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LIBROS

Virginia Cowles, cómo tomar café en un edificio en llamas

En «Complicarse la vida», Cowles relata su fabulosa experiencia como reportera en la España de la Guerra Civil y sus viajes por la Europa de la Segunda Guerra Mundial

Virginia Cowles transmite uan crónica desde la BBC en Londres ABC
Jaime G. Mora

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Cuando le ofrecieron entrevistar a Mussolini , en plena invasión italiana de Abisinia, Virginia Cowles solo tenía 25 años. Su experiencia como reportera se limitaba a unas pocas notas ligeras para los dominicales del grupo Hearst, y si estaba en Roma era por su empeño en desprenderse de las etiquetas que entonces atribuían a las mujeres. «No tenía la menor idea de cómo se hacía una entrevista», recuerda. Y sin embargo allí estaba, a punto de entrevistar al Napoleón del momento. El Duce la esperaba sentado en la mesa de su enorme despacho. «Me dirigí hacia él y los tacones de mis zapatos hicieron mucho ruido sobre el suelo de mármol», describe con un extraordinario dominio de la escena. «No alzó los ojos hasta que hube recorrido las tres cuartas partes de la distancia que nos separaba».

Cuando Cowles se encontró con él, vio a un hombre atildado, casi cómico, que se arrancó con un monólogo de diez minutos sobre las bondades de la Italia fascista. La reportera estadounidense apenas le pudo hacer un par de preguntas. «No me había impresionado», sentencia, «lo que más me había molestado era que me dijese lo que tenía que hacer». Este episodio romano confirmó la vocación de Cowles, hija de un eminente psicoanalista que la condenó a una infancia apretada tras romper su matrimonio con la madre de Virginia, y dejarla sola con dos niñas y sin sustento económico. Así que, en cuanto pudo, sin demasiado entusiasmo, Cowles comenzó a trabajar como colaboradora de varias publicaciones. Al morir su madre, cobró el seguro de vida y se marchó de viaje con su hermana por India, China y Japón.

Desde el Lejano Oriente escribió los reportajes con los que convenció a sus jefes de que la enviaran a Roma y después a la España de la Guerra Civil. Llegó a Madrid una semana después de la batalla de Guadalajara, en 1937, con tres vestidos de lana y una chaqueta de pieles en la maleta y una máquina de escribir. Igual que el resto de corresponsales, se alojó en el Hotel Florida . Allí conoció a Hemingway y Martha Gellhorn , con quien después escribiría la pieza teatral «Love goes to Press». Cowles se echó a las calles para descubrir una ciudad que, pese a recibir bombardeos diarios, mantenía la calma: «El valor de los madrileños no consistía en soportar la carga con paciencia, sino en no hacer caso de ella». Las únicas urgencias las encontraba en las colas para recoger comida: «Comer. De eso se trataba. Eso era lo que significaba la guerra. No tener nada para comer y perder vacas, y vivir en casas con agujeros abiertos por las bombas».

Después de Madrid y Valencia, de donde salió quizá librándose de una orden de detención de los soviéticos, Cowles consiguió entrar en Salamanca y cubrir la guerra también desde el bando nacional: «Jamás se había permitido que un periodista contaminado por la República entrase en la zona franquista». En una escala en Guernica, de camino a la entrada de los italianos en Santander, consiguió la confirmación del bombardeo de la localidad vizcaína . En un momento en que Franco y Hitler lo negaban, un oficial le dio una respuesta para los libros de historia: «Pues claro que fue bombardeada. La bombardeamos y bombardeamos y bombardeamos y, bueno, ¿por qué no?».

« Complicarse la vida » es el fabuloso relato de Cowles sobre su vida como reportera de guerra entre 1937 y 1941. Si «Desde las trincheras», publicado en 2011, recoge solo la experiencia española de la reportera estadounidense, Tusquets ha apostado por publicar las memorias íntegras. Una suerte, porque después de España, siempre en primera línea, contempló las arengas de Hitler en Núremberg y cubrió la invasión nazi de Checoslovaquia. Cowles parece la protagonista de una novela de aventuras. En Finlandia cubrió la rendición ante los soviéticos. «Fue una experiencia extraña beber café en un edificio en llamas; también resultaba un poco contradictorio intentar calentarse en una casa que estaba ardiendo», escribe. También pasó unas semanas en la URSS. «Las paradojas eran más la regla que la excepción –señala–. Me estaba acostumbrando a ver gente que hacía cola para comprar leche a la sombra de vallas publicitarias que decían alegremente: “Bebed champán soviético”». Vio un París fantasmal, «incluso un coche fúnebre cargado de niños», tras claudicar ante Hitler, y en Londres resistió los intensos bombardeos de la aviación alemana.

Sin tanta reputación como su amiga Gellhorn, y tan lejos de la fama de hombres como Hemingway o Dos Passos , Cowles llegó mucho más allá que cualquiera de sus colegas. En su madurez escribió exitosos ensayos sobre las sagas de los Romanov , los Rothschild o los Astor . Murió a los 73 años en un accidente de tráfico camino de Burdeos cuando volvía con su marido de pasar unas vacaciones en España.

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