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Juan Manuel de Prada: «La mitad de los españoles no tiene a nadie que la represente»

El escritor reúne en «Dinero, demogresca y otros demonios» una selección de sus mejores artículos en ABC y XL Semanal

Juan Manuel de Prada: «La mitad de los españoles no tiene a nadie que la represente» IGNACIO GIL

INÉS MARTÍN RODRIGO

Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970) se considera un «patriota español». Esa definición se desprende de la lectura de sus columnas en ABC y XL Semanal. El escritor ha reunido una selección de esos artículos en «Dinero, demogresca y otros demonios» (Temas de Hoy), libro que disecciona en esta entrevista.

- Su tesis es que el buen periodismo resiste al paso del tiempo.

- Sin duda. Es cierto que a la prensa escrita, en un afán por mimetizarse con otros medios de comunicación, concretamente con la televisión e internet, le ha invadido el síndrome del apunte sobre la más estricta actualidad, que al día siguiente se pierde. Pero la misión que tiene el periódico, y que va a tener en el futuro, es la de tratar de comprender la realidad a partir de una mirada panorámica sobre lo que nos está sucediendo. Eso no se va a perder nunca, y es vigente. Por otra parte, yo leo mucho a los clásicos de ABC, a José María Pemán, a Agustín de Foxá, y es impresionante; los lees 50 años después y sus artículos están plenamente vigentes. Eso es lo que debe buscar el periodismo.

- En ese sentido, afirma que se le antoja más actual un ABC de 1950 que todos los periódicos que ha leído en los últimos años.

- Sí, sin duda. Esto fue una cosa que me ocurrió muy graciosa: en un contenedor de escombros de una obra que estaban haciendo en mi casa había un ABC de 1950; lo cogí y era admirable cómo estaba concebido el periódico en ese momento, porque estaba lleno de reportajes que 50 años después podías leer exactamente igual. Ese es el periodismo al que hay que volver. No nos tenemos que obnubilar, porque cada medio de comunicación tiene su naturaleza propia y tratar de competir con Twitter es una gilipollez, porque Twitter es una gilipollez, y si te pones a imitar una gilipollez, es una cosa patética. Yo creo que el periódico puede tener una vida larga, pero tiene que ofrecer a los lectores algo distinto a lo que ofrecen otros medios.

- Metidos en materia, estructura el libro en once apartados. ¿Cómo hizo la selección?

- Tenía una idea, que es recurrente en lo que voy escribiendo, del proceso de descomposición que están sufriendo las democracias occidentales. Por razones muy diversas: primero, por la adulteración del principio de representación política; luego porque, como predijo Pío XI, los Estados, en vez de ser árbitros del dinero, se han convertido en lacayos del dinero. También quería hablar del proceso de abolición del hombre, de destrucción de lo humano a través de una serie de engañifas que se le dan a la gente. Con todo lo que había escrito sobre estas cuestiones, quería ofrecer una visión unitaria de lo que para mí era este proceso de crisis, de decadencia, pero sobre todo de fin de una civilización. El libro es un libro político, de pensamiento político, con una filiación muy evidente, que es el pensamiento tradicional español, y es una llamada a recuperar una serie de cuestiones fundamentales, que los españoles hemos dejado en la cuneta.

- De ese proceso de descomposición tiene mucha culpa lo que usted denomina «demogresca».

- Sí. La «demogresca» es un mecanismo de protección que tiene el poder para que la gente no se preocupe de lo verdaderamente importante. Ahora mismo, el grave problema que tiene la democracia es que el principio de representación política no rige; tú votas a un señor y ese señor no te representa, representa unos intereses de partido, plutocráticos, que no tienen nada que ver con las razones por las que te ha pedido su voto. Al mismo tiempo, el político deja de ser representante de sus votantes para tener representación en ámbitos que no le corresponden, para los que tú no le has votado. Entonces, se necesita que la gente esté constantemente en una refriega ideológica, falsa, porque la dura realidad es que en las cuestiones más importante existe una absoluta coincidencia entre los partidos, pero necesitan escenificar, como si fueran actores, una rivalidad absoluta. Para eso necesitan la «demogresca», para que la gente esté peleada por todo, que no exista en el pueblo una concordia mínima que le permita abordar las grandes cuestiones sin que exista división. Este es el gran tema que habría que considerar si queremos salvar esta forma de gobierno.

- Me gustaría que me definiera el concepto de «podemonios».

- El fenómeno de Podemos me resulta muy interesante, porque se nutre de unos anhelos nobles de una gran parte del pueblo español, de una rabia, de una indignación, de un descontento popular. En este sentido, me parece muy interesante, porque ese descontento tiene unas razones profundas que deben ser atendidas. Lo que Podemos hace con ese descontento popular es lamentable, porque es introducir la dialéctica marxista; halaga los anhelos populares, pero ideológicamente es un partido marxista, y concretamente muy adscrito a la estrategia del espartaquismo de Rosa Luxemburgo, que consiste en aprovechar el descontento popular para ponerlo al servicio del marxismo. Podemos es el producto natural de la descomposición del sistema, y en este sentido el término «podemonios» es un juego de palabras con la novela de Dostoievski «Los demonios». Podemos es la consecuencia lógica de unas oligarquías políticas irresponsables, que han ido erosionando y destruyendo cosas que eran fundamentales para la salud social; empezando por la religión y siguiendo por todo lo que de bueno ofrece la religión a la vida social: una moral, unas costumbres… Ese vacío que se genera se intentó llenar con bienestar, consumismo…

- Lo que usted denomina «idolatría plutónica».

