Hazte premium Hazte premium

Cuando los españoles liberaron París

En el 70 aniversario de la Liberación de París, Francia honra la novela gráfica «Los surcos del azar» de Paco Roca. Un homenaje a los republicanos que tomaron la capital francesa

Cuando los españoles liberaron París

carlos abascal peiró

París habló castellano. Al menos durante horas, una semana. O el ínterin de un tweet: «A unos días del 70 aniversario de la Liberación de París, os invito a profundizar en este episodio de la historia de nuestra ciudad con el excelente tebeo de Paco Roca». La prescripción express corre a cuenta de Anne Hidalgo, gaditana de nacimiento y hoy alcaldesa de la capital gala, y cuyas cuentas sociales , hará apenas una semana, anticipaban la efeméride de la Liberación para rescatar la novela gráfica « Los surcos del azar» (Astiberri, 2013 ), homenaje del autor valenciano a «la Nueve», la compañía española que liberó París. «No lo sabía, de verdad», ríe Roca interrogado por ABC.

Porque en París –lo olvidamos o nunca lo supimos– la libertad tuvo muchos nombres. «Belchite», «Ebro», «Guadalajara» o «Santander». Tantos como las tanquetas que, al anochecer, un 24 de agosto, rodeaban el tiroteado ayuntamiento de una ciudad resentida –cuatro inviernos duró la ocupación. Era 1944. Y además un relato, advierte Roca, «más enterrado aquí que en Francia, donde no forma parte de lo que ellos deben vindicar, puesto que a cada país le corresponde crear sus héroes». España no lo hizo, desde luego. Y aún con todo, a su modo, Francia supo anular el rastro de aquellos exiliados españoles que tomaron París.

De Gaulle, avisaba Semprún en su prólogo al documentado «La Nueve: Los españoles que liberaron París» de Evelyn Mesquida , sepultó el episodio bajo un silencio que servía a la algo demolida grandeur que aniquiló el régimen de Vichy. La delación, la indiferencia. Era una estrategia en vistas a allanar la terapia moral de un país, subraya Roca, que «había jugado un papel algo ambiguo durante la Segunda Guerra Mundial». El trauma del colaboracionismo se tradujo en una compleja digestión interna. «Tenían que poner orden en una historia –razona el dibujante– donde no cabían los extranjeros». Por mucho que la famosa División Leclerc, que integraba a «la Nueve», apenas incluyese franceses. Era un babel de uniformes.

Tras la derrota alemana y con percutor, De Gaulle redobló la arenga hacia un discurso donde el viejo París se liberaba a sí mismo –« Paris outragé, Paris brisé, Paris martyrisé, Paris liberé »– para integrar, domesticar y desterrar la miseria moral de Petain, de algún que otro anónimo. Y en el curso de aquel brillante centrifugado, la historia engulló amargamente la gesta de «la Nueve», o a tantos españoles que combatían en la Resistencia gala para no perder dos veces. Que escaparon de Argelès, Le Vernet o Bram; de aquellos campos de concentración –del «desprecio», confesó Francia más tarde– que absorbían a los exiliados después del Pirineo. De la tragedia.

«Los surcos del azar»

«Para qué llamar caminos a los surcos del azar», escribió una vez Machado; y Roca, que bautizó así su novela gráfica, resolvió dibujar y relatar la hondura de esos surcos en otro ejercicio de memoria o, la mayor parte de las veces, desmemoria. Como aquella que agujereaba el alzheimer en su «Arrugas» y que de nuevo, ahora colectiva, aflora en «Los surcos del azar». O, según el título acordado por la edición gala, «La nueve». Que por cierto prologa Anne Hidalgo.

