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Mario Muchnik: «El contable se ha convertido en el jefe de la editorial»

El editor argentino, fundador de El Aleph, publica «Ajuste de cuentos», quinto volumen de sus memorias

Mario Muchnik: «El contable se ha convertido en el jefe de la editorial» FRANCISCO SECO

INÉS MARTÍN RODRIGO

Decía Franz Kafka (1883-1924) que «en la lucha entre uno y el mundo, hay que estar de parte del mundo». Este consejo kafkiano ha marcado la trayectoria profesional de Mario Muchnik (Buenos Aires, 1931), el último gran editor . Muchnik ha procurado ponerse siempre de parte del lector. Haya pesado a quien haya pesado.

No obstante, la mochila editorial que el argentino lleva a sus espaldas es tan pesada (y rica) que hasta llegó a convertirse en confidente de un premio Nobel de Literatura ( Elias Canetti ) al que, cuando editó, no conocía en persona. De casta le viene a un galgo que, siendo apenas un crío, compartía reuniones de sobremesa con Ernesto Sábato y Jorge Luis Borges .

Ahora, con los 80 bien cumplidos, Mario Muchnik ha querido volver a echar la vista a atrás para recoger todos aquellos flecos de su vida que componen «Ajuste de cuentos» ( El Aleph ), el quinto volumen de sus memorias que estos días llega a las librerías.

- ¿Son estas las memorias de una «accidentada carrera profesional», como usted mismo llegó a definirla en cierta ocasión?

- No es eso. Es el quinto tomo de mis memorias. En «Ajuste de cuentos» hay poco sobre la edición y mucho sobre mi vida privada, sobre todo hacia el final del libro. Es difícil datar las cosas, por eso el libro es temático y comienza con el Buenos Aires que yo conocí, cuando era adolescente. Es una descripción retrospectiva del Buenos Aires pre-peronista.

- ¿Y después?

- Después me pregunto una serie de cosas… Es un libro de flecos que quedaban pendientes. Ahora me doy cuenta de que los flecos pueden resultar más largos que la autobiografía. Además, yo tengo buena memoria y no he conocido la enfermedad del Alzheimer. Pero cuando un libro sale y se empieza a mover, yo me siento bloqueado para escribir buenas cosas. No me quiero comparar con los grandes, pero hay ejemplos célebres.

- ¿Por qué sintió la necesidad de escribir sobre esos flecos pendientes?

- Realmente, hacer cinco libros y que todos sean distintos… Es difícil que uno no se considere escritor. Gozo mucho escribiendo, me gusta repasar casi todas las palabras del texto. Supongo que debe ser así cuando un escritor es bueno. Me pongo siempre del lado del lector, pero yo no nací para ser James Joyce .

- Tampoco es que abunden los James Joyce en el panorama editorial… Cada vez hay menos.

- Eso es así. Es una constatación. Hay muchas cosas que se conjuran para que la literatura pase a mejor vida. Hay mucha gente encadenada a la electrónica. Por suerte, yo fui físico y no es que me asusten tantos botones, pero me molestan mucho. Hoy en día, en el caso de los chicos que están estudiando y aprendiendo, en la lectura el interés ha dejado de ser literario para pasar a ser técnico.

- ¿Es usted un enemigo del libro electrónico?

- No, no lo soy. Pero, para leer como adulto, para leer una novela importante como «Madame Bovary» o los ensayos de Montaigne yo necesito el papel. Debe ser que crecí con el papel. Que mi padre me llevara a conocer la imprenta y tratara de descifrar mi nombre al revés fue algo que me quedó para toda la vida. Después, como editor, siempre me gustó ir a la imprenta.

- ¿Es consciente de que puede que sea el último editor?

- Sí, lo soy. Hay jóvenes que tienen mucho talento, como el recientemente fallecido Manuel Fernández-Cuesta … Gente como él existe, aunque no veo editores de mi edad. Gonzalo Pontón editó muy bien toda su vida con Crítica , pero lo echaron cuando llegó Planeta. Son las cosas que pasan en el mundo real y que llevan a que la gente lea menos.

- Ahora el marketing se impone a la realidad literaria.

- Pero claro. Y lo tremebundo es que el contable se vuelve el jefe de la editorial. El editor trabaja 24 horas. Es una tarea muy intuitiva. Y eso que tengo un enorme respeto por estas nuevas tecnologías, me he servido mucho de ellas…

- Se le ve resignado.

- Me he resignado al mundo. En definitiva, ¿qué voy a hacer, ponerme a luchar contra el mundo para que no caiga en el vicio electrónico? Ahora soy menos discutidor que antes.

- Pues ahora hacen falta buenos discutidores.

- Pero entonces hay que tener menos años que yo y más actividad física. Desde que cumplí 60 años tuve menos miramientos a la hora de decir las cosas, de asignar culpabilidades. Pero desde que me pusieron el triple «bypass»… he construido un triple «bypass cultural».

- Y, si recuperara un poco ese ánimo discutidor, ¿a quién atribuiría la culpa del estado actual de la industria editorial en nuestro país?

- En primer término, a las falsedades que circulan. El sistema de distribución en las librerías es mucho más sano en Estados Unidos que en España. A partir de ahí empieza a jugar un papel crucial en la edición el dinero antes que el valor literario. La última vez que fui a Fráncfort, hace unos seis años, me sentí como en una lata de sardinas donde solo se hablaba de dinero. La cosa no tiene nada que ver con el contenido del libro, sino con el valor del mercado. Por eso soy el editor más despedido de Europa, pero llevo esa condición con orgullo.

- También ha cambiado la relación del editor con el escritor.

- Sí, hombre, sí. Una vez, alguien me propuso publicar las memorias de no sé quién por cincuenta millones de pesetas y yo le dije que ni las memorias de Dios valían eso. El descarrilamiento de la vida social se produce cuando hay editores dispuestos a pagar anticipos millonarios para asegurarse un mercado. He visto corromperse a autores que publicaron una gran primera novela y que, después, escribían con el contadorcito en la mano izquierda. Hoy, hay autores que deciden en función de lo que les ofrecen.

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