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Luis Mateo Díez: «La literatura es ver el mundo desde un sitio diminuto»

El escritor y académico publica «Vicisitudes», una nueva vuelta de tuerca al universo imaginario que lleva treinta años habitando, a través de 85 historias

El escritor Luis Mateo Díez, fotografiado poco después de la entrevista, en Madrid EFE
Inés Martín Rodrigo

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Con los años, a Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942) la cabeza se le ha ido llenando de «agujeros». Como a todos. Es cuestión de tiempo. Pero él, a diferencia de muchos, procura taponarlos con la ficción, el mejor instrumento para llegar a comprender el «trastorno» que es la vida. Y a esa necesidad reparadora (en el sentido literal del término) responden novelas como «Vicisitudes» (Alfaguara), su última obra. Estamos ante 85 historias en las que el académico vuelve, una vez más, a ese territorio imaginario, poblado de ciudades de sombra, donde todo es posible.

—¿Por qué 85 vidas para narrar las «vicisitudes» de una sola vida?

—[Ríe] El lema es la idea de que, a veces, una vida es un día. El objetivo era contar 85 vicisitudes que tuvieran ese elemento de lo crucial. Lo que pasa es que los personajes tienen muchos nexos: una condición de fragilidad, una sensación de extravío, una vida interior profunda pero muy secreta, que se relacionan de manera azarosa… Están amparados y desamparados.

—Pese a no salir de ese territorio imaginario, de Celama y las ciudades de sombra, construye una exploración profunda del alma humana, partiendo de algo puramente local.

—Dando intensidad a lo que escribes, con un tono narrativo, un estilo, empiezas a encontrar la capacidad para que aquello tenga una trascendencia mayor del espacio limitado en el que se mueve.

—Esa es la virtud de la literatura.

—Claro, eso es la literatura. La literatura es ver el mundo desde un sitio diminuto. La literatura es un problema de lucidez, de capacidad y de intensidad. Lo que pasa aquí es universal, son sentimientos, emociones, sueños, infortunios, placeres… Todo está ahí.

—Y, si todo está ahí, ¿por qué hay escritores que se empeñan en mirar hacia otro lado, cuando sólo hay que saber contarlo?

—Hay que saber observarlo y hay que tener una capacidad de prospección en la mirada. El escritor es alguien que anda por ahí con todos pero ve lo que los otros no ven: una mirada, un latido a la vuelta de una esquina… El escritor tiene un sentido provisional de su existencia y una conciencia muy lúcida de la contingencia. Los sucesos que constituyen la vida humana crean unos arquetipos sustanciales, y eso es la comedia humana. Hay escritores que buscan una salida sorpresiva, pero la vida da de todo: la nada más absoluta y las tramas más complejas.

«El panorama de gente joven que está escribiendo es muy interesante. Lo que es complicado es el mundo editorial»

—Es cierto que lo cotidiano plantea retos mucho mayores.

—Sí. En mis personajes hay una defensa de la vida cotidiana que les conduce a buscar la ayuda de la rutina. Lo cual no quiere decir que no contengan elementos de una experiencia de la vida mucho más intensos que los aventureros que se van a buscar leones al África salvaje.

—¿A usted le pasa igual? ¿Es un personaje rutinario?

—En la vida he sido una persona que ha tenido una propensión enorme al desorden. Luego la vida se me ha desordenado de fuera a dentro. Los cauces de normalidad en que podía vivir se transformaron en cauces de anormalidad: la enfermedad, las contrariedades, las muertes... se me vinieron encima y formaron parte de ese desorden. He intentado ordenar un poco la vida, pero en lo privado y en lo cotidiano he buscado siempre la rutina.

—En una de sus «Vicisitudes» puede leerse: «La vida misma es un trastorno que no tiene curación». ¿Usted escribe para aliviar ese trastorno, aunque sepa que no puede curarse?

—Sí, es una de las cosas por las que escribo. Hay muchos ámbitos de vitalidad a los que uno se apunta pero no tantos de felicidad, y los escritores que nos gustan dan muchos alicientes de ese tipo. La ficción es la salvaguarda para contrarrestar las anormalidades de la vida. Hay una parte crucial del patrimonio de lo que se puede vivir que no se puede vivir porque no tienes tiempo, capacidad, ni espacio.

—Pero para eso están las novelas.

—Ahí están, sí. La ficción, no como consuelo, sino como fuente de vitalidad y para encontrar un cierto sentido a la vida y a su conocimiento. Por eso me interesa mucho el compromiso del arte con la vida. Y en la literatura me interesa mucho más el compromiso de la ficción con la vida que el compromiso de la literatura con la literatura.

«Hay escritores que buscan una salida sorpresiva, pero la vida da de todo: la nada más absoluta y las tramas más complejas»

—Usted es un gran defensor del realismo, cuyo origen está en Cervantes.

—La cervantina es la pauta de la tradición literaria en la que me inscribo. Lo que sucede en la vida y en la inmediatez de la vida, contado por alguien que ha tenido mucha experiencia de ella y que sabe recrearla, reinventarla y convertirla en propia materia de la vida.

—¿Se pregunta quiénes son sus herederos en la narrativa española?

—En mí hay una propensión al refugio, a la retirada. No pierdo el periscopio, pero al refugiarte vuelves a las relecturas, a interesarte por lo que construyó tu propio universo imaginario.

—¿Pero usted cree que las letras españolas están a buen recaudo con las actuales generaciones de escritores?

—Sí, sin duda. En la poesía más que en la narrativa, y en el teatro no digamos. La gente interesante está buscando, y es una búsqueda sin adscripción, que da un espacio de libertad muy grande. El panorama de gente joven es muy interesante, lo que es complicado es el mundo editorial. Hablo de la gente que hace seriamente lo que quiere; quienes buscan un éxito es otro problema. Vivimos un mundo muy trivializado y trivializador.

—¿Son estas «Vicisitudes» el culmen de su proyecto narrativo?

—Es un libro de llegada. Soy muy prolífico, me queda mucho por hacer y lo mejor no lo he escrito.

—No me resisto a preguntarle por las candidaturas para ocupar la silla de Ana María Matute en la RAE. Dos hombres: Federico Corriente Córdoba y José Sanchis Sinisterra.

—Eso se va corrigiendo. La Academia ha sido una institución vetusta, igual que la sociedad en la que hemos vivido: machista, menospreciadora… Poco a poco van entrando mujeres y es un reto que la Academia asume con responsabilidad. ¿Quién puede no sentirse abochornado de que en la Academia haya 45 tíos y siete señoras? Pero la sociedad es así, aunque está cambiando y en la Academia hay mucha conciencia de ello.

[Pincha en este enlace para empezar a leer «Vicisitudes»]

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