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CINE

Víctor Gaviria: «Muchos niños en Colombia piensan que matar es un trabajo»

El director antioqueño estrena «La mujer del animal», un retrato salvaje sobre la violencia de género en el que vuelve a utilizar a actores no profesionales de los barrios pobres de Medellín, para que «la realidad se exprese a través de la película»

Tito Alexandre Gómez, en una escena de «La mujer del animal» ABC
Israel Viana

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Cuenta Víctor Gaviria que cuando camina por algunos de los barrios más humildes de Medellín, algunas personas se le acercan para comentarle: «Tengo una historia muy buena para su próxima película, Víctor». Y cuando les pregunta cuál, la respuesta es: «Mi vida». «Eso es algo increíble», asegura emocionado el director antioqueño, en referencia al cine que decidió hacer desde su debut hace 27 años: contar historias de violencia, miseria, pobreza y exclusión social, con actores no profesionales de las comunidades más desfavorecidas, para presentar la realidad de Colombia sin ningún tipo de maquillaje.

Comenzó retratando la vida de los niños sicarios en « Rodrigo D: no futuro » (1990), se volcó después en un aclamado drama sobre las niñas que sobreviven en la calles enganchadas al pegamento de « La vendedora de rosas » (1998), contó más tarde la historia del narcotráfico colombiano con « Sumas y restas » (2006) y llega ahora con un relato salvaje sobre la violencia de género, « La mujer del animal », basado en unos hechos reales ocurridos en un barrio pobre de las afueras de Medellín, a finales de los 70. «Siempre me he centrado en aquella gente cuya visión de la vida está absolutamente distorsionada, con chavales que piensan que matar es trabajar, que drogarse es la única vía de escape y que los caminos que manejan para salir adelante son ridículos, caricaturescos. Viven con tanto miedo que lo único que pueden hacer para sobrevivir es fumarse dos porros de marihuana en cuanto amanece», asegura.

En esta ocasión, Gaviria vuelve a poner la cámara donde nadie quiere mirar. Una máxima de su obra que le ha hecho ganarse el apelativo de «enfant terrible», además de unos cuantos enemigos entre la burguesía colombiana por mostrar únicamente, según dicen, «la peor cara del país». «Es cierto que mis películas tienen una agresividad que es propia del material que presento, pero yo no soy provocador ni polémico, soy una persona tranquila y afable», aclara, antes de añadir: «Es curioso, sin embargo, como en los barrios populares mis trabajos se reciben muy bien, mientras que las clases más poderosas se muestran hostiles hacia él. Me acusan de hacer espectáculo de la violencia y de victimizar a los criminales, lo cual es un poco frustrante, porque para mí sí que son víctimas de verdad».

En «La mujer del animal» cuenta la vida de una adolescente, Amparo, que se escapa de un internado para mudarse al barrio de su hermana. Una vez allí, el líder de una banda al que todos los vecinos temen —Libardo, apodado «El animal»— la viola y mantiene secuestrada durante seis años en un infierno difícil de digerir para el espectador. La historia se la contó de casualidad Margarita Gómez , la mujer que en la vida real fue víctima de aquel espanto y a la que aún hoy la conocen en su barrio como el título del filme. Un estigma que permanece, aunque su captor fuera asesinado hace más de tres décadas. «Margarita estuvo presente en el rodaje asesorándonos, pero cuando rodábamos las escenas de violencia ella se iba. No era capaz de volver a revivirlo. Tampoco ha visto la película ni la verá jamás», asegura.

Hablamos de las dos horas justas de metraje llenas de insultos, violaciones, tensión, dolor, delincuencia y drogadicción, con el objetivo de hacer una fotografía lo más real posible de la otra cara de la violencia de género en Colombia. Un país en el que, cada cuatro días, es asesinada una mujer por su pareja o expareja y donde, según datos oficiales , un 76% de los casos de violencia contra las mujeres son cometidos por novios, exnovios o maridos. Un estado en el que, además, el 72% de las víctimas de las agresiones sexuales son menores de 10 años y en el que siete de cada 10 mujeres son víctimas de alguna agresión, según las estadísticas de la organización Medicina Legal y Profamilia . Unas números que, incluso, pueden llevar a engaño, puesto que existe la sospecha de que las mujeres golpeadas por sus parejas son más que las que denuncian.

