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Fernando Aramburu: «No hay equidistancia que valga. El sufrimiento de unos no compensa el de otros»

El escritor publica «Patria», una novela que retrata el dolor que ETA ha traído a la sociedad vasca en las últimas décadas

Fernando Aramburu en San Sebastián, en una imagen reciente ABC
Jesús García Calero

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El día en que ETA anuncia el abandono de las armas , una mujer habla con su marido, sentada al borde de su tumba . Ella es Bittori, y su marido, Txato, un pequeño empresario de transporte que fue asesinado a la puerta de casa en un atentado en el que participó el hijo de sus vecinos , que habían sido sus mejores amigos en el pueblo. ¿Cómo fue posible? Antes de los disparos, estaban las pintadas, los insultos, las cartas del chantaje, la retirada del saludo... La vida cotidiana teñida de muerte civil en un clima tan lluvioso como totalitario. Pero la pólvora no solo acaba con el Txato, cambia también la vida de todos . Para siempre anuda una maraña de emociones que los gobierna, desde el fanatismo, el resentimiento y sobre todo desde el dolor, en permutaciones casi infinitas, a veces insospechadas.

Video. Más abajo encontrarás la continuación de este vídeo

Así empieza «Patria» , la nueva novela de Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) . Es mucho más que una novela sobre ETA. En ella hablan todos, tienen voz y ello nos permite recorrer el meticuloso y punzante retrato de una sociedad herida y dividida, a traves de las vidas de sus personajes. El escritor vasco, residente en Alemania, ya había tratado el tema de la violencia etarra en «Los peces de la amargura» (2006) y «Años lentos» (2012). Pero «Patria» es sin duda una de las grandes novelas de los últimos años : el crítico José María Pozuelo Yvancos cree que se trata de su mejor obra. Desde Hannover, Aramburu responde a ABC.

-¿Había que abrir de par en par las puertas de la ficción a esos hechos dolorosos que tanto han fracturado la sociedad?

-Para mí sí era necesario. Siento que es muy humano objetivar dolores, angustias, problemas, vertiendo lágrimas, hablando con otras personas o manifestándose en un cuadro, una película o, como he hecho yo ahora, en una obra literaria. Pienso que no sólo la historiografía tiene mucho que decir al respecto. Junto a la historia colectiva hubo, hay, multitud de vidas privadas que merecen ser relatadas.

-¿Qué aporta la ficción a esa dolorosa memoria colectiva?

«Muestro un panorama complejo y el lector saca sus conclusiones, tanto en el terreno intelectual como en el emocional»

-La ficción, si está bien hecha, podría dejar un testimonio duradero de nuestra época, al tiempo que nos aclara parte del mundo que habitamos. Lo particular de ese testimonio es que recoge las pasiones de los sujetos concretos de la historia. Permite, por tanto, transmitir cómo la historia repercute en los individuos e invita al lector a preguntarse qué habría hecho él en esta o la otra situación, qué habría respondido, con quién habría hablado, etc.

-Impresiona cómo le otorga voz a todos, sin excepción. ¿La única forma era ofrecer todos los elementos de juicio al lector, por duro que parezca?

-Exacto. La idea es que yo le muestro al lector un panorama lo más complejo posible y después él saca sus conclusiones, tanto en el terreno intelectual como en el emocional. No puede haber víctimas sin agresores y pensé que era mi obligación contar la novela de unos y de otros, y también la particular evolución de cada uno de ellos, sin olvidar al resto del vecindario.

-¿Le costó ponerse en la piel del etarra de la historia, Joxe Mari?

-Partimos de un espejismo. El de creer que uno se pone en la piel de sus personajes, o asume temporalmente su carácter o sus convicciones. Cuando escribo, no me pongo en la piel de nadie. Soy autor de la biografía de un piojo. ¿Me puse en la piel del bicho cuando conté su historia? Yo diría que no.

-¿Teme que le acusen de equidistancia por eso o por reflejar también la violencia policial?

-No hay equidistancia que valga. A mí nadie me escuchará afirmar que el sufrimiento de unos anula o compensa el sufrimiento de otros, o que todos los sufrimientos son de la misma naturaleza. No he querido incurrir en el maniqueísmo ni escribir una historia simplona de buenos y malos ni, en suma, mirar el mundo con un solo ojo.