- Bueno, el dinero como nuevo dios de las sociedades.

- El dinero, pero también la cultura de la distracción.

- Absolutamente. Claro, ideotizarnos con diversas morfinas. Hay varias estrategias; ese estado casi de catalepsia, de personas drogadas por entretenimientos banales, por unos medios de comunicación cada vez más degenerados… eso es importantísimo. Del mismo modo que también es importantísimo lo que yo llamo los «derechos de bragueta»: a la gente le vendes que esa libertad de cintura para abajo es el logro de una vida mejor, cuando eso va deteriorando a la gente, la va destruyendo. El consumismo ha sido otro instrumento, lo que pasa es que ahora cada vez está más jodido, con lo cual tienes que subir el listón de la ideotización. Una de las cosas que me resulta más pavorosa es la dependencia que tenemos de la tecnología; viajar en tren es algo que te da miedo, ver a todo el mundo con sus cacharritos todo el viaje.

- Bueno, si fuera sólo en el tren... Pero es que te lo hacen incluso en cenas o comidas.

- Sí, sí, sí, sí. Eso tiene mucho que ver con la deshumanización. Es evidente que hay un proceso de deshumanización en el cual no interesa que la gente tenga relaciones profundas y verdaderas.

- En esos medios de comunicación a los que se ha referido antes hemos visto caer a gente que, en su momento, ocupó puestos de gran responsabilidad. Estoy pensando en Rodrigo Rato.

- Tendríamos que hacer una reflexión de por qué convertimos en santitos de peana a personas que a lo mejor lo único que nos dieron fue un espejismo de prosperidad. ¿Esa es la misión de un buen gobernante? Yo no lo creo. El buen gobernante es aquel que es capaz de aunar las voluntades en la consecución de un bien común. Rodrigo Rato era ya un juguete roto al que a nadie interesaba, porque arrastraba consigo demasiadas nubes grises y ha llegado un momento que había que ponerlo en la picota, porque ya no tenía rédito. El sistema, de vez en cuando, necesita liberarse de los michelines para llegar con buena línea al verano. Esto no deja de ser un escandalete; Rato era un hombre que había quedado muy desprestigiado y esto ha sido una escenificación aspaventera y un poco esperpéntica.

- El problema es que, como usted escribe, en la partitocracia los políticos honrados no son la regla.

- Porque la partitocracia se constituye como un mecanismo para sustraer, para abolir el principio de representación política. La dura realidad es que yo voto a unos señores para que protejan a los trabajadores, o para que se carguen el aborto; y luego esos señores ponen leyes que precarizan el empleo y dejan el aborto como está. Eso es partitocracia. Yo creo que contra esto hay que luchar, porque al final estos señores son señores descontrolados, que no responden ante quien les ha votado.

- Pero eso habría que planteárselo, sobre todo, a la hora de depositar el voto en la urna.

- Esto es un tema de cabeza. Tenemos que darnos cuenta de que hay que reformar el estatuto del representante popular. Hay que instaurar un sistema en el cual el político tenga que hacerse responsable de su programa, en donde haya un control, por parte del pueblo, para que estos políticos hagan aquello por lo que se les eligió. Y hay que conseguir que los políticos no tengan entrada en otros ámbitos que no sean los estrictamente políticos.

- Las famosas puertas giratorias.

- Efectivamente. Hay que acabar con todo eso. No puede ser que un político después tenga representación en un consejo de administración. Porque, la dura realidad, es que tiene esa representación porque ha estado beneficiando a esa empresa mientras era gobernante. Con todo eso hay que acabar, y en ese momento habremos dado el primer paso para empezar a salvar las cosas.

- ¿Y cómo se logra eso?

- A mí me encantaría que del mismo modo que están surgiendo estos movimientos demagógicos…

- ¿Se refiere a Podemos?

- No sólo a Podemos. Bajo máscaras diversas están surgiendo nuevas fuerzas que vienen a confirmar lo que ya hay. Yo en partidos como Ciudadanos no percibo ningún impulso de cambio verdadero; creo que son movimientos que aprovechan una fuerza popular que existe. Creo que ese descontento debería tener una voz política. Pero ahora mismo en España la mitad de los españoles son metecos, personas que no tienen derechos políticos, porque no hay quien los represente. Me gustaría que surgiese una fuerza política que defendiera una serie de cuestiones que, hoy en día, nadie defiende, como la justicia social, el bien común, la moral… En definitiva, una fuerza política que tratara de restaurar una serie de principios políticos y de convivencia que han sido arrasados.

[Lee el primer capítulo de «Dinero, demogresca y otros demonios»]

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