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Margarita Valencia - Constelaciones

Olvida que miente

El chileno Alejandro Zambra viene desarrollando una estupenda trayectoria como narrador –pese a haberse iniciado con la poesía– gracias a su capacidad de jugar con la literatura y de explorar las posibilidades de lenguaje y de los géneros

El escritor chileno Alejandro Zambra Mabel Maldonado

MARGARITA VALENCIA

Leí « Bonsái » por primera vez en 2007, en las ediciones grises de Anagrama. El librito (al que Zambra alude en su propia novela como una de «esas novelas de capítulos cortos, de cuarenta páginas, que están de moda» ) recibió ese año el Premio de la Crítica de Chile como mejor novela del año 2006, y el Premio del Consejo Nacional del Libro. Antes de «Bonsái», Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) había publicado dos libros de poemas: «Bahía Inútil» (1998) y «Mudanza» (2003) –en Chile todos los escritores son poetas, dijo en una ocasión. En todo caso, su paso a la narrativa no parece casual. Quizás Zambra consideraba que sus textos poéticos, como los de su personaje en « Mis documentos » (el primer cuento del volumen que lleva ese nombre) eran «textos cortos, elípticos, incidentales, que nadie consideraba buenos pero tampoco eran malos». O quizás sus años de trabajo poético le permitieron anticipar una trayectoria vital que describe con acidez pero también con inmenso afecto en su texto «Contra los poetas (I)» :

«Da lástima verlos junto al teléfono, esperando la noticia de un premio, de una pensión del gobierno, de un homenaje… Parecen niños asustados, y en el fondo eso son: niños asustados, adolescentes ya muy viejos para suicidarse . A veces algún reportero compasivo les pregunta para qué sirve la poesía. Ellos suspiran y responden lo que han respondido siempre: que solo la poesía salvará al mundo, que hay que buscar, en medio de la confusión, palabras verdaderas, y aferrarse a ellas . Lo dicen sin fe, rutinariamente, pero tienen toda la razón».

Contra la fórmula

Leí «Bonsái» en 2007, y también « La vida privada de los árboles » (tan corta como la primera), en medio de los preparativos para la llegada a Bogotá de los 39 escritores latinoamericanos menores de 39 invitados por el Hay Festival en el marco de las celebraciones de Bogotá Capital Mundial del Libro. Bogotá39 fue uno de los programas más exitosos de ese año –tanto que el festival decidió repetir la iniciativa, primero en Beirut y después en Port Harcourt.

Un inventario casual del recorrido de los escritores de esa lista es un argumento de mucho peso a favor del sistema empleado por el Hay y en contra de los más rigurosos y establecidos premios nacionales o editoriales. Juan Gabriel Vásquez, Junot Díaz, Guadalupe Nettel, Andrés Neuman, Wendy Guerra, Jorge Volpi, Daniel Alarcón, Gabriela Alemán, Álvaro Enrigue … Nueve años después, todos publican regularmente y casi todos han logrado huir del aplastante encierro de sus propias literaturas nacionales, en complicidad con el reguero de pequeñas editoriales independientes que intentan darle la vuelta a la fórmula establecida por los grandes grupos en las últimas dos décadas del siglo XX (la fórmula usual era que las grandes editoriales internacionales publicaran escritores locales; ahora las pequeñas editoriales locales publican escritores internacionales ).

Para Zambra, la literatura no trata de inventar, sino de cultivar un terreno donde podamos decir lo indecible

Vuelvo a Zambra: «Bonsái» fue publicado en 2008 en inglés por una pequeña casa independiente (Melville House), y en 2010 Open Letter, el sello que la Universidad de Rochester ha dedicado a libros traducidos, publicó «La vida privada de los árboles» . Tres años después Farrar, Straus & Giroux publicó « Formas de volver a casa », también una novela breve pero un poco menos que las dos anteriores.

En sus dos primeras novelas Zambra es a la vez contundente y ligero ; llama la atención del lector con la promesa de una buena historia («Al final ella muere y él se queda solo») y después lo atrapa con una mezcla rara entre la imprecisión propia de la vida («en realidad se había quedado solo varios años antes de la muerte de ella») y la belleza y la riqueza alusiva del lenguaje poético : «Al final Emilia muere y Julio no muere: el resto es literatura».

«Pongamos que ella se llama o se llamaba Emilia»: Zambra nos invita a jugar y nos propone la literatura como el espacio más adecuado . No se trata de suspender la incredulidad del lector porque no se trata de inventar sino de cultivar un terreno donde podamos decir lo indecible. «Yo escribo para decir lo que no puedo decir», afirma en la entrevista que Rodrigo Fluxá publicó en 2011 en «El Mercurio», a raíz de la aparición de «Formas de volver a casa», una novela en la que Zambra logra romper el cerco. «Entonces recordé intensamente a Claudia, pero no quería o no me atrevía a contar su historia. No era mía. Sabía poco, pero al menos sabía eso: que nadie habla por los demás. Que aunque queramos contar historias ajenas terminamos siempre contando la historia propia » (p. 105).

Hablando bajo

Su voz, antes contenida, casi susurrada, se amplifica francamente en su libro siguiente , «Mis documentos» (2014): «Porque hablaba bajo pero era fuerte. Porque hablo bajo pero soy fuerte. Porque nunca grito pero soy fuerte».

Las palabras justifican la rebelión del narrador de «Instituto Central», un cuento poderoso, muy poco tradicional desde la perspectiva formal, en el que Zambra aborda de frente el tema de la dictadura, de la represión, de lo indecible : «Yo soy el profesor de ciencias naturales», dice un personaje. «Yo no hablo de política».

En «Mis documentos», Zambra explora abiertamente las posibilidades ya no solo del lenguaje literario sino de los géneros –cuento o novela, ficción o no ficción–, y desde su puesto de mando nos hace reír, nos horroriza, nos sorprende, con una gama de historias y de matices que no solo nos permiten la relectura sino que la exigen : habrá algo allí que hemos pasado por alto y que nos recordará que leemos porque necesitamos aferrarnos a las palabras verdaderas.

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