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Hallan el carné de reportero de la Guerra Civil de Antoine de Saint-Exupéry en el Archivo de Salamanca

El permiso le consignó como «escribano y aviador» en 1937 cuando vino a escribir sobre el asedio a Madrid para «Paris-Soir»

Jesús García Calero

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El nombre y la firma están en regla: Antoine de Saint Exupéry. Edad, 36 años. La dirección de su domicilio de París tiene añadido entre paréntesis el Florida de Madrid, el famoso hotel de los corresponsales en la plaza de Callao, en el que el autor de «El Principito» pasó muy pocas noches, junto a Enrst Hemingway y Martha Gellhorn, Robert Capa y Gerda Taro aquel abril de 1937. Vino para cubrir el asedio de Franco a la capital, para contar aquel Madrid duro como un yunque bajo las bombas incesantes y encontrar, como dejó escrito en sus emocionantes crónicas en «Paris-Soir» , un sentido a la vida de los hombres.

Hay un detalle muy curioso que contiene este carné buscado por los especialistas y que fue encontrado en el Archivo de Salamanca por el investigador Policarpo Sánchez : la Secretaría de Propaganda de la Junta de Defensa de Madrid, que acreditaba a los reporteros de guerra, consigna a Saint-Exupéry como «escribano y aviador» , sin duda una traducción deficiente del «écrivain et aviateur» que el autor debió indicar al funcionario al cargo.

Así apareció

Esta pequeña cartulina amarilla, de 9 por 12 centímetros , con la foto perfectamente conservada y adherida en el reverso, estaba perdida. Nadie la había visto desde que se creó el Archivo de Salamanca porque no se había guardado donde debía : la caja 1870 de la Sección Político Social. Allí, en esa caja, hay 502 fichas de reporteros, aunque el registro de fotógrafos habla de 716 .

Policarpo Sánchez se lo encontró en otro lugar, y casi por sorpresa. Este investigador, que durante los últimos años ha tenido un gran perfil público como presidente de la asociación Salvar el Archivo de Salamanca , estaba buscando información sobre el cine en la guerra civil por diferentes legajos.

«El fondo documental se creó con el fin de controlar a la población , no responde a una ordenación archivística», recuerda el investigador. Eran papeles requisados con listas de militantes y todo tipo de documentos producidos por el Gobierno de la República. Según nos cuenta Sánchez, revisó muchas cajas que pudieran tener relación con su investigación sobre el cine. Allí estaba la 1870 de la Sección Político Social, con los carnés de Capa, Taro, Alberti y muchos otros periodistas . «Vi esa caja cerrada hace años, tal y como estaba desde 1939, con cuerdas de esparto y tapas rojas. Ahora ya está bien colocado todo, con los carnés en orden alfabético», comenta. El investigador recuerda la emoción con la que manejó aquellos documentos.

Pero faltaba lo mejor, porque allí no había ni una huella de Saint-Exupéry. Su carné perdido ha sido buscado durante décadas . «Fue dos o tres años después cuando encontré el documento. Estaba repasando otras cajas, por si tenían material de mi interés, cualquier cosa sobre fotografía, cuando lo vi. No me lo podía creer», relata Sánchez . El carné estaba en el lugar exacto en el que ha estado desde la Guerra Civil, en una caja equivocada de la sección Político Social de Madrid con el número 2361, en un legajo –el 2976– que contiene documentos del Frente Popular de Madridejos, Toledo.

Ahora todos podrán verlo

¿Por qué acabó en ese lugar? «No lo sé –responde el investigador– pero es magnífico que, a partir de ahora, gracias a la existencia del Archivo, cualquiera puede consultarlo, con un D.N.I ., porque es patrimonio del pueblo español, como todos los documentos relacionados con la guerra, que nos hablan de los hechos tal y como fueron y que han permitido otorgar derechos y pensiones a personas igual que impiden que la historia se cuente sin ellos. Quienes tienen interés en inventar otra historia preferirían ver el archivo disuelto», asevera.

Uno de los datos que confirma este importante hallazgo del carné es que Saint-Exupéry sí pasó por el hotel Florida , de la plaza de Callao. El mítico establecimiento, en el que convivían las estrellas del periodismo del momento, estaba muy cerca de Telefónica, desde donde todos transmitían sus crónicas de guerra a todo el mundo. Hemingway, Capa, Gellhorn, Dos Passos y toda la troupe se sentían cómodos, casi a salvo de los obuses, que caían cerca del hotel a veces, y bien servidos por Cristóbal, el conserje.

Iban y venían del frente y comentaban el curso de la guerra. Vivían una vida acelerada de largas noches en vela, amores más o menos furtivos y mucho alcohol. En sus horas libres recorrían los bares de la Gran Vía : el Miami (con buena música de jazz), el café Molineros, el Aquarium y, sobre todo, Chicote, el favorito de Hemingway, donde una estadounidense que trabajaba en la oficina de prensa llegó a hacer un streaptease, tal y como relata Amanda Vaill en «Hotel Florida» (Turner).

