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María Moliner, la primera bibliotecaria

Ahora que el teatro de la Zarzuela estrena una ópera sobre la creadora del «Diccionario de uso del español», su vida cobra más vigencia que nunca

María Moliner ABC

I. MARTÍN RODRIGO

«¿Qué podía decir yo, si en toda mi vida no he hecho más que coser calcetines?». Con esa mezcla de alivio y comprensión reaccionó María Moliner cuando, en 1972, no entró en la Real Academia Española . Nacida en Paniza (Zaragoza) el 30 de marzo del año en que terminaba el siglo XIX, Moliner fue filóloga, bibliotecaria, archivera, madre, esposa y autora del «Diccionario de uso del español» . Tres mil páginas que cambiaron el curso de nuestro idioma, hoy compartido por 500 millones de hablantes, y que engulleron quince años de su vida, si bien cuando empezó pensó que serían unos «seis meses de trabajo».

Con 21 años se licenció en Filosofía y Letras y al año siguiente ya era funcionaria de Archivos y Bibliotecas. Durante la Segunda República trabajó en las Misiones Pedagógicas y fue una de las responsables de la puesta en marcha de las bibliotecas populares . De hecho, no vendría mal releer, de vez en cuando, aquellas «Instrucciones para el servicio de pequeñas bibliotecas» que Moliner redactó con esmero, prueba de su fe en la cultura como vehículo para la regeneración de la sociedad.

Al acabar la guerra civil , llegaron las represalias políticas. Pese a que muchos de sus amigos optaron por el exilio, el matrimonio formado por Fernando Ramón y María Moliner decidió permanecer en España; ella perdió dieciocho puestos en el escalafón del Cuerpo Facultativo de Archiveros y Bibliotecarios, que no recuperaría hasta 1958.

En 1946, ya instalada en Madrid, pasa a dirigir la biblioteca de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales , puesto que mantuvo hasta su jubilación, en 1970. Fue esa etapa. probablemente la más dífícil de su vida, la que Moliner dedicó, por entero, a su mayor pasión: las palabras. El resultado fue esa magna obra, que la Editorial Gredos publicó, en dos volúmenes, entre 1966 y 1967 y cuya primera edición llegó a las veinte reimpresiones.

Tras morir su marido, llegó el ocaso, físico e intelectual. La arteriosclerosis cerebral la privó de su lucidez hasta su fallecimiento, el 22 de enero de 1981. Las palabras, su mayor tesoro, se borraron de su mente, aunque ella prefería pensar que no residieron nunca en su memoria.

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