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ARTE

«He vivido mucho al límite. Ahora lo que quiero es una silla»

Erwin Olaf es uno de los fotógrafos europeos más laureados. En los últimos diez años, los que repasa en el CACMálaga, se ha producido una transición en su obra, más introspectiva y melancólica. Bienvenidos a esta «Celda de emociones»

Erwin Olaf, ante una de las fotografías de su exposición en CACMálaga Nito Salas

JAVIER DÍAZ-GUARDIOLA

Es capaz de movilizar a todo un equipo, de realizar uno y mil «castings» para encontrar al modelo para lo que él llama sus «películas en un solo fotograma» . Porque la relación de Erwin Olaf (Hilversum, Holanda, 1959), con la fotografía es de amor/odio. La respeta tanto como le es infiel con la pintura o el cine. Y con ella suspende momentos, ofrece fragmentos de tiempo en lo que lo importante es lo que no se ve, lo que está por ocurrir . Eso pone el corazón en un puño. Es el sentido de « Celda de emociones », título de su muestra en el CACMálaga .

–Le entrevisté hace diez años en Madrid. Esta exposición recoge precisamente la última década de su trabajo. ¿Qué ha ocurrido desde entonces?

–Me estoy haciendo mayor… Pero creo que el gran cambio ha sido que he pasado de ser fotógrafo a artista que usa la cámara. Y también el salto de la fotografía pura a las instalaciones, los vídeos... Asimismo, creo que el contenido de las fotos es más profundo, más intenso.

–Afirma que la foto no le interesa, que prefiere la pintura, pero que no tiene paciencia.

–Durante mi juventud me inspiró la foto pura y dura: H. Newton , Mapplethorpe , Witkin … Pero ahora todo está demasiado cerca: cuando veo una buena foto, no me inspira, la sensación sólo es negativa, porque me da la impresión de que ya se ha hecho todo. Pero hay muchísimos buenos fotógrafos. En los últimos veinte años me fijé más en la pintura, que permite crear un mundo a capas y yendo más allá de lo que se ve en el cuadro. Lo mismo ocurre con el cine: no es sólo la acción: también la música, el montaje, la iluminación… Me siento limitado cuando sólo hay fotografía. La técnica es fría, sobre todo la de estudio, siempre con la misma superficie, sin pinceladas… Ahora me preocupa cómo lograr que la gente que ve mis fotos se emocione más. Como cuando escuchas una canción y se produce un subidón. Pero es un cambio lento.

–Eso es trabajar como fotógrafo en los tiempos de Instagram. ¿Cómo se consigue?

Hay dos cosas que reclamo, que quiero recuperar: el cuerpo, secuestrado por la pornografía, y la sonrisa, robada por la publicidad

–No teniéndolo. En los setenta y ochenta, lo veías todo: todas las películas, todas las expos… Ahora soy muy selectivo, sobre todo con la fotografía, porque todo está hecho. Cada vez me meto más en mi cascarón. Claro que veo la tele, voy al cine, pero me inspiro mejor cuando veo la burda realidad cotidiana. O cuando voy, por ejemplo, al Museo del Prado. Porque hay siglos y siglos de por medio. Y la técnica no es mía: es la técnica de pintar de hace 200 años.

–Empezó trabajando en blanco y negro, luego llegó la explosión de color, el Photoshop. Cada vez lo usa menos. ¿Crecen las emociones cuando decrece el barroquismo?

–Digamos que en los 80 el blanco y negro ya funcionaba como un Photoshop. Por ejemplo: una piel fotografiada así da un tono más suave, no ves en ella los defectos. Ahora intento usar la aplicación en ese sentido, como herramienta para controlar el color. Es cierto que de 1998 a 2004 lo usé mucho para eliminar arrugas, para crear un mundo mágico. Pero descubrí que eso borraba muchísima emoción. Y lo que hace que una foto sea emotiva es poder ver la imperfección. Si bien intento crear mundos imaginarios, en los sueños también debe haber imperfecciones.

–Así que con el tiempo su trabajo se ha vuelto más introspectivo y melancólico. Sin embargo, la gente que le conoce dice que en su día a día es muy de celebrar las pequeñas cosas. ¿No hay una contradicción en ello?

–Hacerse viejo lo hace a uno más consciente de su relatividad. Además, hace ya 20 años me enteré de que tenía un enfisema, algo negativo a lo que te enfrentas a cada momento. Pero también puedo decir: «¡Hey, vamos a celebrar la vida ahora mismo, no mañana!». Eso me hace mucho más consciente de que la ambición puede ser negativa. También la agresividad… Antes lo era mucho. El 11-S también me hizo darme cuenta de que formaba parte de este mundo occidental «no civilizado». Me dije: «Me gusta. Estoy reflejado en él hasta la médula. Así que tengo que defenderlo». Pero eso no borra la melancolía. Ella me ayuda más que la felicidad a crear un mundo o una historia.

–Comenzó como fotorreportero. No sé si sería muy atrevido decir que ahora se encuentra en el otro extremo. Eso anularía el carácter crítico de lo suyo.

