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Entrevista a Emilio Lara:

«El comandante de la Armada Invencible era un inútil militarmente y un cobarde»

El historiador y escritor publica «La cofradía de la Armada Invencible», una novela histórica sobre la aventura de una humilde cofradía a la que Felipe II le asigna la tarea de encabezar un procesión a través del corazón de Irlanda

César Cervera

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La Gran Armada que Felipe II arrojó contra Inglaterra no era una empresa quijotesca, ni una utopía, simplemente era una operación «muy bien organizada desde el punto de vista logístico», que acabó en desastre por la mala coordinación entre las fuerzas terrestres y las navales. En la novela de Emilio Lara , «La cofradía de la Armada Invencible» (Edhasa, 2016), la coordinación no falla. La mezcla entre ficción y una documentación muy cuidada permite embarcarse de nuevo entre aquellos hombres que pretendían «culminar la hegemonía imperial de España en Europa para varias generaciones más». «Al final la documentación histórica es como un iceberg, el lector solo puede ver la punta, pero la base debe ser muy grande», explica Lara, escritor e historiador, en una entrevista con ABC.

En paralelo a los sucesos que se desarrollaron en las costas de Inglaterra, Emilio Lara emplaza la trama de su novela en el seno de una cofradía española que debe cumplir una misión especial en Irlanda. Por orden de Felipe II, se encomienda a una cofradía de Cartagena una misión secreta: dirigirse hacia Lisboa para unirse a la Gran Armada , navegar hasta Irlanda, alzar en armas a los católicos irlandeses y expulsar a los soldados ingleses de la isla. Unas misteriosas muertes dificultarán la aventura de estos humildes cofrades, a los que la peligrosa Irlanda se alzará ante sí.

–¿Cómo le contaron a usted la historia de la Armada Invencible cuando era pequeño?

–Mi padre era un devorador de libros y un historiador, que me introdujo en muchos de estas historias. Recuerdo la Armada como un episodio negro y triste. Lo que pudo haber sido y no fue, puesto que la victoria hubiera supuesto culminar la hegemonía imperial de España en Europa para varias generaciones más. Cuando fui creciendo descubrí que no había casi historiografía sobre el asunto; y en la carrera no me explicaron absolutamente nada. Empecé por esas fechas a leer a Geoffrey Parker y a Carlos Gómez Centurión, coincidiendo con el cuarto centenario de la Armada Invencible en 1988.

–¿En qué momento le fascinó este episodio histórico?

–Mi fascinación por la Armada llegó con un artículo de Parker escrito en Historia 16, que se titulaba «Y si la invencible hubiera tenido éxito». En este texto no elucubraba, simplemente rescataba las instrucciones reales de Felipe II sobre lo que tenían que hacer los Tercios de Flandes una vez hubieran desembarcado en Inglaterra. Entonces me di cuenta de que la campaña logística y estratégica estaba muy bien organizada. Felipe II tenía pensado hasta la indemnización económica que debía pagar Inglaterra, la política religiosa que se iba a aplicar y la forma en la que iba a acabar con los piratas. Lo único en lo que se dudaba era si mantener o no a Isabel I en el trono. A partir de entonces empecé a leer en serio sobre el tema.

–Ahí es cuando empezó usted a pensar en escribir una novela, el germen de la «La Cofradía de la Armada Invencible»

–La historia empezó a cobrar forma a partir de un curso de El Escorial en 1998. Asistí a una exposición magnífica dedicada al Rey Prudente y empecé a leer con más ahínco. Buscaba mezclar el episodio histórico con una trama de ficción lo suficientemente coherente y documentado como para que la novela en conjunto resultara verosímil. Para mí la novela histórica tiene que tener un equilibrio entre los episodios reales y los imaginados, de forma que ambas vertientes queden bien encajadas y equilibradas. Mis referentes del género son Robert Graves, autor de «Yo claudio», Umberto Eco, «El nombre de la Rosa», Arturo Pérez Reverte, Juan Eslava Galán, Hilary Mantel...Conjugan muy bien lo literario con lo histórico y no permiten que el marco histórico se coma la trama.

–¿Se inspira la Cofradía de la Armada Invencible en algún episodio histórico similar?