Ella, en el verano de 2004 y cuando sólo era la segunda de Delanoë, entonces alcalde, impulsó una primera placa en París –«A los republicanos españoles, principal destacamento de la columna Dronne»– o un intento por recobrar un episodio cuyo recuerdo, al calor del esfuerzo de diversas asociaciones de inmigrantes, madura de algún modo en la novela gráfica de Roca. «Sabía de su interés pero no tuvimos contacto directo», admite el historietista mientras narra como llegó a conocer a dos excombatientes, Luis Royo y Manuel Hernández, en un coloquio en el Instituto Cervantes de París con la propia Mesquida, experta en las hazañas de «La Nueve». «Supe que allí había una «historia increible». Y algún tiempo después, resultado de un exhaustivo proceso de documentación y cerca de dos años y medio de trabajo, las 328 páginas de «Los surcos del azar» asombraron de nuevo a la crítica. El reconocimiento a la mejor obra nacional en el Salón Internacional del Cómic de Barcelona redondeó el aplauso.

«La nueve»

Y qué fue «la Nueve», la Novena Compañía. Era el orgullo de la II División Blindada del general Leclerc, o 30.000 tipos rescatados de muchos exilios que, desde el caótico muelle del Norte de África y tras la pista de Jean Gabin en aquella película de Duvivier , rumiaban un regreso al continente. Al cabo, París se sublevaba el 20 de agosto de 1944 y De Gaulle, voz de la Francia libre, urgió a los norteamericanos a liberar la capital antes de que la aviación alemana sabotease puentes e infraestructuras fundamentales –«sólo caerá en manos del enemigo convertida en un campo de ruinas», había amenazado el führer. Raymond Dronne, capitán de la Nueve, recibió la orden de «marchar aprisa sobre París, de entrar y tomar con suma rapidez todo aquello que encontrasen a su paso». Su mano derecha, el teniente republicano en el exilio, Amado Granell, valenciano y de Burriana, encabezó la primera incursión en el periférico parisiense.

Desde la Porte d'Italie, al sur, y remontando hacia el Sena a través del Bulevar Saint Michel, la columna estiraba el paso. El objetivo, al otro lado del río, era alcanzar el Ayuntamiento, donde un grupúsculo de partisanos sostenía fuego alemán desde hacía días. Granell estacionó una tanqueta frente a la plaza –el «Guadalajara»– y tomó el consistorio. A la mañana siguiente la portada de «Libération» imprimió un «ILS SONT ARRIVÉS!» (¡Han llegado!) que no supo o no quiso poner pie de foto al rostro del español. Nadie esperaba que los primeros hombres en tomar París llevasen cosido a la solapa un banderín republicano. A Grannell, en la resaca de la victoria, le ofreció De Gaulle galones a cambio de renunciar a su nacionalidad; dicen que rechazó la invitación. Nadie se acordó de él.

Buscar en la memoria

«Son temas que me interesan. Hay muchos caminos para crear y dos en particular». Y Roca cita a Hemingway como contrajemplo creativo: su método fue el de «la vida increible». El autor de «París era una fiesta» (contó que) estuvo en todas partes y también por supuesto en la Liberación, donde la leyenda le sitúa –25 de agosto de 1944– bautizando a sangre y fuego la brasserie del Hotel Ritz. Hemingway dijó que a veces soñaba con la vida después de la muerte y la fantasía, dijo además, transcurría inevitablemente allí, en el pub del Ritz. Ello respalda, a fin de cuentas, esa otra versión según la cual el novelista hizo la guerra desde la recepción de un hotel, de varios. A Lecrerc Hemingway le pidió una patrulla para retomar su barra favorita y el militar, claro, obvió la propuesta, aunque sí parece cierto que el norteamericano amarró su jeep en la Place Vendôme, frente a un Ritz naturalmente vacío de alemanes y cuyo director, Claude Auzello, le impidió la entrada en tanto que no tirase el arma.

Y Roca apuesta por una vía menos ruidosa, por «buscar mis historias en la memoria para darme cuenta de que las hay tan increibles como esta». La suya, tan necesaria, esa que arranca en un puerto de Alicante poblado de 20.000 refugiados a la espera de un billete. Ni rastro de Hemingway. «Sabemos poco de la historia de España, vivimos durante años con un solo punto de vista sobre la Guerra Cívil y el exilio era desconocido puesto que no formaba parte de la historia oficial», reflexiona el dibujante. «Digamos que la memoria es una buena fuente de inspiración».

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación