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TEATRO

«Lo que más me gusta del teatro es que es un hecho social»

Claudio Tolcachir, que dirige en el Matadero de Madrid «Tierra del fuego», de Mario Diament, habla con pasión de esa obra y también de sus otros dos oficios, autor y actor

El dramaturgo, director y actor argentino Claudio Tolcachir Maya Balanya

JUAN IGNACIO GARCÍA GARZÓN

El argentino Claudio Tolcachir es espigado y pelirrojo como un irlandés trasterrado. En 1999 fundó junto a otros amigos el grupo Timbre 4 y dos años después la escuela teatral y la sala del mismo nombre desde la que se ha consolidado como uno de los más originales e imaginativos creadores escénicos de la actualidad . Busco los orígenes de su raro apellido y me encuentro que sus antepasados eran judíos de Ucrania que se instalaron en Argentina a principios del pasado siglo. Tal vez por eso haya algún aspecto de «Tierra del fuego» que le afecte de manera especial. La obra de Mario Diament, que protagoniza en Madrid Alicia Borrachero, se basa libremente en la historia de un personaje real, Yulie Cohen, una azafata israelí herida en Londres en un atentado terrorista en el que murieron otras personas y que muchos años después se entrevistó con el palestino autor de la matanza para entender qué le llevó a ello.

¿Es una obra sobre la venganza o sobre la redención?

Es una obra sobre el dolor y la necesidad de escuchar. Quise hacerla porque sentí que era preciso. El teatro es un espacio donde se pueden hacer todavía estas cosas, donde el espectador viene en persona, respira al mismo tiempo que el resto del público, escucha y realiza el viaje junto con otras personas. Para mí esta obra tiene mucho de escuchar, aprender, descubrir puntos de vista distintos, ponerse en lugar del otro, y saber que no hay una sola verdad, algo que siempre me pareció fascinante. Mientras la leía, me iba poniendo en el lugar de cada personaje y pensaba que cada uno tiene razón. Y es bueno que eso tan complejo le pase al espectador, porque resulta fácil decir que este es malo y está bien que sufra, pero es terrible que te duela el sufrimiento de todos, que sientas que ese dolor también te pertenece. Buscar la verdad es un trabajo personal costoso, lo contrario de la indiferencia, que, por frustración, cansancio o vagancia, termina siendo el peor de los males.

¿Es una historia de violencia?

Es una historia sobre la violencia surgida de un horror destilado tras un largo recorrido histórico de injusticias, desentendimiento, siglos de enfrentamiento, de justificación de la violencia sucesiva. La protagonista, que por suerte existe en la vida real, lo que le da a la obra una dimensión muy amplia, tiene toda la justificación del mundo para anclarse en el odio y la venganza, pero nada contra la corriente de su universo social, su familia, sus amigos, porque necesita hablar, entender cómo alguien pudo llegar a matar a otras personas. Me parece una actitud tan valiente y tan admirable… Quiere comprender cómo han llegado a esa situación. Eso para mí es el teatro. El público puede realizar el viaje que hace esa mujer, escucha, se incomoda, se conmueve, cambia de opinión, intenta tomar partido y no puede, porque todos son víctimas.

«"Tierra del fuego"es una obra sobre el dolor y la necesidad de escuchar. Quise hacerla porque sentí que era preciso»

En «Tierra del fuego» las relaciones familiares se ven afectadas por la actitud de la protagonista. Lo traigo a colación porque en sus obras la familia juega un papel relevante: «La omisión de la familia Coleman», «Triple cuerpo», donde los oficinistas son un simulacro de familia, «El viento en un violín», «Emilia»… Ese núcleo tan necesario y a veces tan caníbal parece que le estimula.

La verdad es que tomé conciencia de ello después de que me lo señalaran. No empecé a escribir para hablar de asuntos de familia, sino de otras cosas. En el caso de «La omisión…», era la irresponsabilidad, el individualismo que genera la desesperación y que hace que uno no pueda darse cuenta, o decida no hacerlo, del dolor del otro. En «Tercer cuerpo», esas relaciones que se construyen por cotidianidad, por rutina. Y en «Emilia» tenía que ver con la opresión, el miedo a perder el amor. Supongo que la familia es un pequeño laboratorio de sociedad donde uno se coloca desnudo y vuelca las cosas que lo inquietan, como el egoísmo, la indiferencia hacia el otro, la mentira.

Usted actúa, dirige y escribe, ¿compagina bien todo?

