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DÍA INTERNACIONAL DE LA BIBLIOTECA

Los libros de los otros

El escritor Jesús Marchamalo vuelve, con su nuevo libro, a recorrerlas intimidades de las bibliotecas de veinte escritores españoles

Biblioteca de Bernardo Atxaga ABC

GUILLERMO GARABITO

Las bibliotecas son los cimientos de la casa del escritor . Algunas, con los años y la vida, como obras de arquitectura barrocas, semejan arbotantes cuando los volúmenes ya sólo encuentran su hueco en dirección al techo. Pese al presumible caos imperante en casi toda gran biblioteca, «los libros van siendo el único lugar de la casa donde todavía se puede estar tranquilo». Con esta cita de Julio Cortázar abre el escritor Jesús Marchamalo (Madrid, 1960) su nuevo libro, «Los reinos de papel. Bibliotecas de escritores» (Siruela/Fundación Miguel Delibes), segundo volumen de la serie que comenzó con «Donde se guardan los libros». Textos sobre sus visitas a las bibliotecas de distintos escritores que empezara a publicar, para su primer volumen, en las páginas de ABC Cultural a finales de 2007 y que después convertiría en un exitoso ciclo de conferencias.

Escritores, poetas, académicos… A todos les unen generalmente grandes bibliotecas donde, entre miles de volúmenes, coinciden gran cantidad de títulos, comunes e imprescindibles, de la literatura española y universal. Según reconoce el propio Marchamalo, esta norma «da una sensación de familiaridad» al llegar a bibliotecas ajenas. Hasta darían aspecto de ser la misma si no fuera por ese orden ininteligible , el código que escoge cada propietario para catalogarla y que muchas veces sólo el propio interesado es capaz de descifrar.

Donación al Prado

Félix de Azúa ordena su biblioteca según el nacimiento de cada autor ABC

Félix de Azúa (Barcelona, 1944) tiene clasificada la suya por orden cronológico, según el nacimiento de cada autor . Un eje que se puede observar en la parte superior del lomo en la sucesión de libros que encuentran su lugar entre unas estanterías donde falta el ensayo. Confiesa haber donado todos los volúmenes de este género a la biblioteca del Museo del Prado hace años. Hasta allí se acerca de vez en cuando a consultarlos. Esa es otra de las constantes en las bibliotecas, la falta de espacio, las revisiones constantes, las purgas en cajas de cartón. Rosa Montero (Madrid, 1951) , tras su última mudanza, tuvo que deshacerse «de dos mil o tres mil ejemplares» que fueron donados a una ONG. He ahí el otro gran problema de las bibliotecas particulares, las mudanzas . Las mudanzas son el infarto de las bibliotecas. Y, aunque ahora la escritora asegura leer a menudo en formato electrónico, «vive la sensación de estar regalando libros todo el tiempo. Libros que sigue comprando o llegan de las editoriales».

Javier Gomá, en su biblioteca ABC

Para bibliotecas inabarcables, como las de estos protagonistas, Javier Gomá (Bilbao, 1965) da la única solución en una encuesta que le hicieron hace años por la calle. A la pregunta de cuántas horas leía de media a la semana, respondió que setenta e incluso más. No hay otra solución para intentar abarcar en una vida todos los libros que el bilbaíno guarda en la suya.

Ejemplar de la «Antología poética», de Ezra Pound, que éste dedicó a Antonio Colinas ABC

De regreso a la biblioteca de Félix de Azua se encuentra a Ezra Pound en 1885. Antonio Colinas (León, 1946) también tiene al poeta estadounidense en la suya. Nada menos que un ejemplar dedicado de la «Antología poética», editada por la Compañía General Fabril de Buenos Aires. Se lo dedicó el propio Pound en Venecia en 1970 cuando fue a entrevistarle con esa cortesía que guardan los jóvenes poetas, educadísimos, con los vates consagrados.

Voyeurismo bibliófilo

Todo este tour tiene, para los letraheridos, algo de vouyeurismo bibliófilo . Gamoneda dijo de Marchamalo que es un «inspector de bibliotecas». Un cargo honorífico, como el de Cela de cartero honorario. Este, sin acreditación ni otras prebendas más que el salvoconducto a las intimidades de las bibliotecas de los escritores españoles.

Las bibliotecas se van confeccionando incluso con libros robados. A González-Ruano le prohibieron de joven la entrada en algunas librerías de viejo de Madrid por «adoptar» más de un volumen sin pagarlo. Félix de Azúa relata en el libro cómo le tomó prestado uno a su amigo Juan Benet . Una edición en inglés de «Tristram Shandy» que Benet echó en falta aquella misma noche. En este nuevo volumen se recoge el aire, las impresiones y anécdotas de las bibliotecas de David Trueba, Bernardo Atxaga, Armas Marcelo, Rosa Montero, Javier Gomá, Lorenzo Silva y así hasta un total de veinte escritores españoles.

«Cien años de soledad»

Entrevistado, el entrevistador responde como el resto de los escritores de sus páginas qué obra le ha marcado de su biblioteca: «“Cien años de soledad”. La leí en una excursión de adolescente. Después de aquella lectura volví a Madrid decidido a ser escritor». Como «inspector honorífico» , Marchamalo asegura que seguirá con el oficio. Adelanta que en noviembre emprenderá un nuevo ciclo con el Ayuntamiento de Fuenlabrada. «Si todo va bien dentro de tres o cuatro años tendremos nuevo volumen de Bibliotecas de escritores », asegura el autor.

Biblioteca de Miguel Delibes ABC

La última biblioteca visitada en el libro, a modo de colofón, corresponde a Miguel Delibes (Valladolid, 1920-2010) . La única biblioteca que el autor no recorre de la mano de su dueño pero que decidió incluir por ser el escritor que daba nombre a la fundación bajo la que se ha amparado este último ciclo de conferencias. Ya la había visitado en 1999 cuando le fue concedido el premio de Periodismo Miguel Delibes. Esta vez la recorre con Elisa Delibes, hija del escritor . La biblioteca de un autor puede ser el mejor de los epitafios. «Uno es lo que ha leído y en el orden que lo ha leído». Aparte de la colección completa de Áncora y Delfín, tiene especial protagonismo entre las estanterías los libros primeros que compró junto a su mujer: «No tenían dinero ni para colorete, pero se compraban un libro casi todos los días », recuerda Elisa. Años después, don Miguel los mandó encuadernar en piel y ahora ocupan el lugar más alto de una biblioteca que se conserva intacta.

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