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Juan Manuel de Prada: «Para ser escritor de mérito tienes que ser un lacayo del régimen establecido»

El autor ajusta cuentas consigo mismo y con el mundo editorial en su nueva novela, «Mirlo blanco, cisne negro»

Inés Martín Rodrigo

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En este caso, cualquier parecido entre la ficción y la realidad no es fruto de la casualidad, sino de la causalidad. Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970) se ha valido de toda la experiencia acumulada desde que empezara a publicar, mediada la década de los 90, para construir un retrato, duro y satírico, del mundo editorial en «Mirlo blanco, cisne negro» (Espasa). La novela, que hoy llega a las librerías y esta tarde será presentada en el Espacio Fundación Telefónica de Madrid, tiene mucho de confesional, sí, pero también escarba en los pecados capitales que todo escritor se aventurará a cometer a lo largo de su carrera.

Define la novela como un ajuste de cuentas consigo mismo y con el mundo editorial. ¿Por qué? ¿A qué se debe ese ajuste de cuentas?

Porque uno, de vez en cuando, tiene que hacer una recapitulación de la vida, de las circunstancias ambientales que te han marcado, pero también de tus errores propios. Hacerlo al modo convencional, autobiográfico, me parecía excesivamente pomposo e incluso grotesco. En cambio, sublimarlo literariamente y hacer una pura ficción, pero amasada con mi experiencia personal, me parecía un proyecto literario interesante. En toda mi literatura siempre hay una confrontación entre quien uno es y quien cree ser, y aquí lo planteé entre dos figuras literarias, que podrían ser dos alter ego de mí mismo, mezclados con elementos de pura ficción, que me permitieran contemplarme con cierta ironía y al mismo tiempo ser muy sincero con el lector a la hora de mostrar mis preocupaciones literarias, mis inquietudes, mis pesares, mis entusiasmos, etc, etc.

Ha reconocido que el 90% de la novela es ficción, pero hay un 10% que no lo es.

Todo lo que se cuenta en la novela es ficción. No hay ninguna cosa que se cuente que me haya ocurrido a mí.

Pero sí ha visto que ha sucedido.

Es una destilación de mi experiencia, de las vicisitudes por las que ha atravesado mi vocación literaria.

Lo que quiero decirle es que existen claras similitudes entre Álex, Saldaña y usted.

Sí, es una mezcla, tienen elementos míos y elementos que nada tienen que ver conmigo.

Por no mencionar al famoso escritor, que todos sabemos quién es, que tiraba a la piscina los libros que no le gustaban.

Inevitablemente, puesto que narro una relación de magisterio, la experiencia que yo he tenido como discípulo de mis maestros, desde Umbral a Cela, está presente en la novela. Lo cual no quiere decir que el personaje de Saldaña sea Umbral, ni Cela, pero sí tiene rasgos de su personalidad, como los tiene de la mía, junto con otros puramente ficticios.

En ese sentido, me gustaría plantearle el debate, que ahora está encima de la mesa, sobre los límites entre realidad y ficción, dónde termina una y empieza la otra.

César González Ruano, parafraseando a Eugenio D’Ors, que había dicho que todo lo que no es tradición es plagio, dijo: «Todo lo que no es autobiografía es plagio». Es decir, la escritura se alimenta de la experiencia propia, es algo inevitable y natural. Es perfectamente legítimo utilizar tu propia vida y tu experiencia como materia prima literaria, y eso de forma radical.

Como hace en esta novela.

Como en este caso, claro. Más allá de que yo en este libro haga un striptease personal, muy profundo y muy duro conmigo mismo, todo está muy sublimado. Esto me parece perfectamente legítimo. El escritor percibe el mundo a través de sus lentes, con su propio cristal coloreado, y esto a algunos les gustará y a otros no. Frente a cualquier pretensión de leer este libro como una novela en clave, y más allá de que tenga un componente de sátira del mundo literario, fundamentalmente es una purga del corazón y la persona más vapuleada soy yo.

Pero todos ponemos nombres a esas «jóvenes promesas» y «viejas glorias» que aparecen en la novela.

Pero sería falso, porque las «jóvenes promesas», englobadas bajo el nombre de «nocilleros»…

Hombre, es la Generación Nocilla, dígalo.

Sí, Generación Nocilla que nunca se reconoció en esa designación. Es un término que todos han rechazado de forma unánime y compulsiva.