Lo que he hecho más es dirigir obras de otros, y de vez en cuando escribo. Empecé con la actuación, luego me arranqué en la dirección y lo último que descubrí fue la escritura, a la que le tengo mucho respeto.

¿Es más fácil ser actor?

No podría decir que es más fácil pero sí que resulta más concentrado. Después de bastante tiempo he vuelto a actuar. Lo hago en «Nerium Park», una obra de un autor catalán, Josep Maria Miró, que será el próximo estreno en Timbre 4. Estoy volviendo a algo muy placentero que es estar concentrado en una sola cosa, algo que como director no se puede hacer, pues se está pendiente de tal actor, de la música, de la luz,de la producción, de la sala… Es una concentración muy disociada que a mí me excita y me encanta, pero al mismo tiempo es un trabajo agotador.

«Vine por primera vez a Madrid en 2007. Ahora veo un crecimiento enorme en el mundo del teatro. Ha aparecido mucha gente nueva»

La escritura también exige una concentración única.

Sí, es verdad, aunque no me siento autor y nunca sé si voy a volver a escribir si no encuentro una historia. Yo me he formado y tengo el oficio de actor y director, pero no el de autor. Siempre he escrito obras que tenía la necesidad de escribir porque me quemaban, pero no tengo las armas de escritor, y lo prefiero así, me gusta mantenerme como una especie de escritor aficionado que tiene que dejar su lugar a la intuición, ayudarla para que aparezca y que la cabeza no la controle. Es un diálogo entre la inteligencia y la intuición, un partido de ping-pong en el que siempre arranca la intuición y la inteligencia ordena, pero es la intuición quien marca el pulso.

Usted tiene la ventaja que trabaja sus textos también desde la dirección y los puede ir modificando.

En Argentina es muy frecuente que el autor sea el director, aunque cuando yo escribo me autoengaño pensando que esa obra no la voy a dirigir. Si me surge algún problema, me digo: bueno, esto el director lo arregla. Luego, cuando me enfrento al texto como director, pienso: ¿cómo demonios se puede hacer esto? La verdad es que en ocasiones pongo problemas a propósito porque me hacen buscar soluciones y aparece la creatividad. Los problemas son buenos para mí.

En su país hay un ambiente teatral muy intenso, ¿ve algo parecido en otros sitios?

Madrid es el lugar donde yo suelo permanecer más tiempo cuando estoy fuera de mi casa, lo siento como otro hogar. Vine por primera vez en 2007 y ahora veo un crecimiento enorme en el mundo del teatro. Ha aparecido mucha gente nueva, actores, autores, directores… Hay una mezcla de actores consagrados y directores nuevos, aparecen espacios, hay un estallido de nombres y grupos que veo como algo absolutamente positivo.

«Ante la precariedad algo hay que hacer. yo no tenía espacio y armé uno, si no tenía obras de teatro, las escribía...»

Muchas veces trabajan en situaciones precarias.

Es muy doloroso no poder vivir de tu oficio pese a poseer talento, vocación y capacidad de esfuerzo, y verte obligado a trabajar en otras cosas para poder seguir haciendo teatro. Siempre he luchado desde Timbre 4 por mejorar y profesionalizar el teatro independiente, pero si lo otro va a ser la inacción, el quedarte en tu casa, no actuar… Algo hay que hacer, yo no tenía espacio y armé uno, si no tenía obras de teatro, las escribía, no teníamos público e íbamos a buscarlo. Yo solo sé hacer eso: hacer, hacer, hacer.

¿Y por qué hace usted teatro?

Creo que muchas veces las cosas te eligen a ti y no tú a ellas. El teatro me eligió, porque yo era un niño casi autista, con incapacidad absoluta para comunicarme con el mundo, pero al mismo tiempo quería ser actor. Mis padres no entendían nada, pensaban que estaba loco por querer subirme a un escenario con mi carácter tan retraído. En el teatro empecé a descubrir un mundo de comunicación, de juego, de fantasía… De chico, en el colegio mi cabeza estaba en otro lado, imaginando cosas. Mi padre me preguntaba: qué has hecho hoy en la escuela, y yo le respondía: no me acuerdo. Pobres padres míos. De golpe, en el teatro, esa cabeza y esa capacidad de imaginar historias eran valoradas. Entonces, yo, que era una especie de accidente dramático de mi familia, pasé a encontrar un lugar donde mi particularidad era bienvenida y servía para algo. Creo que lo que más me gustó, y me gusta, del teatro es que es un hecho social, un hecho comunitario donde todo lo inesperado es bueno. El teatro fue mi salvación absoluta.

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