Por todos estos datos, a Víctor Gaviria le resulta frustrante «que muchas mujeres colombianas no hayan querido ver la película, debido al rumor que se ha difundido de que es una experiencia terrible para ellas». «Sin embargo, las que lo han hecho —continúa— me lo han agradecido. Ahora, incluso, “La mujer del animal” está siendo utilizada por colectivos femeninos como herramienta de concienciación y me piden que vaya a hablar sobre ella».

Un estrés brutal

Para visibilizar la lacra de la violencia machista —«en un rodaje donde el estrés que se vivió fue brutal, entre otras cosas por las escenas de maltrato y por toda la pobreza del barrio, que generaba en el equipo hasta cierta furia»—, Gaviria vuelve a contar con actores sin ninguna experiencia, pero que han vivido de primera mano situaciones parecidas a las que se relatan en la película. «Mi objetivo es que la realidad misma se exprese a través del filme mediante estos actores naturales, una localización idéntica a la original y la historia nacida de testimonios reales, los cuales trato de no matizar en ningún momento ni mezclar con literatura o aspectos míos personales. Quiero que la realidad se manifieste tal y como es y que, de alguna manera, golpee al espectador para remover su conciencia», confiesa el primer director de la historia de Colombia que llegó a la selección oficial de Cannes y que, desde su primer largometraje, se acostumbró a causar revuelo (y recoger premios) en festivales como el de La Habana, Viña del Mar, México D.F. o Málaga , en cuya última edición fue galardonado a la mejor dirección y al mejor montaje por esta obra.

A pesar de las buenas críticas que acaparan sus películas allende las fronteras colombianas, Gaviria ha tardado 12 años en hacer «La mujer del animal». «Cuando ofrecía la historia, todos los productores me la tiraban a la cara. Siempre me ha resultado difícil encontrar apoyos, pues no les gustan los temas que trato ni que rechace trabajar con actores conocidos. Piensan que así nunca van a recuperar el dinero». Para seleccionar al reparto, en esta ocasión el director se recorrió las zonas más deprimidas de Medellín. Duró años. Realizó unas 2.000 entrevistas y registró más de 2.000 horas de material. «Todo este proceso de búsqueda tiene que ver mucho con el trabajo de periodista, porque empiezan a aparecer todos esos “animales”, huérfanos o pandilleros que hay en la vida real. Y es apasionante descubrir lo buena que es la gente contando sus propias vidas. Ahí es donde descubro que tengo un actor en potencia», explica.

Allí apareció Natalia Polo , la chica que da vida a Amparo, una auxiliar de enfermería huérfana muy pobre a la que sus padres abandonaron antes de que fuera acogida por su abuela. «Una vez en casa de esta —cuenta— sus tíos no pararon de perseguirla y abusar de ella, cuando tenía ocho o nueve años. Es decir, que conoce perfectamente el mundo que vivió Margarita Gómez». El director también recuerda cómo encontró a Tito Alexandre Gómez para interpretar al Animal, un conductor de autobuses que «había trabajado para la mafia hasta que, durante un atraco, mataron a su hermano. Se quedó tan traumatizado y señalado por sus padres que quiso escapar de ese mundo y refugiarse en un trabajo de verdad». O la madre de este en la ficción, cómplice de las salvajadas de su hijo, que es interpretada por una mujer que, en la vida real, regenta una casa de prostitución de Antioquía, el barrio en el que se encuentran un gran porcentaje de las casas de Medellín donde se vende droga .

«Una vez en el rodaje, a los actores nunca les enseño el guion ni les obligo a que se aprendan nada. Les digo que improvisen sobre lo que me han contado, de manera que te ponen en el presente de las cosas que han vivido. Se acerca de esta manera al género del documental, sin serlo, y así puedo evitar todo juicio moral. Una de las cosas que más me agradece la gente con la que trabajo es que nunca los señalo como drogadictos o prostitutas. No hay que olvidar que estamos en un lugar donde nadie es culpable, todos son víctimas de sus circunstancias», subraya.

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