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LIBROS

«Trilogía de la guerra»: Fernández Mallo, de vivos y muertos

En «Trilogía de la guerra» -premio Biblioteca Breve 2018-, el escritor coruñés sale definitivamente del agotado territorio Nocilla y nos sumerge en una novela con ambición de totalidad

El escritor Agustín Fernández Mallo
José María Pozuelo Yvancos

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Seguramente Agustín Fernández Mallo sabía llegado el momento en el que debía dar ese do de pecho que su obra necesitaba , incluso para salir del tópico Nocilla , estímulo promocional de grupo que se hubiera convertido en su cementerio de no haber salido de él. Esta novela lo saca decisivamente de esa tela de araña, que ya habían abandonado todos los que la formaron, para seguir irregulares singladuras.

La trayectoria del propio Fernández Mallo tenía bastante de irregular. Si bien nunca dejaba de ofrecer atisbos de valía, le faltaba dar una obra que le alejara de aquel artificio. «Trilogía de la guerra» lo consigue. Aunque me haya parecido excesiva, y necesitada de recorte, sobre todo en la sección segunda, es una buena novela, que alcanza cotas de alta calidad literaria por momentos, que coinciden con sus partes inicial y final . Incluso en la zona intermedia, tanto la vivencia del protagonista en Manhattan, como su extensión a Montevideo y a Cabo Polonio en Uruguay, logran alcanzar una temperatura que, sin embargo, se pierde en la extensa parte dedicada a Kurt, tanto por exceso de menudencias discursivas, como por su desconexión con las otras, que sí habían ido aportando desarrollos a la idea central de la novela. De hecho, el propio Fernández Mallo debió darse cuenta de que ese centenar largo de páginas que ocupa la parte sobre Kurt no funcionaba igual y ha tenido que imaginar al final un pretexto metaliterario algo cogido por los pelos.

Formas visuales

En esta novela permanecen algunas de las mejores condiciones de su estilo. La más sobresaliente de todas me parece que sigue siendo la habilidad en el trazado de metonimias muy creativas , lo que debe Fernández Mallo a su condición de poeta, puesto que es capaz de trazar puentes entre realidades muy distantes, sobre todo una excelente mirada hacia la elocuencia de los objetos. Una construcción dormida en una isla, una sala con viejos ordenadores ya muertos, unos halcones volando en el cielo de Manhattan, las maneras distintas que adopta la basura, unas playas de Normandía que recuerdan muertos; todo el libro se va llenando de realidad contundente como si las cosas elegidas por la retina del narrador anduviesen buscando ese lado insólito que las hace ser vistas como nunca lo habíamos hecho antes. En ese sentido, «Trilogía de la guerra» es un magnífico compendio de formas desautomatizadas que ponen frente al lector un cúmulo de realidades conectadas, sin que en ningún caso hubiésemos previsto tal conexión.

Para entenderlo ha creado un narrador que apenas tiene rostro , cuya personalidad está diluida en unos ojos que van haciendo sucesivos montajes casi siempre visuales. Lo que Fernández Mallo debe a su tiempo es que ejercita su estilo como formas visuales. Un escritor que no hubiese visto tanto cine, y sobre todo series de televisión, no habría podido escribir una novela tan llena de imágenes . Esto Fernández Mallo lo tuvo siempre. La diferencia aquí es que ha incorporado a esa retina educada en el fotograma dos condiciones que la llevan más allá. La primera es deudora de W. G. Sebald , homenajeado en el modo que mejor puede hacerse: seguir su estilo.

Naufragios de la razón

Eso le lleva a plantear ante cada objeto o situación una andadura reflexiva, extrayendo bastante enjundia. Me parecen menos interesantes, pese a que nadie lo hace y por ello son generalmente celebradas, las metonimias científicas, marca de la casa, pero que juegan en un terreno que no soy capaz de calibrar. Más importantes son las que arranca de la red. «Trilogía de la guerra» nace de internet , o mejor, de aplicar la idea de red a la tela de conexiones entre los vivos y los muertos, como si hubiese una forma de vida más allá de la Historia oficial, hecha de los restos de tantos naufragios de la razón y el instinto que han estado en el origen de los distintos apocalipsis de los que la novela se hace eco .

La soberbia parte final, con el deambular de la pareja del protagonista por las playas de Normandía , es pieza mayor de escritor, que por cierto se reivindica como narrador. Muestra la madurez que su obra demandaba y que ha repartido por diferentes páginas de una novela a la que, no obstante, una poda de su parte central habría beneficiado.

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