Y también paraguas bajo el que alguno se ha resguardado.

Bueno, el escritor mediocre siempre trata de acogerse a marbetes colectivos para disfrazar su mediocridad. En mi época también ocurrió con la Generación X o la del Kronen, etc, etc.

Bueno, usted en su momento fue una «joven promesa».

Yo dejé de ser una joven promesa, primero por razones cronológicas inevitables, y segundo porque quienes vieron en mí una promesa rápidamente dejaron de verla porque se dieron cuenta de que no iba a ser un escritor que siguiera los cauces establecidos. Y nunca seré vieja gloria porque no me reconocerán la gloria dada mi trayectoria.

¿En qué sentido? Porque es cierto que es un escritor premiado, reconocido.

De opositor al régimen.

¿A qué régimen? ¿Al político, al cultural?

Al régimen cultural, al régimen establecido, a la modernidad. Yo soy un escritor que me precio de no haber caído en la degradante esclavitud de ser un hijo de mi tiempo. Esta es una novela escrita desde ese no lugar que es saber que eres un desclasado o una persona rechazada de ese mundo que satirizas, pero que has llegado a conocer.

¿Le preocupan, en ese sentido, las reacciones de aquellos que se sientan aludidos? Estoy pensando en personajes de la novela como Fumanchú o el Chulo de Cervantes.

Pero es que no hay una alusión directa. Me encantará ver quiénes se dan por aludidos porque he pretendido simbolizar tipos humanos: el escritor casticista, el escritor con pretensiones cosmopolitas, el escritor de éxito que escribe literatura esotérica… Son tipos literarios que no pretenden…

Es decir, que no le preocupan sus reacciones.

No, por favor, yo ya he recibido todos los varapalos habidos y por haber.

En la novela se define a los críticos como «eunucos que saben cómo se hace pero no pueden hacerlo».

Tiene que ser una putada, saber cómo se hace, pero no poder hacerlo.

¿Es esa la opinión que usted tiene de la crítica en España?

No, esa es la opinión de Saldaña.

Bueno, pues le pregunto por la suya.

No, la mía no sería tan brutal, entre otras razones porque Saldaña es una persona impía, inclemente. Yo soy una persona mucho más caritativa y que mira con mayor comprensión las debilidades humanas. La llamada crítica literaria es un oficio en vías de extinción que ha cooperado en la creación de una gran mentira, que es un canon literario falso, en donde para ser escritor de mérito en España tienes que ser un lacayo del régimen establecido. Es decir, tienes que ser un escritor «progresista», un lacayo de los paradigmas culturales que determinados poderes oscuros han establecido para tener a la gente convertida en un rebaño. Los críticos han formado parte de un negociado dentro de esa gran estrategia cultural de embrutecimiento de las masas y de conversión del mundo cultural en un cipayo. Pero bueno, es una responsabilidad subalterna. Que en los últimos 40 años de vida española todos los escritores supuestamente importantes se hayan amamantado en las ubres de determinado grupo mediático es un chiste.

¿Tan importante es salir en Barataria, aunque aparezcas en la foto con cara de «Jonathan Franzen con almorranas», como usted dice en el libro?

Bueno, lo fue. Yo he sido, con perdón por la inmodestia, el único escritor de relieve que ha logrado afianzar una carrera literaria al margen de esta mafia de décadas. Todavía hoy conozco a escritores de mi generación, o más jóvenes que yo, que fingen adhesión a los paradigmas culturales vigentes para que esta mafia les de una limosnilla. Lo cual es trágico, porque ya es una mafia en descomposición, lo que pasa es que las mafias en descomposición son más peligrosas todavía porque asesinan con mayor virulencia y crueldad.

O sea que sí cree que es una mafia terminal.

Sí, sin duda. La pena es que han arrastrado consigo a lo que es la vida cultural, porque han creado un público cretinizado.

Ha mencionado la responsabilidad, subalterna, de los críticos y yo voy más allá y le planteo la que tenemos los medios, los periodistas. En la novela hay una crítica muy clara al periodismo cultural.

