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Javier Gomá incita al escéptico a creer en la inmortalidad del alma

Jon Juaristi y Gregorio Marañón presentan «Necesario pero imposible», el último libro del filósofo, centrado en la esperanza

Javier Gomá incita al escéptico a creer en la inmortalidad del alma DE SAN EBRNARDO

ALFONSO ARMADA

El autor quería un escenario teatral y los aplausos que envidia a los actores cuando en la soledad de su escritorio termina una obra, y tuvo ambos: un acogedor auditorio vestido de rojo y negro en el séptimo piso del Teatro Real de Madrid y un lleno. El escenario perfecto para que el filósofo Javier Gomá, acompañado de su editora, Inés Vergara (de Taurus) y de dos amigos, presentara la culminación de su tetralogía sobre la experiencia: «Necesario pero imposible». Con timbre persuasivo, Gomá trató de convencer a un auditorio arreglado y escéptico que cabe una esperanza más allá de la experiencia. En sus palabras: «Bajo qué condiciones podemos convertir la nostalgia en esperanza. Quiero que la raíz esté arraigada en el problema antropológico y humano de cómo evitar que la indignidad de la muerte sea la última palabra».

Respondió el filósofo que «ha introducido el concepto de ejemplaridad en el lenguaje filosófico español» (como señaló en su intervención Jon Juaristi, acaso uno de los más escéptico entre los presentes, no en vano se definió como «judío agnóstico») a las palabras más generosas que recibió durante la velada. Fueron las del presidente del patronato del Teatro Real, Gregorio Marañón y Bertrán de Lis, quien celebró como «acontecimiento en el pensamiento español contemporáneo, por su ambición y por su logro», esa tetralogía que incluye una «confesión íntima: las instrucciones privadas que Javier Gomá se ha dado a sí mismo para vivir”. Gregorio Marañón admitió que el «Necesario pero imposible» le había «dejado huella», le había «impresionado intelectual y religiosamente». Y convocó a Juan Ramón Jiménez para instar a que el pensamiento de Gomá sirva «para que las alas arraiguen y las raíces vuelen». El libro culmina una empresa que pergeñó a los 17 años, la cuarta parte de un eficio intelectual que pasó antes por tres hitos: «Imitación y experiencia» (2003), «Aquiles en el gineceo» (2007) y «Ejemplaridad pública» (2009).

Más rasante, más materialista se mostró el autor de una reciente biografía de Miguel de Unamuno en su intervención. Jon Juaristi admitió de antemano que aunque era necesario hablar del libro era «casi imposible hacerlo», dada su «densidad de pensamiento» y su carácter «complejísimo». Dijo, en tono suavemente provocador que no pasó inadvertido a nadie, que había leído el libro desde una «exterioridad absoluta». Con evocaciones que en ocasiones parecían seguir la trayectoria de una bola de billar sobre un tapete verde, Juaristi llegó a lo que denominó «punto de fuga» del libro, lo que le dio pie a una confesión: «Yo no siento ese deseo de inmortalidad como Javier lo plantea». Tras sacar a colación las varias necrológicas que un sarcástico Jorge Luis Borges hizo de Miguel de Unamuno, en las que al parecer ironizó sobre ese asunto por el que los españoles sienten particular interés, la inmortalidad, dijo: «Cuando uno supera su estadio ético empieza a preocuparse por la muerte, algo que uno observa con pena y amargura». Sin embargo, más que meditaciones filosóficas, lo que al poeta, ensayista y novelista vasco le suscita el inevitable asunto es una suerte de fastidio «por la interrupción de un proyecto personal», y que en su caso estaría dispuesto a «reconocer el deseo de una prórroga, pero no indefinida».

Recogió con elegancia Gomá el guante que le cedió Juaristi, sentado a su izquierda, para admitir que llevaba escrito que no merecía tantos elogios, para reconocer a renglón seguido que «no ha habido tantos elogios». Si lo que el filósofo pretendía hacer pensar, ya lo había conseguido con creces. Y si quería formar parte de un acto teatral, la diatriba y la tensión estaban servidas, aunque ya, como el propio pensador admitió, está en el título de su obra: «tensión no resuelta».

Trató de resumir con la elocuencia que le caracteriza un libro claro, pero cuajado de notas, con frases que caían blandamente sobre los oídos de una audiencia en la que predominaba el segundo tramo de la existencia individual, con la elegancia en las profusión de las corbatas y los peinados historiados en las damas. «Todo el mundo tiene experiencia de la vida, pero no todo el mundo tiene esperanza ni por qué tenerla. Quisiera hacer una oferta creíble de algo más allá de lo humano». Tras hacer hincapié en la súperejemplaridad del galileo, como suele referirse a Jesús cada vez que lo menciona a lo largo de su libro, reclamó Javier Gomá: «Se trata, bien ubicados en una conciencia secular, autónoma, bajo qué condiciones esa conciencia podría pensar en una continuidad de lo humano más allá de la muerte». Es decir, volver al olvidado tratado sobre la inmortalidad del alma. Un tema, a su juicio, inexplicablemente desdeñado por la filosofía contemporánea.

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