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Laura Revuelta - Cinco minutos de gloria

Vargas Llosa y la crónica de «negritas»

La semana pasada estuvo repleta de actos y de nombres propios, nombres que destacar con la «negrita» que corresponde a su relevancia

Mario Vargas Llosa, en la presentación de su nueva novela Ernesto Agudo

LAURA REVUELTA

Vengo con la agenda cargada de «negritas». La semana pasada fue la de las «negritas» – ARCO y sus innumerables encuentros sociales– y esta arrancó tal cual, con la página en negro. Vargas Llosa presentaba su novela « Cinco esquinas ». No me enfrento al problema de la hoja en blanco sino al de ser fiel al espíritu de la «negrita», y que ningún nombre se me escape por el sumidero de unas líneas cuesta abajo. En el argot de la prensa, una crónica de «negritas» equivale a una crónica social , salpimentada de muchos nombres tipográficamente vestidos de negro. No de luto, sino de una sobria tinta de imprenta. Alguien pudiera pensar que la crónica social, de «negritas» y «negritos», es un género menor del periodismo, y no digamos si el índice de la «negrita» señala al mundo de la cultura. En este ámbito pocas voces, de puertas para adentro, lo ejercitan, cuando se podría sacar tanta punta al lapicero de los actos y de las actas. Afilarlo y tirar a dar . Entre estas voces y ámbitos se movieron Truman Capote y las dos «brujas», por méritos propios, de escoba literaria en ristre: Louella Parsons y Hedda Hopper . Pioneras de un veneno fermentado en su rivalidad, amén de en la ajena, y en el ansia muy negra de hundir la vida del prójimo.

Leo todos los sábados a Llucia Ramis en «La Vanguardia»: cómo sigue la agenda de premios y presentaciones lúdico-eruditas, de nacimientos, bodas y bautizos, entierros a la luz de las velas culturales. En «La crónica literaria de la semana» hila entre el gris y el negro si tal o cual escritor, artista, editor, hombre o mujer de la «cosa nostra» va con la chaqueta torcida o derecha , entre otros detalles de un cotilleo carne de cañón literario. Una forma de vestir, lo mismo que cualquier otro gesto, es una manera de decir tan metafórica como la que más. De la costura recta o la costura torcida. Sobre nuestros políticos sí que se dirige a diario esa mirada impresa en los moldes de las «negritas». Si a Sánchez le vienen cortas o largas las mangas del terno o si Rivera se encuentra perdido en aquel rincón del cuadrilátero y no le llega la camisa al cuello. Sobre estos menesteres tenemos maestros en este periódico: de Rosa Belmonte a Hughes y David Gistau (mientras escribo estas líneas, retumban en mi cabeza los aplausos de los diputados que interrumpen los discursos de sus líderes en el debate de investidura y me suenan tan artificiosamente enlatados como los que acompañaban aquellas comedias de enredo en la recién estrenada «tele» en color).

Fogonazos

El pasado martes, Vargas Llosa fue «fusilado» al mediodía por una orquesta de flashes bien acompasada. Una música para camaleones de la cultura. Él hablaba y tras tu cogote de periodista en busca de «negritas» escuchabas el repiquetear de las cámaras y sólo veías «negritos» tomando nota. Les aseguro que aquello sonaba como un fusilamiento (gráfico). Nunca vi a un escritor tan rodeado de fogonazos como Mario Vargas Llosa . De un tiempo a esta parte se lleva todos los disparos, pese a que él confesó en este mismo acto que le ha hecho más ilusión entrar en la colección de colecciones francesa de « La Pléiade » que recibir el premio Nobel. Podríamos diagnosticarle una suerte de fotofobia intelectual que le hace preferir la sombra de los anaqueles académicos antes que las luces del salón de baile. Normal; pero los gajes del oficio y de sus muchos éxitos tienen estos inconvenientes. Que yo recuerde, sólo García Márquez logró acaparar tanta contaminación lumínica en el escenario el día en que celebró el 40 aniversario de «Cien años de soledad», y el suyo propio (80), en el IV Congreso de la Lengua de Cartagena de Indias. De vuelta a la rueda de prensa, no vi, al margen de los infomadores culturales del día a día y la corte de los milagros vargallosescos habitual, a nadie a quien cubrir con el manto de la «negrita». Tendremos que esperar a la presentación del libro (no confundir con rueda de prensa), donde habrá patadas para entrar y a muchos echarán a patadas para que no entren. Vargas Llosa es el último contaminador lumínico de la escena literaria . Bienvenido sea si es para vender más libros y sus focos mediáticos iluminan otras historias y escribidores.

Vargas Llosa tiene una especie de fotofobia intelectual que le hace preferir la sombra de los anaqueles académicos

Voy para atrás en mi agenda de «negritas». Es viernes y en Madrid diluvia. Se presenta la novela « Azules son las horas », de Inés Martín Rodrigo , sobre la escritora-periodista Sofía Casanova . Como estoy de pie, atisbo bien el horizonte: del director editorial Claudio López de Lamadrid , a la directora de cine y exministra de Cultura Ángeles González-Sinde , y otro editor, David Trías , pero me fijo en que Julia Navarro , quien vende miles y miles de ejemplares con sus historias, compra cuatro de esta novela para que se los dedique la autora. Me gusta y alabo la solidaridad de alguien que lleva muchas páginas a sus espaldas con alguien que empieza. Sigo pasando las hojas al revés, ahora ya llegamos al miércoles noche. ARCO nos trae de cabeza y de los pies. Dolor en ambas extremidades . Toca cena convocada por la prestigiosa galería internacional Lisson, que da lustre a nuestra feria. Abrirá dentro de unos meses sede en Nueva York con obra de la pintora cubana de 101 años Carmen Herrera , que hace unas semanas este suplemento llevó a su portada . Me sientan en una mesa donde estoy rodeada de coleccionistas de Carmen Herrera: la arquitecta Teresa Sapey , unos franceses de cuyo nombre no me acuerdo. Antes de los postres, una animada charla con Guillermo Solana , director del Museo Thyssen , y Tony Bechara , ángel de la guarda de la artista. ¡Cuánta información se saca de las animadas conversaciones! Pero esta se cuenta en otras crónicas que no son de «negritas».

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