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Donna Leon: «Venecia se va a convertir en un Disneylandia»

La escritora estadounidense ha presentado en Bilbao su nuevo libro, «La tentación del perdón»

Donna León, en Bilbao Manu Cecilio
Adrián Mateos

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Venecia vuelve a ambientar « La tentación del perdón » (Seix Barral), la última novela sobre el comisario Guido Brun etti. El personaje enseña de Donna Leon (Nueva Jersey, 1942) se enfrenta a uno de sus casos más complejos en una obra que ahonda en las desemejanzas entre la verdad y la ley y que ha sido presentada en Bilbao. No esconde la escritora estadounidense su predilección por la ciudad italiana, un antiguo refugio espiritual que, sin embargo, le resulta cada día más «invivible» debido a los efectos del turismo masivo.

Durante la presentación de su última novela denunció el caos en el que se encuentra sumida Venecia por la llegada descontrolada de visitantes. ¿Cómo definiría la situación?

Sencillamente, es algo terrible. La gente tiene derecho a ir donde quiera, pero los vecinos de Venecia también quieren vivir en paz en sus hogares. No es sostenible que una ciudad de 50.000 habitantes reciba la visita de tres millones de personas. Los aborígenes venecianos corren el riesgo de ser exterminados.

¿Cómo afecta este fenómeno al día a día de la ciudad?

Cuando la gente deja de vivir en una ciudad se dejan de comprar cosas cotidianas, como ollas para guisar, zapatos u objetos de mercería. ¿Dónde vas a comprar el botón que se te cae de la camisa? Lo único que se vende es lo que quieren los turistas, ya sean sombreros, camisetas o cristal de murano «made in China». Al final, los venecianos van a tener que irse, porque además se han encarecido los alquileres. Solo los ricos pueden permitírselo, mientras que los escalafones más bajos se dedican a limpiar los pisos turísticos. Venecia se va a convertir en una ciudad de mentira, en un Disneylandia.

A pesar de todo, mantiene a Venecia como el principal escenario de sus novelas, incluido su último trabajo.

Podría hacer una trama en otros lugares, pero no los conozco lo suficiente o, al menos, no tan bien como Venecia. Si quisiera escribir una novela ambientada en Bilbao, por ejemplo, mi principal problema sería el idioma, porque no hablo ni vasco ni español. Tampoco sabría cómo funcionan las cosas en la ciudad ni de quién podría fiarme. En Venecia, este tipo de cosas o bien las sé por mí misma o bien tengo amigos que me las pueden explicar.

¿Qué sensaciones extrae de «La tentación del perdón»?

En este último caso el comisario Brunetti está leyendo «Antígona», un libro en el que se hablaba de la diferencia entre el bien y el mal y la ley. Ninguno de los dos personajes es mala gente, pero sí son un poco estúpidos. Lo esencial es que ambos tienen muy clara su visión de lo que está bien, pero esto a veces no es lo que las normas dicen.

De hecho, en su obra muestra el lado más personal, más humano del comisario.

Porque realmente tiene un dilema y no sabe qué hacer, y eso es un aspecto muy humano. Para los policías, los investigadores, se viven tiempos difíciles en los que es difícil distinguir entre el bien y el mal. Una cosa es cumplir la ley, y otra es que eso sea correcto o no.

Hace cerca de tres décadas que creó al comisario Brunetti. ¿Cuál es su relación con el personaje?

Tengo que tener cuidado a la hora de dejarlo solo, aunque también he de asegurarme que le dejo hacer lo que considere justo. Somos dos personas distintas, y a veces tiene ideas con las que no estoy necesariamente de acuerdo. Pero he de ser justa, porque los libros, de alguna manera, le pertenecen a él.

¿Comparte la idea que tiene en «La tentación del perdón» sobre el bien y mal?

Cualquiera que sea medianamente inteligente es consciente de que la ley y lo correcto no siempre coinciden. Creo que este aspecto va a ir a peor, como se puede apreciar en la política medioambiental. Por ejemplo, en algunos lugares no hay leyes que prohíban pescar, o cortar árboles, o testar avances científicos en animales. En un mundo que tiene más de 7.000 millones de personas algo así no es sostenible, estamos invirtiendo el orden de las cosas. Esto es, precisamente, lo que está haciendo Donald Trump. Pero si la ley lo permite, por mucho que pataleemos…

¿Es esa la razón por la que asegura preferir los países europeos a EE.UU.?

A mí me encanta Europa, y especialmente los países latinos. Yo no podría vivir en Estados Unidos, porque con Trump se juntan dos factores. El primero de ellos es que no es un tipo precisamente inteligente. Pero, además, no cree que el medioambiente sea un problema, así que lo único que va a hacer es empeorarlo. Su entorno va a espabilarse para esquilmar cuanto le sea posible de forma rápida. Al final, la gente se dará cuenta de que no todo puede estar bien mientras dé dinero.

Veintisiete novelas después, todavía logra hallar casos que encomendar a Brunetti. ¿De dónde obtiene la inspiración?

Yo soy una persona que camina en mitad de una tormenta eléctrica. Es algo parecido a una epifanía. A veces me paro a hablar con alguien en la calle y, de pronto, se me viene a la cabeza una idea, una trama, por algo que me dicen. Se me enciende la luz. Pueden ser tres palabras, pero en ese momento sé que tengo un libro.

¿Qué se necesita para ello?

Generalmente es algo que hace que me pregunte: «¿Por qué?» Cuando empiezo a escribir el primer capítulo no tengo ni idea de hacia dónde va a girar la trama. Es a medida que avanzo cuando voy entendiéndolo yo misma. Lo que me hace falta es encontrar el porqué, pero es el propio libro el que me lo dice.

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