–Es ficción. Pero me he basado en los arquetipos de las cofradías de Semana Santa que existían en ese momento. Aparte es un guiño a los planes de Álvaro de Bazán para realizar un desembarco en Irlanda, cuyos habitantes estaban dispuestos a rebelarse a favor de España. Eso sin olvidar que durante el reinado de Felipe III, 3.000 hombres al cargo de Juan del Águila consiguieron desembarcar en Irlanda y resistir varios meses hasta que fueron obligados a rendirse. En este sentido las relaciones entre obispos irlandeses y los Austrias fueron enormes a partir de Felipe II, pidiendo insistentemente ayuda para que invadieran la isla. No hay que olvidar que la Armada fue una operación militar con una finalidad política, pero también religiosa. El sentido de cruzada estaba clarísimo.

–La dificultad para un escritor en estos casos es que todo el mundo conoce el destino de la Armada, ¿cómo se salva lo previsible?

–Cuando vemos de nuevo obras maestras del cine, como Casablanca, pensamos que esta vez sí van a tener final feliz y que el amor va a triunfar. Hasta los últimos tres minutos no te das cuenta de que todo va a salir igual de mal que las otras veces que viste la película. Con la Cofradía de la Armada Invencible he querido transmitir la sensación al lector de que esta vez puede ser diferente. Por otro lado, la novela sobre todo se centra en la aventura de la cofradía en Irlanda, cuya trama se desarrolla en paralelo. ¿Tendrán éxito en su misión? Y si la Armada fracasa, ¿qué será de la cofradía aislada en Irlanda?

–¿Qué hubiera hecho falta para que la Armada Invencible hubiera tenido éxito?

–Lo primero que hay que comprender es que no era ninguna utopía, ni una quijotada, ni un plan descabellado. En una época en la que no existía la inmediatez en la comunicación, falló la coordinación entre la flota de Medina-Sidonia y los Tercios de Alejandro Farnesio. Felipe II dejó muchos detalles en manos de Dios. Se creía un instrumento divino, así que las menudencias se las dejó a él.

Cuando la Armada llegó a la altura de Calais, los Tercios de Flandes no estaban preparados. No en vano, Farnesio, que era un genio de la logística, en uno o dos días estuvo a punto de embarcar. El peor error es que tampoco se planificó como debían embarcar los tercios. ¿Saldrían los tercios en sus barcazas en busca de la Armada o sería la Armada la que se adentraría en su búsqueda? Los comandantes no terminaban de decidirse, cuando los ingleses lanzaron los famosos brunotes, los barcos ardiendo, «los mecheros del infierno», que consiguen romper la formación española. En un ataque de pánico los marineros cortaron las sogas de las anclas y los barcos se hicieron ingobernables, a merced del viento. Además, ya se encontraban machacados con las luchas anteriores con los ingleses.

–¿Medina-Sidonia acertó con con sus decisiones?

–Medina-Sidonia decidió circunvalar las islas británicas y allí embarraron muchos galeones. Yo creo que Sidonia acertó, tomando la decisión menos mala. Podía haberse dirigido a algún puerto alemán o incluso a puertos de países nórdico, pero los españoles no sabían cuál podía ser el recibimiento. Además, lo que no podía prever en ese momento es que las tormentas destrozarían los barcos.

–¿A quién habría que culpar principalmente del fracaso de la campaña?

–Medina-Sidonia, sin duda. Si la Armada hubiera atacado a la flota inglesa atracada en el puerto de Plymouth, como recomendó Martinez Recarte a finales de julio, la hubieran machacado. Hubiera sido muy fácil embarcar a los tercios sin enemigos a la vista... Sidonia se negó a atacar, porque era un inútil militarmente y sintió pánico de salirse de los planes dados por Felipe II. El Rey había dado instrucciones de no desviar el rumbo y dirigirse directamente a recoger a los tercios. Medina-Sidonia fue un un gestor de recursos humanos excepcional, en poco tiempo dejó organizada la flota en Lisboa, pero como militar era un desastre y un cobarde. Sin embargo, era un grande de España y una de las grandes fortunas de España. Felipe II le perdonó completamente.

–En el libro se plasma un ambiente muy optimista entre los responsables de conducir la Armada, ¿es cierta esta sensación de que nada podía salir mal?

–En España se pasaron un año recaudando dinero para la Armada; de hecho, Miguel de Cervantes estuvo recorriendo Andalucía para recaudar impuestos para costear la empresa. Felipe II pidió a los obispos y a las cofradías que dedicaran misas y procesiones al éxito de la empresa. En consecuencia, los españoles de a pie estaban convencidos de que la causa protestante iba a ser vencida e iban a conquistar Inglaterra. El fracaso de la Invencible, que no la derrota, fue un auténtico jarrón de agua fría. El sueño se tornó en pesadilla.

