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Paolo Giordano: «Buscamos desesperadamente héroes encarnados»

Tras el éxito de su primera novela, el autor de «La soledad de los números primos» regresa con una historia ambientada en la guerra de Afganistán

Paolo Giordano: «Buscamos desesperadamente héroes encarnados» IGNACIO GIL

INÉS MARTÍN RODRIGO

Paolo Giordano (Turín, 1982) logró vender siete millones de ejemplares con su primera novela, «La soledad de los números primos» , cuya adaptación cinematográfica llegará a los cines españoles el 27 de marzo. Casi cinco años después, este físico de gran talento literario e inmensos ojos azules vuelve a bucear en la soledad humana para contar la historia de un pelotón de soldados en la guerra de Afganistán en «El cuerpo humano» (Salamandra).

-Sorprende que el autor de «La soledad de los números primos» haya escrito una novela sobre la guerra.

-Hay que ir un poco más allá de la obviedad, un libro es mucho más que el tema del que trata. En «La soledad de los números primos» había mucha más guerra de la que se percibía y en esta hay mucha más soledad. Pero solo en la experiencia de la guerra encontré la transformación que quería narrar, ese paso de jóvenes a adultos, con la fuerza y la violencia que quería contar.

-¿Afganistán tenía esa fuerza?

-Es una guerra que empezó cuando yo tenía 18 años y pertenece mucho más a mi vida que la Segunda Guerra Mundial o la de Vietnam . Hubiera sido algo muy distinto, en realidad artificial, situarlo en otro contexto. Quería una guerra actual, que me cayese encima.

-Visitó Afganistán en dos ocasiones.

-Sí. La primera vez no tenía en mente la historia, pero me encontré con ella por casualidad. La segunda, ya con el libro en mente, fui para ver cómo mi imaginación había cambiado ese lugar.

-¿Cambió su concepto de la guerra?

-Me di cuenta de que no tenía conciencia de lo que era, sabía su significado estricto, pero no lo relacionaba con situaciones concretas. Solo sentía una extraña atracción, un poco atemorizada, hacia todo lo que tenía que ver con la guerra. Siempre he tenido una relación muy difícil con la fuerza y el poder, lo he vivido como algo muy negativo y brutal.

-¿Y por qué «El cuerpo humano»?

-El título surgió antes de que comprendiese la historia que iba a contar. Cuando escribo soy demasiado mental y pierdo el contacto con las cosas físicas, algo que también me sucede en la vida real. Esta vez quería que todo sucediese a través del cuerpo de los personajes. El título fue una exigencia que me puse, de manera que cada vez que perdía el contacto físico me obligaba a volver a la Tierra. Al ver cómo vivían en Afganistán, me di cuenta de que la salvación del cuerpo es lo prioritario.

-Los protagonistas de sus dos novelas comparten un trauma familiar.

-Quería un indicio de que, para mí, la historia continuaba. «La soledad de los números primos» se ocupa de la vida hasta el final de la adolescencia y «El cuerpo humano» narra la experiencia de los diez años posteriores. Tanto Mattia como Egitto son la imagen más precisa de mí mismo al inicio de cada libro. Al escribir la historia familiar del teniente Egitto me di cuenta que la guerra en abstracto se parece mucho a la que se puede desarrollar en el seno de una familia. Es la conexión sentimental entre los dos tipos de guerras, que hay que mantener, porque nos concierne a todos, no es algo lejano.

-Dado su compromiso, ¿cree que ha terminado el tiempo de la épica?

-El tiempo de la épica no ha terminado porque, en realidad, buscamos desesperadamente héroes encarnados. Pero ¿quiénes son los verdaderos héroes y los verdaderos hombres? Es una pregunta que me llevo haciendo desde los 15 años y que concierne a cualquier joven varón de nuestro tiempo.

-¿Es la literatura un antídoto?

-Me bastaría con que estuviese realmente presente en la vida, no como un entretenimiento más, sino como algo que te llevara a enfrentarte y a dudar de ti mismo. No creo que la literatura sea un antídoto para nada, ni siquiera para quien escribe. Pero es una bellísima amplificación de la propia vida, que de otro modo sería muy limitada, restringida.

-Primo Levi, uno de sus referentes, rogaba al lector que no fuera en busca de mensajes.

-Estoy de acuerdo. Esa necesidad de hablar más allá del libro te lleva a exprimir mensajes que puede que estén implícitos, pero no necesariamente.

-¿Qué me dice de su generación, la de jóvenes europeos de más de 30?

-Vivimos con la sensación de haber perdido una especie de Edén, de paraíso inicial. Quizá no haya tal paraíso, solo unas transformaciones ya en marcha que van a traer un mundo distinto. Mi generación quizá sea la última que se está resistiendo a pensar que la marcha del mundo es así. Así lo veo yo, que no soy especialmente valiente ni rápido adaptándome a las transformaciones.

-Pero tuvo la valentía de dejarlo todo y convertirse en escritor.

-Solo lo hice al darme cuenta de que ya no podía volver a atrás. Mi «cuerpo humano» me lo sugirió.

-En el libro dice que «un soldado no deja nunca de ser un soldado». ¿Le sucede lo mismo al escritor?

-Con el escritor pasa aún más que con el soldado. Un escritor lo es las veinticuatro horas del día. Por un lado es algo maravilloso, porque amplifica enormemente tu vida, pero por otro es una condena divina, una cadena perpetua.

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