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María Teresa León, donde no habita el olvido

Se conmemora el XXV aniversario de la muerte de la escritora, primera esposa de Rafael Alberti

María Teresa León, donde no habita el olvido MANDELLO

TRINIDAD DE LEÓN-SOTELO

En el cementerio de Majadahonda (Madrid) hay una tumba que ayer, 25 años después, se cubrió de flores reales o soñadas. En la lápida hay un nombre, María Teresa León, y un verso, primero y último de un poema de Rafael Alberti , «Hoy, amor, tenemos veinte años». Mientras vivió, él fue su marido. Fue un amor apasionado de esos que causan escándalo a los bienpensantes. María Teresa León (Logroño, 31 de octubre 1910-Madrid, 13 de diciembre 1988) se casó por vez primera con Gonzalo de Sebastián Alfaro. La novia tenía 17 años y parecía destinada a una existencia cómoda y sosegada en un hogar en el que, como aquel en el que ella nació y creció, regían las normas de la alta burguesía. Pero su destino no era ese o, al menos, ella lo cambió.

Cuando en 1930 conoció en Madrid a Rafael Alberti era ya una mujer separada desde 1928 y con dos hijos, Gonzalo y Enrique, a los que tardaría años en volver a ver. Sobre el fracaso de su matrimonio escribió en «Memoria de la melancolía» que «la separación no vino de la muchacha. Él temblaba en el pasillo de la casa pidiendo perdón». Hasta el final de su vida estuvo enamorada del autor de «Sobre los ángeles». Así lo prueba el recuerdo de su sobrina, Teresa Alberti, que la cuidó durante las sombras del Alzheimer y comenta que Rafael fue la última palabra que pronunció. Más aún, cuando el olvido aún no se había apoderado de ella, escribió que si, según Petrarca, amar es convertirse en la persona amada, ella era Rafael Alberti. Pero la historia de ambos no fue solo la de una pasión amorosa, sino la del compromiso político: se afiliaron al Partido Comunista y participaron activamente en la Guerra Civil española.

¿Quién podría haber adivinado que una muchacha que dejó escrito que en su familia todas las mujeres habían sido de derechas se entregaría con fe ciega al PCE? Sin embargo, el partido al que se entregó con un afán total le negó, cuando regresó a España en 1977, cualquier tipo de homenaje. Ahora reconoce su olvido y ha editado «La memoria dispersa», con prólogo de su hija Aitana Alberti, que recoge textos entre los que hay inéditos. Lástima que ya se cumplan diez años de las palabras de Arias: «La vi en una soledad inmensa».

Amor por España

Para admirar su belleza bastan sus fotografías. Para saber de su amor por España basta leerla. Su padre, Ángel León Lores, era coronel del Ejército, y en cierta ocasión escuchó de Alfonso XIII que, «si todos mis coroneles fueran como tu hija, ¡menudo ejército tendría!». Su madre, Oliva Goyri de la Llera –también padeció Alzheimer– era hermana de María, esposa de Ramón Menéndez Pidal, una de las primeras mujeres que logró en España un doctorado en Filosofía y Letras. En este hogar mantuvo un estrecho contacto con la cultura que fructificó en una carrera literaria desgraciadamente poco conocida en España, donde ni siquiera se ha publicado toda su obra. Novelas, biografías, cuentos, piezas de teatro, guiones de radio, artículos, merecen mejor suerte de la que han disfrutado. Su primer texto apareció en 1924 en el «Diario de Burgos», con el seudónimo de Isabel Inghirami, la heroína de D’Annunzio. La defensa de la cultura y la mujer coparon sus palabras.

El 18 de julio de 1936, los Alberti estaban en Ibiza y en sus montes pasaron escondidos veinte noches, llegando a rumorearse en Madrid que habían sido fusilados. En la capital madrileña se instalan en el Palacio de los Marqueses de Heredia Spínola, donde ya estaba la Alianza de Escritores Antifascistas. María Teresa no cesaba en su ardor guerrero, pero no establecía diferencias «entre vivir y escribir». No fue solo la miliciana de pistola al cinto, sino la mujer que llevó al frente obras de teatro y fue directora del Teatro de la Zarzuela, llamado de Arte y Propaganda, donde estrenó, entre otras, la «Numancia» de Cervantes. Su firma está estampada junto a la de Sánchez Cantón, subdirector del Museo del Prado, para permitir la salida de la pinacoteca de las obras de arte. Perdida la guerra, el matrimonio pasa a Orán, de allí a Marsella y, finalmente, Paris.

Exilio

En 1940, parten hacia Hispanoamérica, residiendo 23 años en Buenos Aires. En 1963, Roma. Al fin, en 1977, España. Durante el exilio, la escritora se entrega a figuras muy españolas: el Cid, doña Jimena, Bécquer y Cervantes, de quienes escribió sendas biografías. En la distancia se vio como alguien que lleva en su mano derecha dos lágrimas que ningún viento podía secar y que se llamaban España.

María Teresa León no pudo ser enterrada en el cementerio civil de Madrid, ya que la huelga general del 14 de diciembre de 1988, impidió el traslado de su cuerpo a Madrid. Su cabeza reposa en el almohadón que cobijó a Aitana en su cuna.

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