–Sigo teniendo influencias del periodismo, como en la serie « Berlin », que refleja lo que siento que está pasando en Europa. Y eso lo traduzco, no de manera periodística, no haciendo fotos de manifestaciones o de refugiados. Me encanta el periodismo, leo tres periódicos todos los días, ver las noticias es una adicción, y luego lo traduzco en trabajos como «Hope» y «Rain» , fruto del 11-S. Nunca me gustó el fotoperiodismo. Siempre hay alguien con una camisa horrible de fondo que se carga tu foto.

–Lo que es curioso es que cuando carga más las tintas de lo político recurre al pasado: «Grief» se centra en la muerte de Kennedy; «Berlin», en la República de Weimar...

Por una parte, estoy cada vez más cabreado, y, en mi interior, la rabia hace que sea de derechas, un fascista total. Pero eso no ayuda

–Es una elección estética. Porque si lo hago de una forma demasiado literal se pierde «la traducción». Soy una persona estética, educada en el cine y la pintura, pero al elegir, por ejemplo, los sesenta, pongo una capa entre el mensaje y el receptor. No quiero ser literal, quiero ser más poético. Quiero «recitar un poema»; y no siempre se entiende un poema desde el principio: tienes que releerlo y releerlo hasta que lo vas comprendiendo. Pero empiezo a pensar que necesito desplazarme de nuevo a mi propia época.

—Tiene gran aceptación en la publicidad y la moda. Considera que trabajar allí mantiene su independencia respecto al arte. ¿A qué se refiere?

–Hay dos telarañas: una es la del mundo artístico y la otra es la del publicitario. Yo soy una mosca, y tengo que evitar caer en una u otra. Porque el mundo del arte tiene tantas reglas, y reglas tácitas. En cierto sentido, el de la publicidad es muy honrado. Te dicen: «Queremos vender un producto». Con el arte, la cosa se vuelve íntima, más difusa, como la moda. ¿Por qué nos gusta un diseño, y luego nos parece anticuado, aunque las prendas siguen siendo de calidad? Uno tiene que ser todo lo honesto que pueda consigo mismo.

–Hablemos de sus vídeos. Lo importante no es el movimiento, ni la cuarta dimensión, ni la narratividad: lo es el sonido. ¿Cómo se consigue esa misma atmósfera en una fotografía?

–¡Es muy difícil! Muchos de los vídeos los hago después de las fotos. Y cuando añades sonido en las expos te penetra en la piel mientras las miras. Sin embargo, creo que se debe juzgar cada técnica por su cuenta. No quiero «poner sonido» a las fotos.

–La incomunicación es uno de sus temas fundamentales. Y dice estar interesado en los diálogos sin palabras.

–El lenguaje corporal, por ejemplo. Creo que todos tenemos uno, ¡y es tan intrigante llegar a leer el del otro! También las expresiones faciales… Eso es lo más interesante de la pintura. Rembrandt: la mirada, los ojos de sus retratados... Cuentan mucho más que cualquier texto.

–Recuerdo leerle que el sentimiento más difícil de fotografiar es la sonrisa de felicidad.

–Sí. Hay dos cosas que reclamo, que quiero recuperar: una es el cuerpo, secuestrado por la pornografía, que no me gusta. También la sonrisa ha sido robada por la publicidad. Es increíblemente difícil recuperarla, porque es positiva. Lo intento una vez al año, pero es tan difícil…

–Mencionó el 11-S. Ahora mismo no ha pasado ni un año de los atentados de París. Comentaba antes la necesidad de disfrutar el vivir en esta parte del mundo. ¿Nace de ahí cierto hedonismo en el trabajo?

Nunca me gustó el fotoperiodismo. Siempre hay una persona con una camisa horrible que se carga la foto

–Antes había más del que hay ahora. Sí. Aunque aún quiero celebrar la vida y pedir más libertad de expresión y libertad para el individuo. Hemos librado una gran batalla desde la Segunda Guerra Mundial y ahora tenemos que defender lo conseguido. Los acontecimientos de estos años lo recuerdan: Nueva York, Madrid, Londres, París.... Por una parte, estoy cada vez más cabreado, y en mi interior la rabia hace que sea de derechas, un fascista total, pero eso no ayuda. Como artista, tengo que comunicar una y otra y otra vez: «Esta es nuestra libertad, lo que representamos, lo que quiero defender». Los desnudos, por ejemplo. ¿Qué hay de malo en el cuerpo, en la sexualidad? Me importa una mierda que quieras ir vestida así, cubierta con una manta, pero no hables de mí. No hables de mi sexualidad, de mi libertad. Como lo que pasó en Roma, cuando cubrieron las estatuas. Como artista, me dio una idea genial. Pero tenemos que defenderlo, es nuestra identidad europea. Cuando los atentados de « Charlie Hebdo » reaccioné con dos autorretratos con una mordaza en la boca: ya no podemos hablar ni en nuestra propia sociedad. Los políticamente correctos te cortan la cabeza.

–En Málaga nos encierra en una «celda de emociones». ¿Algún consejo antes de entrar?

–Que traigan muchos pañuelos... Es broma. Estoy un poco cansado de tanta fiesta, pensando en retirarme porque ahora todo el mundo hace lo mismo. Me encanta la decadencia, y eso también forma parte de esa celebración de la vida. Llevo 30 años al borde del precipicio, pero ahora tengo 56, y lo que quiero es una silla. En mi trabajo, estoy cada vez más interesado en el interior. La doble capa.

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