Orbitor». ¿Qué recuerda de aquellos días?

El momento de empezar a ser traducido fue trascendental en mi vida, porque en el mundo comunista no podía ser traducido. En los años 90, yo ya tenía cierta popularidad en Rumanía; me conocían como poeta y había publicado ya algo de prosa. Pero el mundo literario me empezó a conocer cuando salí al exterior. Desde las primeras traducciones me di cuenta de que mi literatura tenía un potencial y un carácter universal. Entonces, me concentré en potenciar mi carrera en el exterior y, al cabo de un tiempo, empezaron a llegar los resultados. Los premios no representan el objetivo de mi escritura, aunque son un acicate importante.

¿Y cuál es el objetivo de su escritura?

Creo que es la misma respuesta que daría cualquier escritor: el conocimiento de uno mismo. Yo me puedo imaginar perfectamente situaciones de no poder publicar nada, por motivos diferentes, pero no me puedo imaginar sin escribir. Escribiría aunque fuera el último hombre en la faz de la Tierra, porque escribo para mí y sobre mí.

Pero en sus artículos demuestra un claro compromiso político. Entiendo que defiende el papel activo del creador, del artista, en la sociedad.

Establezco una diferencia nítida entre mi escritura imaginativa y mi escritura de implicación en la vida pública. Escribo las novelas, los poemas, las historias, a mano; escribo en cuadernos, como mi diario, sólo a mano y de una forma especial. Pero los discursos, los artículos, ahí donde manifiesto una actitud crítica política los escribo en el ordenador; ahí se expresa una personalidad diferente. Soy muy consciente de que no puedo ser indiferente a la injusticia, a la discriminación, a los grandes problemas del mundo actual.

¿Cree en el concepto de patria?

Para mí, hay dos tipos de ciudadanía válidos: la nacional y la supranacional. Me siento muy cercano a mi comunidad y a la lengua rumana, pero también me siento muy ligado a la identidad europea. Europa es mi segunda patria, es un elemento esencial en mi identidad personal. Así pues, creo en una patria nacional y en una patria supranacional.

¿Y qué piensa de la reactivación, en los últimos meses, de ese nacionalismo radical que amenaza la estabilidad, el futuro de Europa?

Yo creo en el mundo libre. Me afecta especialmente, me provoca mucha tristeza que sean precisamente los países del Este los que manifiestan con especial virulencia esta tendencia nacionalista. Pero soy optimista, porque creo profundamente en el concepto de Europa. Creo en una Europa unida y en su núcleo, que es un núcleo cultural.

Hablando de patrias, pero volviendo a la literatura, el lenguaje barroco es patria de Poe, de Lovecraft, de Maupassant, pero suya también.

Todos vivimos en las lenguas en las que escribimos, y todos intentamos aliar el instinto de la literatura con el genio de la lengua en la que escribimos. La literatura no es sólo una lengua, es una constelación de conceptos e ideas. Yo he vivido siempre en esa tradición europea de más de tres mil años, me siento muy orgulloso de ella. Los autores que han influido en mí pertenecen a todo el mundo cultural, sin diferencia alguna de época o espacio geográfico. Podría decir que mi patria es la cultura europea.

Asegura que no escribe novelas, sino teología, y que todos los libros deberían ser Evangelios.

Toda obra estética tiende, a su manera, a la verdad, tiende a ser algo más que un juego estético, tiende a decir algo importante sobre el ser humano y tal vez tiende a traer la salvación al ser humano. Si escribiéramos sólo con palabras, el escritor más importante sería Nabokov. Pero también escribimos con ideas e intensas emociones; a veces con sabiduría. Así que, por ejemplo Dostoievski, que no es un autor tan grande, desde el punto de vista de la palabra, como Nabokov, lo supera con creces como artista.

¿Qué entiende usted por «arte de la novela»?

Yo no soy novelista, soy poeta. En esto radica mi fuerza y mi debilidad. Nunca he sido otra cosa que poeta. Hasta los 30 años sólo escribí poesía, y luego empecé a sentir que no podía expresarme con la misma fuerza a través de los versos y pasé a la prosa, aunque de hecho seguí escribiendo poesía en forma de novela. Todas mis novelas, mis narraciones, se sostienen a través de una urdimbre de símbolos, de modo que los vínculos poéticos son más importantes que la estructura narrativa. Y esto mismo es válido para la gran parte de la prosa contemporánea. Los grandes novelistas actuales son poetas.

Su obra demanda un tipo de lectura casi sensual, por lo que tiene de acto de entrega: el lector debe dejarse llevar por la corriente de palabras, por su fluir. Es una exigencia muy alta para una sociedad que no está acostumbrada a eso, que está dominada por la falta de atención y la instantaneidad.

Yo no sé a qué está acostumbrada la sociedad, sé a qué estoy acostumbrado yo. Sí hay una sensualidad en mi escritura, pero mi esperanza es que esa sensualidad se transforme en visión. Yo no soy un autor barroco, soy un autor metafísico. Toda la sensualidad de mis libros se sublima en metafísica. «Solenoide» (su última obra) es un libro bastante ascético, que apunta al cielo y habla del destino humano en general, es mi venganza contra el envejecimiento y el paso del tiempo.

¿Le asusta el paso del tiempo?

Cuando pasas de los sesenta, el tiempo adquiere un significado nuevo, diferente. La línea de tu vida ya es descendente y tienes un cierto sentimiento de urgencia. Sientes que ya no tienes tiempo para decir cosas que habrías querido decir, y empiezas a jadear, a correr, y eso se observa también en la escritura. La escritura de «Solenoide» es una escritura de urgencia, de necesidad de decir todo lo que sabes de la vida, todo lo que has aprendido.

¿Y qué le hubiera gustado decir que no pudo?

A lo largo de cuarenta años, he tenido diferentes objetivos con mi escritura, pero me quedaba uno, que no había abordado, que era el objetivo ético. Lo estético, lo filosófico, lo metafísico sí lo había probado ya, pero la esencia de los vínculos entre los seres humanos me había interesado menos. Toda la vida me he considerado una persona individualista, pero a medida que avanzas en la vida y te vuelves más sabio, es este vínculo entre los seres humanos lo que adquiere importancia, cómo te relacionas con la gente a la que quieres, cómo te relacionas con tus semejantes. Es el tema central de «Solenoide» y es la primera vez que abordo este tema. La respuesta que he encontrado no es muy original, pero es la respuesta eterna; es la respuesta de San Pablo, de John Lennon y la de casi todos los pensadores que han pensado sobre el destino humano: el amor, que para el apóstol San Pablo era más importante que la fe y que la esperanza.

¿Era Lennon su Beatle favorito?

Si hubiéramos vivido en la misma época y le hubiera conocido, seguramente le hubiera odiado.

¿Por qué?

Porque, más allá de su genialidad artística, tenía un carácter violento y yo soy absolutamente no violento. Yo habría sido Paul McCartney o George Harrison, pero en ningún caso John Lennon.

Pero le gustan los Beatles.

Me sé de memoria todas sus canciones. Son mi gran mito.

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