-¿Cómo cambiar ese nudo que les ata al terrorismo y marcó sus relaciones por otro tipo de convivencia?

-Lo ignoro. Esa gente no me parece feliz, en parte porque algunos existimos. ¿Cómo ayudarlos? Yo me marché a Alemania hace muchos años. Más no puedo hacer.

-¿Por qué no podemos olvidar, aunque sea doloroso recordar?

«He escrito libros para poner difícil el olvido que sirve para que el criminal esconda su culpa»

-Seamos realistas. Al final todo pasa, todo se olvida. Pero antes que por razones naturales ocurra tal cosa cabe la posibilidad de ser justos y solidarios, y de dejar acaso una huella positiva en el camino. Hay olvidos saludables, como el de las propias víctimas que necesitan alivio o se resisten a que sus hijos crezcan con pena o con rencor. Este olvido es de tipo personal y es tan reparador como legítimo. Hay otro olvido, histórico, colectivo o como quiera llamársele, calculado para que el criminal esconda su culpa o la masa se adormezca en la indiferencia. Yo he escrito algunos libros para ponérselo difícil a este tipo de olvido.

-¿Cómo nació el libro?

-Hace años tomé un apunte en un cuaderno. Hacía alusión a una viuda cuyo marido había sido asesinado por ETA y ella sentía una enorme necesidad de que le pidieran perdón. Pasó el tiempo. Me vino una imagen a la cabeza que, unida al apunte mencionado, me dio el estímulo inicial para escribir «Patria». Lo esencial de la escritura lo decidí antes de redactar la primera línea.

-El silencio de los testigos (o como Gandhi dijo, el de los buenos) fue moneda corriente, pero todos acaban marcados por los asesinatos.

-Los asesinatos son la parte más visible del terror, la que merecía espacio en las planas de los periódicos. Hubo mucha gente que padeció acoso y persecución cotidianos. De ella se hablaba y se habla poco. Ya sabemos que el miedo dicta comportamientos de supervivencia. Uno de ellos consiste en guardar silencio y someterse. Esta es una constante en toda sociedad donde impera el totalitarismo. Creo que el silencio impuesto debe ser juzgado con comprensión. No así el silencio de los cómplices y los adeptos de la causa en cuyo nombre se practicaba el terror.

-¿Vivió expuesto en su juventud a esa simpatía que despertaba ETA? ¿Cómo se libró del influjo?

«Machado, García Lorca, Stevenson o Dickens, demasiadas vacunas como para contraer nacionalismo»

-Muy pronto. A los trece o catorce años, mi mundo estético llevaba los nombres de Antonio Machado, de García Lorca, de Stevenson o de Dickens. El sol que brillaba sobre mi horizonte se llamaba literatura. Era un apasionado de los Beatles y de Deep Purple, y ya me estaba entrando el gusanillo de la música clásica. Demasiadas vacunas como para contraer el nacionalismo.

-Se dice que el mundo proetarra ha ganado la batalla semántica. ¿La mayoría social ha dimitido de impulsar un relato aceptable?

-No. El relato está por construir. Espero, en este sentido, que mi novela constituya una aportación positiva. Tampoco se puede delegar la tarea en la gente. La gente ya tiene bastante con ir a trabajar, criar los hijos y ocuparse de sus problemas diarios. Historiadores, periodistas, escritores, cineastas, sociólogos y demás personas con capacidad de comunicación son los responsables de asumir o no el relato de lo sucedido.

-¿Cree que un lector abertzale está también invitado a comprender mejor la realidad que vive si lee su libro?

-Ni se me había ocurrido pensar en esto. El libro dejó de ser mío en cuanto lo entregué al editor. No puedo prefijarle un destino. No me voy a colocar a la puerta de las librerías a vigilar quién se lleva mi libro. Que lo lea quien quiera. Supongo que sucederá lo de costumbre. A unos les gustará; a otros, no.

-¿Por qué el título «Patria»?

«No me gusta la palabra Patria. Sacraliza cosas, exacerba instintos, justifica crímenes. Que se lo digan a mis personajes»

-Me parece un concepto englobador en un doble sentido. Como espacio físico y como sentimiento o pulsión ideológica que impone una dirección determinada, lo quiera o no, a las convicciones de la gente. A mí nunca me ha gustado esa palabra. Sacraliza muchas cosas, exacerba instintos, justifica crímenes. Que se lo pregunten, si no, a mis personajes.

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