–¿Es la forma de actuar de Felipe II la de un fanático religioso?

–No. Su religiosidad es la normal de la época. Felipe II era una persona muy compleja y, en tiempos de la Gran Armada, era un hombre machacado por la enfermedad y las desgracias familiares. La timidez de Felipe II de su juventud le hacía una persona inflexible, desconfiada, que tardaba en adoptar una decisión y cuando lo hacía al fin la llevaba al extremo. En lo respectivo a su religiosidad, era una persona con un sentido mesiánico de la vida, que se creía un instrumento de Dios. Desde nuestra óptica actual, lo más chocante era su veneración por las reliquias. Más que para coleccionarlas las guardaba para salvaguardarlas de los protestantes, que las estaban profanando por toda Europa. Las besaba, las cogía y rezaba con ellas.

–El libro presenta dos visiones del Catolicismo. La que representaban los jesuitas y la de los dominicos, los segundos íntimamente relacionados con la Inquisición. ¿Con quién se posicionaba Felipe II?

–Con los jesuitas que encabezan la Contrarreforma. Mitad monjes, mitad soldados, ejemplarizaban bien la lucha contra la Reforma con ese sentido militar tan particular que le imprimió San Ignacio de Loyola. Los dominicos controlaron históricamente la inquisición. Esta lucha iría evolucionando conforme avanza el siglo XVII.

–Al otro lado del tablero estaba Isabel Tudor, ¿era una mujer cruel, una malvada?

–Era una mujer autoritaria, hija de su padre Enrique VIII, que prefigura de alguna manera el papel de las mujeres en el siglo XX: es decir, una mujer que tenía que tomar decisiones unilaterales en un mundo controlado por los hombres. Era muy cicatera con el dinero, estaba obsesionada con su seguridad personal. Por contra, era una mujer que sabía delegar y dejaba los aspectos técnicos en manos de los expertos. Escuchaba a todos y luego tomaba las decisiones. Además, tenía un enorme sentido de la oportunidad. Cuando la Armada Invencible se estaba adentrando en el Mar del Norte ella fue a lomos de un caballo a ver a sus tropas acantonadas a las orillas del Támesis. Arenga a las tropas con un discurso corto, conciso, donde se presenta como una reina al servicio del pueblo. Tenemos aquí el anticipo de los discursos radiofónicos de Churchill, salvando las distancias. Lo contrario que Felipe II, que era un rey burócrata al que le desagradaba el contacto social.

–Los enemigos del Imperio español sacaron ventajas de la rebelión en Flandes, ¿por qué España apenas pudo aprovechar la rebelión de Irlanda para debilitar a Inglaterra?

–Irlanda era un país muy empobrecido, de una base agrícola y con una nobleza muy atomizada. No tenían acceso a fuerzas militares y la estructura de poder estaba completamente en manos de los ingleses, sobre todo alrededor de Dublín. Era tan empobrecido que no tenían capacidad de movilización de personas ni de medios. La vía de escape que tuvieron miles de irlandeses fue la de emigrar a España. 200.000 irlandeses sirvieron en el Ejército español entre el siglo XVI y principios del XVII. Hasta la Guerra de Independencia hubo regimientos de origen irlandés.

–En Irlanda creían, a nivel eclesiástico y legendario, que España tenía una responsabilidad histórica

–Los irlandeses se consideraban primos hermanos de los gallegos y, desde un punto de vista mítico, creían que España tenía una misión histórica, sobre todo en los sectores eclesiásticos. Los obispos pidieron a España que incorporara Irlanda a la Monarquía española y les liberaran del yugo inglés. Tras la fracasada incursión de Juan del Águila, ya en el reinado de Felipe III, se iría abandonando este anhelo.

–La novela cuenta tras de sí con una amplia documentación, especialmente llamativa es la clase de comida que se comía en la España del siglo XVI. ¿Qué es lo que más nos choca en la actualidad?

–No se comía la patata, porque creían que causaba la lepra. Se lo daban a los cerdos. El tomate no se usaba. El aceite de oliva era considerado algo propio de los judíos y los moros. Se utilizaba la manteca y el tocino, en su lugar. La leche no se tomaba, si acaso para elaborar comida. Se comía mucho pescado, legumbres, pan, vino y carne quienes podían. Todo muy sazonado para que aguantara lo máximo sin pudrirse, lo cual daba como resultado sabores extremadamente fuertes.

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