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ARTE

El realismo o el eterno presente

Conviene acercarse a la exposición «Realistas de Madrid» (Museo Thyssen) sin prejuicios. Solo así se descubrirá en ella nuevas formas en la pintura. Las que presenta Guillermo Solana, su comisario

«Filatelia Finarte» (1989), lienzo de Amalia Avia

MARINA VALCÁRCEL

Cuando salimos de una exposición sucede que un número abarcable de cuadros se quedan en nuestra cabeza formando un eco. A veces dialogamos con ellos un tiempo. Con « Realistas de Madrid » esta sensación se multiplica y se dispersa porque son siete los artistas en el Thyssen. Quizás por ello los cuadros se han agrupado no tanto por temas, sino en la secuencia lógica del paso de dentro de uno mismo hacia afuera . Desde la intimidad del hogar, de nuestras cosas, al umbral de la puerta y de ahí al patio, al jardín, a la empalizada, hasta romper los cielos de Madrid o lo cerrado de sus calles. Hay algo relacionado con el aire en esta exposición. Con el aire y con la luz .

Casi todo ocurre en Madrid y sus alrededores. En un terreno reconocible: tanto que lo nuestro se vuelve enigma, símbolo o pregunta reiterada . ¿Qué hay detrás de ese «Lavabo» y de esa cuchilla de afeitar envueltos en esa luz fría y blanca de la mañana, frente a su compañero de sala, «La noche», con esa mesa llena de objetos bajo una luz de lámpara? Es la sala 2 de la exposición: Antonio López frente a Isabel Quintanilla .

Palabra muda

La contención de muchos de estos cuadros, ese vaso solo, pintado a lápiz por Quintanilla , recuerda al primer golpe de un verso. Un verso reconocible, contemporáneo, parco y espiritual. La figura humana raramente aparece, pero nos cede su espacio, su huella . Y esta presencia-ausencia se convierte en silencio. A veces parece una pintura muda queriendo romper a hablar. Insistimos en la intensidad poética porque esta se produce al ritmo en el que se agolpan en nuestro interior palabras relacionadas con sentimientos: frío, silencio, desasosiego, sol, naranjo, tiempo detenido, tapia, granado, calle vacía... Objetos dormidos, a la espera de algo.

La mayor parte de estos siete artistas, que nacieron algo antes de la Guerra Civil y que rehusan ser etiquetados bajo un mismo nombre, siguen vivos. Antonio López , Antoñito, es el más joven. Es distinto que sean la primera generación de pintores en la que el número de mujeres tienen tanto peso como el de los hombres . López explicará cómo este factor es también el núcleo de la temática del grupo: el espacio doméstico, el hogar. Rastreando por sus vidas apreciamos cómo estas se entrecruzan: algunos son hermanos, muchos se casan entre ellos, comparten estudio y también viajes; pasan tardes de verano en Tomelloso, leen «El Jarama» de Ferlosio y pintan los alrededores de Madrid ... Guillermo Solana , director del museo y comisario de la muestra, nos guía a través de estos artistas.

–¿Qué es el realismo?

–El realismo está disperso por todas partes, desde Egipto hasta ahora, y los momentos en los que brilla son cuando se rompe una convención representativa. El chute que produce consiste en algo que conocemos que se cuela en el mundo de las convenciones. Así es como Vasari cuenta el nacimiento de la pintura moderna: cuando Cimabue o Giotto introducen la naturaleza en esquemas convencionales repetidos por siglos. La mejor definición del realismo es el efecto de lo contemporáneo, la sensación de que la obra fue pintada ayer.

–En épocas anteriores, la «alta definición» en el detalle debía ser símbolo de virtud. ¿Qué espacio le queda a la pintura realista después de la fotografía?

–Hay una reseña sobre los impresionistas de Henry James donde dice que la falta de nitidez, lo borroso, la pincelada impresionista, produce una sensación de falta de solidez moral y de laxitud del carácter. La ética del artesano era el detalle. Y la foto descoloca eso. Entre los realistas hay distintas reacciones: unos buscando la hiperrealidad, una forma extrema de enfocar. Lo vemos en América. Con los de Madrid ocurre otra cosa: El vaso de Quintanilla no es de cristal veneciano con una rosa, no está embellecido, es tosco. Lo único que importa es el milagro de la luz en él. El «Lavabo» de López es un prodigio, una revelación cognoscitiva. No es un milagro estético. Lo bello, lo sublime son prejuicios que estorban a los realistas.

–Pensamos en ese «Lavabo», de López. ¿Qué hay detrás de él? ¿Tienen las cosas en él algún lenguaje simbólico?

–Absolutamente. Es un autorretrato reticente, muy característico en ellos: pintar al ser humano sin el ser humano. Este queda agazapado, o se acaba de ausentar, y las cosas toman su lugar. Pero hay más: hay alegoría o relato implícito, o referencias a otros mundos figurativos, a la pintura antigua, pero también a la foto y al cine contemporáneo. La gente tiene la idea de que el realismo es muy fácil, y acceder a un cuadro de Antonio López me parece mucho más difícil que descifrar un Tàpies. La pintura abstracta está más codificada que la obra realista.

–López dice que los temas no se eligen porque resulten bonitos o desagradables sino por su estricto interés.

Es más difícil descifrar a Antonio López que a Tàpies. La abstracción está muy codificada

–El mundo de los realistas es deliberadamente limitado. Prefieren concentrarse en pocas cosas cercanas. Antonio López está en su estudio, y lo primero que ve es el baño. ¿Por qué no? Es el lugar más íntimo, lo más recóndito. A ellos les atrae buscar el corazón de la vida humana. Al tiempo, es lo más despojado de literatura, de retórica. No cabe la debilidad sentimental, es una intimidad dura y fría.

–¿Cómo funciona la perspectiva en López? ¿Responde al Panofsky de «La perspectiva como forma simbólica»?

–Tiene que ver con Panofsky quien sostiene que no hay una sola perspectiva científica. Y López ha puesto todo su esfuerzo en desarrollar su propio modo perspectivo que no es el renacentista. Él busca una perspectiva más allá de la convencional y que se parezca a la visión natural. Lo paradójico es que el efecto es desconcertante, inestable, extraño e irreal. Al final, las perspectivas curvilíneas resultan expresionistas por la distorsión de gran angular.

–¿Tiene todo esto algo de deuda con el cine?

–Indudablemente. La técnica del montaje está ahí. En «Lavabo y espejo» estamos viendo dos vistas sucesivas; miramos al espejo y miramos al lavabo, hay un movimiento incorporado en la mirada que es como una secuencia cinematográfica, en dos planos distintos. Son las típicas cosas que se les escapan a los que definen a Antonio y sus colegas como la última forma de academicismo. El realismo se ha utilizado polémicamente contra el arte moderno y eso me hace recordar el interés con el que Pedro Almodóvar se paseaba por las salas de esta exposición.

–No recordamos una exposición de arte moderno en la que la presencia de dibujos a lápiz tenga tanta importancia.

–El dibujo es fundamental. Desde los noventa se ha convertido en un medio más contemporáneo que la pintura. Le ha abierto el camino porque en él no se cubre la superficie del soporte. Y se permite que esta dialogue con los trazos. Su proceso está mucho más visible.

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