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García Márquez hizo temblar los muros

En el discurso de la inauguración del I Congreso Internacional de la Lengua Española en Zacatecas el Nobel proclamó: «Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna»

García Márquez hizo temblar los muros abc

DARÍO VILLANUEVA

De nadie con buen seso esperaríamos que le exigiese a Fernando Alonso respeto a las normas del código de la circulación en el circuito de Monza. Fue bastante antes de que comenzaran los éxitos de nuestro campeón de Fórmula 1, exactamente hace ahora diecisiete años, cuando Gabriel García Márquez inauguró el primer Congreso Internacional de la Lengua Española en Zacatecas con un sucinto y a la vez memorable discurso en el que hizo temblar los muros de su propio idioma: «Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revólver con revolver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?»

Años atrás, otro poeta del español, Juan Ramón Jiménez, galardonado también con el Nobel de Literatura, había ido incluso más lejos al pasar de las palabras a los hechos y proceder en sus escritos a resolver alguna de esas complejidades ortográficas, mucho más livianas y llevaderas, por cierto, en nuestra lengua que en el francés, el alemán, el inglés o el portugués.

Gabriel García Márquez se limitó a aquella proclama que alcanzó, no obstante, resonancia ecuménica. Luego fuese, y no hubo nada, como en el estrambote cervantino. Muy al contrario: cuando el mismo congreso fue a Cartagena de Indias, el escritor contribuyó al homenaje que las veintidós Academias de la Lengua Española le rindieron editando «Cien años de soledad» a partir de un original rigurosamente corregido y revisado por el propio autor .

Y sus palabras en Colombia fueron esta vez sumamente emotivas y reveladoras de cómo desde el dominio inconfundible de su habla poética, Gabriel García Márquez se sentía arropado por ese código de convenciones aceptadas comunalmente al que el lingüista ginebrino Saussure denominó Lengua: «Ni en el más delirante de mis sueños, en los días en que escribía Cien años de soledad llegué a imaginar que podría asistir a este acto para sustentar la edición de un millón de ejemplares. Pensar que un millón de personas pudieran leer algo escrito en la soledad de mi cuarto, con 28 letras del alfabeto y dos dedos como todo arsenal, parecería a todas luces una locura».

Y añadió una confesión que acredita la meticulosidad de su oficio y cómo para el novelista irrepetible que acaba de dejarnos la humilde materialidad de la escritura, incluso desde el punto de vista ortográfico, era imprescindible para el logro cabal de su gran novela «Cien años de soledad» : «Parecerá mentira, pero uno de mis problemas más apremiantes era el papel para la máquina de escribir. Tenía la mala educación de creer que los errores de mecanografía, de lenguaje o de gramática, eran en realidad errores de creación, y cada vez que los detectaba rompía la hoja y la tiraba al canasto de la basura para empezar de nuevo».

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