A Saint-Exupéry no le gustaba nada ese ambiente y por ello pasó muy pocas noches con ellos. Pero estuvo el tiempo suficiente para quedar inmortalizado en bata de seda azul, la madrugada del 22 de abril, cuando dos obuses impactaron contra los muros del hotel y los huéspedes se reunieron en el vestíbulo, al que acudieron tal y como estaban. El autor de «El Principito» repartía pomelos a las señoras que bajaban la escalera , mientras el resto calmaba los nervios como podía.

En Rolls a las trincheras

En «Aviones de papel» (Stella Maris ), la más completa biografía de Saint-Exupéry en Español, Montse Morata cuenta que el escritor llegó pilotando el avión privado de «Paris-Soir» hasta Valencia , el 11 de abril de 1937. El 16 le extienden el carné en Madrid y volvió a marcharse a Francia el 27 de abril.

Había sido contratado por 80.000 francos (una gran suma entonces) para escribir diez reportajes sobre la guerra . Sólo envió 3, y varios meses después. Pero Saint-Exupéry quería sobre todo convivir con los combatientes y comprender la naturaleza de una guerra que lo cambiaría todo y ya intuía que se extendería a Europa. Gracias a Henri Jeanson, otro periodista francés que vivía en el Hotel Florida y que conocía a Durruti, pudo salir del hotel y se fue a vivir unos días a las trincheras de Carabanchel en el Rolls que los anarquistas utilizaban para llevar periodistas al frente.

Su experiencia en aquellas trincheras le marcó profundamente . Quería conocer al hombre que combate, busca verdades sobre la naturaleza de la guerra, no buscaba definir bandos ni entrevistar a generales. «Una verdad no es lo que se puede demostrar: es lo que hace que el mundo sea más sencillo» , escribió.

Le impresionó ver cómo conversaban los enemigos de una trinchera a otra y lo contó en una de sus crónicas: «¡Antonio!, ¿Por qué ideal luchas?». «¡...España! ¿Y tú?» «¡El pan de nuestros hermanos! ...¡Buenas noches, amigo!». Con ese carné de prensa pudo asistir a esos momentos y narrárselo a los lectores del vespertino de mayor tirada de Francia.

El hombre que ha de morir

Y todavía hay más. Le intrigaba el escenario en el que pasó aquellas horas, aquellos días tan intensos, la trinchera en la que todo sucedía, incluso el silencio y el miedo . Pensaba mucho en cómo algunos hombres encajaban la certidumbre de la muerte: porque allí conoció al Sargento R, la víspera de un ataque al que nadie otorgaba posibilidad de éxito, pero que finalmente se cancelaría. Saint-Exupéry le observa con detalle y le interroga sobre el camino de vuelta desde el último tabique contiguo con la muerte. Habló mucho de él en sus crónicas y también es un personaje que saldrá en «Tierra de Hombres». «Sargento, ¿por qué has venido?» Le cuenta su historia de contable en Barcelona, de cómo a su alrededor se alistan y caen y él siente la llamada al frente, como muchos otros: «"¿Nos vamos? ¡Vámonos!" Y os habéis ido».

Saint Exuperý había estado en España en 1936, en Cataluña. Allí había podido definir, o dibujar con sus palabras, una frontera invisible de una guerra civil, el odio que dividía el corazón de los hombres. Hombres detenidos en la calle, obligados a caminar al paredón con las manos en algo, como las de un ahogado. Pero en su segundo viaje, en 1937, en el Madrid castigado por las bombas, ve las ventanas reventadas del barrio de Argüelles como cuencas vacías que miran a la Europa amenazada por Hitler . «En Europa hay 20 millones de hombres cuyas vidas no tienen sentido. Desde el fondo de los barrios obreros claman por despertar», afirma. Pero también denuncia las ideologías, su manera de dividir entre bandos y de impedir a los hombres comprender lo universal que representan («él es de izquierda porque ama a las masas y yo porque no las amo. Amo a la especie», según escribe en el cuaderno que lleva en los bolsillos interiores).

Y también se horroriza por los instintos salvajes de la guerra, la rapacidad y el gusto por la sangre , pero para ser justo ensalza la fraternidad ante el peligo, el sacrificio, que es lo que más le sorprende del hombre de la guerra, de aquella guerra y de todas las que ya se asomaban al horizonte europeo, el hombre que ha aceptado la muerte.

Un puñado de carnés en un archivo permiten evocar aquella realidad. El propio Saint-Exupéry llegaría a alistarse como piloto de reconocimiento durante la II Guerra Mundial, algo que también a él, aceptado el riesgo de morir, le costaría su propia vida en julio de 1944.

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