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Wajdi Mouawad: «Dentro de mí hay un insecto detestable»

El exitoso dramaturgo ahonda en las tragedias contemporáneas en la novela «Ánima»

Wajdi Mouawad: «Dentro de mí hay un insecto detestable» efe

david morán

Acostumbrado como está a tensar al máximo los límites del drama y a bucear a pulmón en los abismos de la atrocidad, era de esperar que la nueva novela de Wajdi Mouawad (El Líbano, 1968), la brutalmente poética «Ánima» (Destino; Edicions del Periscopi en catalán) fuese un ajetreado y turbulento aterrizaje en las entrañas de la tragedia. Una nueva zambullida en esa laguna de aguas revueltas y alquitranadas que fue la tetralogía escénica «La sangre de las promesas» de la que el autor canadiense de origen argelino emerge, una vez más, preguntándose qué es lo que ocurre cuando lo cotidiano entra en quiebra y la vida que conocíamos acaba hecha trizas.

«Habían jugado tantas veces a morirse el uno en los brazos del otro, que al encontrarla ensangrentada en mitad del salón se echó a reír, convencido de estar asistiendo a una representación, a algo grandioso que consiguiera sorprenderlo esta vez, anonadarlo, pasmarlo, hacerle perder la cabeza, quedarse con él», escribe Mouawad en el arrollador arranque de una obra que empieza a calibrar la magnitud de la tragedia desde sus primeras páginas. «No diría que me obsesione el mal, sino cómo conseguimos sobrevivir cuando lo cotidiano se rompe. Esa pregunta sobre el mal ya se la planteó Shakespeare. En Chéjov, en cambio, no hay personajes malvados. Y yo me siento más cercano a Chéjov que a Shakespeare», explica el escritor y dramaturgo, cuya nueva novela se acomoda en esa grieta que se abre en la vida de Wahhch Debch tras descubrir que su mujer ha sido brutalmente asesinada.

Sabra y Chatila

«Cuando esa fractura se produce al mismo tiempo en un plano personal y en un colectivo, es cuando nos encontramos cara a cara con la tragedia de nuestro tiempo», señala Mouawad, quien entrelaza el drama personal de Debch a la mascare de 1982 de Sabra y Chatila, ocurrida durante la guerra del Líbano, en una novela que prescinde del narrador omnisciente -«cuando ocurren cosas así, no hay Dios posible; estamos solos», asegura- para dar voz a los animales. Ellos son los encargados de relatar la cacería que el protagonista emprende entre Estados Unidos y Canadá en busca del asesino de su mujer. Una búsqueda que, escribe Mouawad, no persigue tanto la venganza como un resquicio de esperanza. «Todo surge de ese mestizaje. No puedo crear una historia que diga que el mundo ha acabado pero que sigue habiendo esperanza», señala.

Ese constante juego de contradicciones y el intento por reflejar una realidad que, asegura, es atroz «por naturaleza» es lo que ha llevado al autor de «Incendios» a necesitar diez años para terminar «Ánima», novela que, como casi todo lo que nace de la mente de Mouawad, intenta salir airosa de ese laberinto que es la identidad. Un laberinto que, en su caso, se convierte en material especialmente sensible. «Dentro de mí hay un insecto detestable. No puedo matarlo, pero puedo domesticarlo», confiesa cuando recuerda cómo su identidad se construyó «a partir del odio al otro». «Siendo muy joven me enseñaron a odiar a musulmanes, judíos, palestinos, chiítas y sunitas porque no eran cristianos menonitas. Todos vivimos ese odio y era muy normal, por lo que cuando en el periódico leíamos que había muerto un sunita, salíamos a la calle y bailábamos. Así es como se construyó mi identidad: bailando por la muerte de un sunita», relata.

Conocer al otro

El exilio familiar durante la guerra civil del Líbano, sin embargo, le llevó a ver la cosas de otra manera. De una manera muy diferente. «Vivir en Francia y Quebec me permitió conocer a esa gente que me habían enseñado a odiar: me casé con una mujer judía, el protagonista de esta novela es palestino, mi autor de referencia es Kafka, a quien siento más cercano que mi propia familia, he llevado a escena una obra de un autor árabe...». Y aún así, confiesa Mouawad, el insecto sigue ahí. Indestructible pero domesticable.

No menos problemática parece su relación con el teatro, disciplina en la que se ha coronado como uno de los autores contemporáneos de referencia pero a la que, asegura, llegó por casualidad y, sobre todo, necesidad. «Mi primer pulsión siempre fue escribir novelas, ya que cuando tenía doce años lo que leía eran novelas, no obras de teatro». Aún así, el autor de «Litoral» explica que su limitado dominio del francés le obligó a aplazar sus ambiciones novelescas. «En aquel momento leía a Víctor Hugo, Kafka y Stendhal, y yo quería ser como ellos. O eso o nada. No tenía herramientas, pero sí tal necesidad de escribir que el teatro fue como un salvavidas», explica.

Con los años, sin embargo, y pese al éxito internacional que le han reportado montajes como «Incendios», la novela ha vuelto a ganar terreno en su cartografía literaria. «Una novela no protestará si quitas una palabra o cortas un trozo, pero un actor es una persona viva que llora y protesta si le recortas texto. Tienes que gestionar la humanidad de los demás, y eso es algo que me agota», explica. De hecho, Mouawad reconoce que incluso «Incendios», su gran éxito, ha llegado a aburrirle. «Es muy violento que, cuando estreno una obra, haya gente del público esperándome al final para decirme que no es “Incendios”. Me aburre soberanamente», zanja.

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