Sí. El periodismo cultural, en su época más floreciente, hacía seguidismo de esta mafia repugnante. Desgraciadamente, los periodistas de otros medios más independientes del dinero, que al final es la dependencia mayor de esta mafia, hicieron seguidismo de esto, de tal manera que aceptaron de forma demencial que los únicos escritores buenos que había en España eran los que le lamían el ojete a esta mafia. Esto ha sido así durante décadas. La dura realidad es que todo periodista cultural miraba a esta mafia para ver si le pasaba la mano por el lomo y le perdonaban la vida. Hoy, con la descomposición de esta mafia, te puedes encontrar con un periodismo cultural más libre, pero también la dramática precarización del periodismo ha impedido esa liberación de rehenes de forma plena. Hoy el periodismo cultural se desarrolla en unas condiciones mucho más precarias que hace veinte años. Quizás, la mayor diversidad o la mayor amplitud de miras que pueda haber hoy en muchos periodistas es aplastada por la precariedad de los medios para los que trabajan.

¿Le preocupa la reacción de los lectores? Porque describe un mundo que a la gente que te encuentras por la calle le puede interesar menos que a usted, o a mí, o al mundo editorial y periodístico en general.

Yo me precio y me glorío de tener unos lectores no sólo muy leales sino sobre todo muy militantes. Quizás por ser un escritor maldito y denostado por toda esta mafia, también hay unos lectores, evidentemente pocos, porque vivimos en una sociedad cretinizada, que saben lo que encuentran en mí: una contestación sin componendas al mundo. En este sentido, creo que estos lectores van a disfrutar con este libro tan confesional, tan sincero.

¿Y qué les diría a quienes usted considera parte de esa «mafia» y, al escucharle, digan que esta novela está escrita desde el resentimiento?

Bueno, eso cualquier persona que lo lea sabrá que es mentira, porque es una novela donde, sobre todo, hay una terrorífica fustigación a mí. Es un libro escrito contra mí, donde la censura mayor es a quien traiciona la vocación. Está la tentación del joven escritor, que busca el éxito, el aplauso del mundo, y está la tentación de quien, habiendo vencido ese reclamo del éxito, traiciona su vocación por otras razones.

La descripción que hace del panorama editorial en España es bastante desalentadora. Yo me imagino a un joven escritor leyéndolo y diciendo: «¡Dios mío, dónde me estoy metiendo!».

Pero esto no nace del resentimiento, en el sentido de que soy un escritor que nunca ha tenido problemas para publicar, pero hay una visión muy crítica, sí. Es que yo a un joven escritor le digo: no traiciones nunca tu vocación, es sagrada, es la llama que Dios puso dentro de ti, pero ten cuidado, porque si entregas esa llama a los mercaderes la van a sofocar. A un joven escritor le recomiendo que, hoy por hoy, se busque un medio de vida, porque eso le va a permitir ser más fiel a su vocación. Y lo hago desde el escarmiento, de quien quiso convertir su vocación en un medio de vida.

¿En qué momento Juan Manuel de Prada dejó de ser un mirlo blanco y se convirtió en un cisne negro?

Mirlo blanco quisieron que fuera, incluso los jefes de la mafia, para hacer la literatura que a ellos les convenía; en cuanto vieron que no la iba a hacer me convirtieron en un maldito que corrió el riesgo de convertirse en un cisne negro, en el sentido que le da la novela, de una persona con el alma anegada de alquitrán, con el corazón endurecido y destruido. En mis comienzos, hasta que gano el Planeta, corro el riesgo de convertirme en ese mirlo blanco halagado por la mafia, y en un determinado momento de mi vida, en el que sufro una quiebra personal muy profunda, que hace que pierda la fe en mi vocación, pude haberme convertido en un cisne negro, pero afortunadamente no fue así.

En la novela, Saldaña le dice a Álex que «la literatura es el arte de escribir algo que se leerá dos veces». ¿Usted escribe para ser recordado?

Hombre, al menos para ser leído dos veces sí, porque todas las masas cretinizadas y sus apóstoles de la mafia dicen que soy un escritor muy pedante, o sea que se ve que soy un escritor al que hay que leer dos veces para entenderlo bien (ríe)... No, no creo nada en la posteridad literaria. A medida que he ido creyendo más en la inmortalidad del alma y en la resurrección de la carne, la gloria literaria me ha ido pareciendo más banal porque, si voy a disfrutar de una maravillosa vida eterna, ¿qué más me da que cuatro merluzos me reconozcan y me metan en un canon absurdo que dentro de veinte años estará reducido a escombros?

[Lee la crítica de la novela el próximo sábado en ABC Cultural ]

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