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LIBROS

Van Morrison, bendito orate

La voz rota de Van Morrison es una de las más personales e intensas de la música. El libro «Toma interior. Letras escogidas» se adentra en las letras de sus canciones como si fueran poemas de irregular inspiración

Van Morrison durante una reciente actuación en el Circo Price de Madrid José Ramón Ladra

EDUARDO JORDÁ

En cierta ocasión, Van Morrison dijo que empezó a escribir poesía mucho antes de empezar a escribir canciones, y que su primer poema no hablaba del amor o de la soledad , como casi todos los poemas escritos por adolescentes, sino que estaba dedicado a un astillero de Belfast. Probablemente era el astillero donde trabajaba su padre, que fue electricista en Harland & Wolff durante toda su vida de «sorda desolación», como cantaría el hijo en «Choppin’ Wood» , esa elegía escrita a la memoria del padre que intentó iniciar una nueva vida en Detroit pero fracasó y tuvo que volver a casa «cuando se acabó la chispa», aunque el padre se trajo consigo una inmensa colección de discos de todos los géneros («blues», «country», «gospel», «rhythm and blues») que al final determinó la carrera musical de su hijo.

Infancia en Belfast

Es muy raro escribir poemas primerizos sobre un astillero, pero Van Morrison era y es así. Y quien conozca sus canciones sabe muy bien que sus mejores letras son las inspiradas por los paisajes urbanos de su infancia en Belfast: astilleros, canales, tugurios, grúas, callejones, el sonido lejano de las sirenas del puerto, todo eso. Y una vez Van Morrison llegó a decir que si William Blake tenía Londres como centro de gravedad de sus poemas, él tenía East Belfast, es decir, la zona protestante de Belfast donde nació y pasó su infancia y adolescencia, en esa calle de Hynford Street que da nombre a una de sus canciones que es en realidad un himno que evoca el paisaje que cualquier admirador de Van Morrison conoce casi de memoria. Es probable que ese paisaje sea muy poco atractivo o incluso feo, pero para muchos de nosotros no hay paisaje del Himalaya o de las islas griegas que pueda comparársele.

Hace dos años, en la presentación de esta antología de letras de sus canciones, la escritora Edna O’Brien leyó «Madame George» como si fuera un poema. ¿Lo es? Sí, en cierto modo. Y un poema muy bueno, además. Y eso no debería sorprender a nadie, porque Morrison ha sido el rockero -ya sé que el término es inadecuado- que ha dedicado en sus canciones más referencias fervorosas a los grandes poetas de todos los tiempos, muchas más que Dylan o Cohen o ningún otro cantautor que yo conozca. Y los nombres de Yeats y Blake, y John Donne y Rimbaud, y Eliot y Dylan Thomas y muchos más, aparecen a menudo en sus poemas con la misma incandescencia con que aparecen citados sus maestros musicales : Leadbelly y Hank Williams y Ray Charles y Sonny Boy Williamson y Mahalia Jackson y tantos otros que él decía escuchar de rodillas cuando sonaban en la radio, o en los discos que su padre se trajo de Detroit cuando descubrió con tristeza que nunca iba a ganarse la vida allí.

Cuando se interna en la autobiografía y evoca a las personas y lugares que marcaron su vida, el resultado es superlativo

Y una cosa importante que siempre cita Morrison es que los músicos del «blues» y del «country» y del «gospel» con cuya música creció eran prácticamente analfabetos, pero sabían escribir letras que poseían la misma imaginería y la misma densidad simbólica que la poesía isabelina. El milagro de la tradición es así. Leyendo las letras de esta «Toma interior», prologada por Ian Rankin y bien traducida por Miquel Izquierdo, resulta evidente que Van Morrison es un poeta irregular. Sin la música, muchas de sus letras se quedan en simples lamentos o en efusiones sentimentales de escaso recorrido. Y por otra parte, sus frecuentes incursiones en el nebuloso terreno de la filosofía más o menos ocultista tampoco tienen una gran trascendencia, y más bien le han servido a Morrison para curarse de sus peores demonios -las drogas, el alcohol, el mal genio o la culpa involuntaria por las disensiones civiles en su Belfast- antes que para crear una poesía de calidad.

Igual que un chamán

Pero cuando Van Morrison se interna en el terreno de la autobiografía, y evoca a las personas y lugares que marcaron su vida para siempre, entonces los resultados son superlativos. Hay una canción de sus primeros tiempos con Them -« La historia de Them »- que alcanza esa categoría de la «buena mala poesía» o de los grandes poemas de circunstancias de un Wilde o un John Betjeman o un Patrick Kavannagh. Y lo mismo puede decirse de sus grandes himnos: «On Hynford Street», «Take me Back», «Summertime in England» o el imperecedero «Rave On, John Donne» : «Dale, John Donne, dale, bendito orate/ a través de los días, las eras/ en las pozas de musgo, oscuras y frías». ¿Hay otro bendito orate que haya cantado mejor?

Un bendito orate, eso es Van Morrison. Porque él cree que la poesía y la música son dos formas de conjuros , dos instrumentos para hablar con los vivos y los muertos y los espíritus igual que hacían los chamanes de la prehistoria. Y en verdad, la mejor poesía de Morrison no se halla siquiera en sus emotivas evocaciones de Belfast o California o el verano en Inglaterra. No. La mejor poesía de Morrison es aquella en que se limita a trasmitir como un condensador eléctrico toda la inagotable energía que hay en un simple recitado onomatopéyico, igual que un chamán que curase a un herido con una danza y una calabaza llena de semillas: «Dadada da da da, da da da da/ Dadada da da da, dada da».

¿Saben qué? Ésa es sin duda la mejor poesía, la más incandescente, la más emotiva, que ha compuesto jamás el bendito orate, el hechicero, el hijo del electricista del astillero , el niño que escuchaba la radio arrodillado como si estuviera frente a un altar, el loco, el insoportable, el místico, el William Yeats de Belfast.

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