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Ian Fleming, una carrera al servicio de James Bond y medio siglo a su sombra

El popular espía no sólo ha sobrevivido a su creador, sino que, a 50 años de su muerte, ejerce de franquicia autónoma

Ian Fleming, una carrera al servicio de James Bond y medio siglo a su sombra abc

david morán

En 1962, dos años antes de morir y cuando Bond, James Bond, le había convertido en uno de los más exitosos escritores con licencia para matar, Ian Fleming intentó una jugada suicida: librarse de su más icónica creación literaria. Lo hizo con disimulo, relegando al agente 007 a un rol secundario en «El espía que me amó» y confiando en que la maniobra le valiese la palmadita en la espalda de los llamados escritores serios. De poco le sirvió, sin embargo, ceder la voz narrativa a Vivienne Michel y ocultar a Bond hasta bien entrada la trama: los fans recibieron atónitos esta interrupción en lo que debería haber sido la continuación de « Operación Trueno » (1961) y Fleming , que tampoco quedó satisfecho con el resultado, no tuvo más remedio que volver a ponerse al servicio de Bond.

Dos años después, tras publicar «Solo se vive dos veces», el escritor sufrió un infarto y falleció el 12 de agosto de 1964. No llegó a ver publicado « Chitty Chitty Bang Bang », el cuento infantil que dedicó a su hijo Caspar y que Disney convirtió en película, pero tuvo tiempo más que suficiente para comprobar como aquel personaje libidinoso e indestructible que creó para exagerar su paso por los servicios de inteligencia de la Royal Navy se había convertido en algo serio. Una máquina de hacer dinero que no solo le sobrevivió, sino que, medio siglo después de su muerte, se ha convertido en una franquicia con nombre y vida propia. Así que murió Fleming, «la única víctima real de James Bond», según sus biógrafos, pero el agente 007 salió indemne. O casi. Desde la muerte del escritor británico, más de una decena de autores han seguido exprimiendo al Bond literario con mayor o menor fortuna.

Amis y la pistola de oro

La operación post-mortem empezó pronto, con el manuscrito de «El hombre de la pistola de oro» que el autor británico dejó incluso convenientemente revisado -y, según la rumorología, también terminado- por el eminente Kingsley Amis . El autor de « La suerte de Jim » nunca llegó a aclarar cuál fue realmente su papel en la novela, pero cuatro años más tarde, en 1968, recibió el encargo de continuar la saga con «Colonel Sun», novela que publicó bajo el seudónimo de Robert Markham . «Cuando Ian Fleming murió en 1964, se consideró que James Bond era demasiado popular como para correr la misma suerte. Y, como he dicho, yo no podía esperar a probarlo», recordaba un Amis que, sin embargo, solo llegó a firmar un título de la serie.

El éxito del Bond cinematográfico mantuvo en barbecho al literario hasta 1981, cuando el británico John Gardner aceptó retomar la saga y publicó una docena de títulos y las novelizaciones de las películas «Licencia para matar» y «Goldeneye». El dinero y la popularidad, sin embargo, estaban en la gran pantalla. Tampoco ayudó el hecho de que Gardner empezase a juguetear con algunos de los elementos más característicos del imaginario de Fleming y su Bond condujese un Saab, bebiera té y fumase cigarrillos light. Alteraciones notables que se encargó de corregir el estadounidense Raymond Benson , fan de la saga original que recogió el testigo de Gardner en 1997 y sumó otras seis novelas a la bibliografía «póstuma» de Bond.

No sería hasta 2008, sin embargo, después de veinte películas, innumerables cómics, una serie de hazañas juveniles e incluso los diarios de la encantadora Moneypenny cuando, coincidiendo con el centenario del nacimiento de Fleming, los albaceas de su legado decidieron relanzar la serie literaria reclutando a ilustres novelistas. Nombres de peso para un personaje de leyenda. Esta nueva etapa se estrenó con «La esencia del mal», novela con la que el británico Sebastian Faulks se empapó a conciencia en el universo Fleming. «En su casa en Jamaica, Fleming solía escribir mil palabras por la mañana, buceaba, tomaba un cóctel, buceaba, tomaba un cóctel, almorzaba en la terraza, buceaba, escribía otras mil palabras, más martinis y mujeres glamurosas. En mi casa en Londres he seguido esta rutina, excepto por los cócteles, el almuerzo y el buceo», bromeaba Faulks.

En 2011, el agente 007 volvió a cruzar el charco para ponerse en manos del estadounidense Jeffery Deaver , creador del célebre criminalista parapléjico Lincoln Rhyme y autor superventas gracias a títulos como «El coleccionista de huesos». Él fue el responsable de «actualizar» a Bond y presentarlo como un veterano de la guerra de Afganistán que se interroga sobre la muerte, una versión literaria demasiado próxima a esa otra exitosa saga post-mortem que es el Bourne de Robert Ludlum y que William Boyd , estudioso de Bond además de novelista de éxito, devolvió a su cauce original en 2013 con «Solo». Y es que el escocés, tercero en discordia y, por el momento, último en esa larga lista de replicantes, no solo exprime a fondo el imaginario original, sino que indaga con elegancia en las miserias de un Bond que viaja de vuelta a los sesenta para señalar que el espía literario es mucho más interesante que el del cine. Una máxima que el propio Ian Fleming no tendría demasiados reparos en hacer suya.

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